Colombia abraza el futuro

Colombia abraza el futuro

Debemos felicitarnos de que la Unión Europea haya acordado ampliar las sanciones contra Venezuela, tras el simulacro electoral a mayor gloria de Maduro, cuya fraudulenta reelección, hasta el momento, tan sólo han reconocido 15 países; entre ellos, Turquía, Cuba, Rusia, China, Nicaragua o Irán. Son los únicos espejos en los que el chavismo puede ya reflejarse, pues, a estas alturas, cualquier intento de identificación entre semejante satrapía con una democracia homologable es sencillamente grotesco. En este sentido, no voy a dejar de reclamar al PSOE que desautorice la calamitosa, inmoral gestión de Zapatero, al que la oposición en pleno tiene por un cómplice de Maduro, con la misma firmeza con que Europa ha intensificado su presión contra el régimen bolivariano.

Entretanto, en Colombia, hemos asistido a la victoria en la primera vuelta de las presidenciales del liberal Iván Duque, que había centrado su campaña en la necesidad de adelgazar el Estado, reducir la burocracia y agilizar los trámites administrativos. Aun siendo el candidato más crítico con los acuerdos entre el Gobierno de Santos y las FARC, Duque ha hecho gala de un tono más templado que el de su mentor, el omnipresente Uribe, dejando claro en todo momento que no desandará el proceso emprendido por Santos, aunque sí tratará de reinterpretar algunos de los puntos más obscenamente ventajosos para la guerrilla. El tercer puesto obtenido por Sergio Fajardo, cuyo programa gira en torno al fomento de la educación y la lucha contra la corrupción, y al que han apoyado más 4,5 millones de colombianos, podrían cimentar un gran pacto centrista-liberal para la segunda vuelta.

La alternativa a esa alianza pasaría por un Ejecutivo de corte populista presidido por el exguerrillero Gustavo Petro, quien, pese a haber rechazado el modo en que Maduro se ha perpetuado en el cargo, maneja recetas parecidas al mandamás caraqueño. Ni que decir tiene que lo último que le conviene a la región es un nuevo foco de desestabilización y colapso económico, en lo que podría suponer un balón de oxígeno al proyecto, felizmente frustrado, de la alianza castrista ALBA. Por lo demás, cabe subrayar la absoluta irrelevancia de las FARC en el nuevo escenario político colombiano. Su heredera civil, la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, había renunciado en marzo a participar en los comicios pretextando la enfermedad de su líder, el exnarcoguerrillero Rodrigo Londoño, alias Timochenko, tras quedarse en 85.000 votos (el 0,27%) en las legislativas. Pese a ello, y en virtud de los Acuerdos de La Habana, la FARC tiene asegurados 5 escaños en la Cámara baja y 5 en la Cámara Alta.

El dato invita a reflexionar acerca del nulo peso específico en la sociedad colombiana del grupo criminal que la tuvo en jaque durante décadas; a preguntarse, en suma, si una fuerza tan ampliamente ninguneada, cuando no repudiada, merecía arrancar tantos beneficios a cambio de ceder a la realidad. Éstas han sido las primeras elecciones en más de 50 años que el país sudamericano ha celebrado en ausencia de violencia, de ahí que a nadie deba extrañar que la participación, cifrada en más de 19 millones de votantes —el 53% del electorado—, haya sido la más alta desde 1974. Análogamente, y por vez primera en décadas, se ha hablado de economía, progreso, desarrollo, en lo que han de ser, de ahora en adelante, las principales preocupaciones de los colombianos.

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