Ciudadanos está donde debe estar

Ciudadanos está donde debe estar

Año 2005: en la Cataluña del Tripartit, irrumpe un numeroso grupo de ciudadanos voluntariosos —provenientes en su mayoría del socialismo democrático—, quienes, cansados del giro nacionalista del PSC, deciden poner las bases de un nuevo partido, una formación política que no tuviera complejos, ni taras, ni trabas ideológicas. Un año después, Ciutadans, el nombre que dio forma al desencanto, se presentó a las elecciones, consiguiendo representación en el Parlament. Tras 10 años de existencia, los peajes a pagar por el trayecto recorrido han sido, a veces, numerosos y complicados. Un viaje que ha pasado por diferentes estadios: desde una extinción que rozaron con los dedos hasta la resurrección que hoy le convierte en esa tercera vía posible ante la que los incrédulos y reaccionarios de toda índole siempre renegarán. Tras la IV Asamblea celebrada este pasado fin de semana, la hoja de ruta del centro político liberal en España comienza a dibujar un camino preciso de ideas y acciones, de gestos y actitudes, de afectos y efectos.

El centro nació el día en que Ciutadans se convirtió en Movimiento Ciudadano, la plataforma que buscaba situar en el conjunto de España una opción ideológica y política diferente y estable. Porque el centro es algo más que un estado de ánimo o un talante coyuntural. Es la solución que equilibra las diferentes pasiones y pulsiones políticas que a izquierda y derecha tenemos en el panorama español. Por definición, no se cosifica en torno a un concepto ideológico, inflexible e inmutable, sino que, desde el pragmatismo que marca su esencia, evoluciona a la par que el contexto social del país, sin que por ello sus valores sean de quita y pon.

Así, es perfectamente compatible defender que los impuestos sean bajos con exigir un aumento de partidas presupuestarias para según qué ámbitos (sanidad, educación, I+D+i, pensiones, etc.). En España, al ciudadano no le molesta pagar impuestos, mientras que estos redunden en buenos servicios públicos y no en el mantenimiento de superestructuras políticas, chiringuitos nacionalistas y empresas de colocación. Del mismo modo, pueden coexistir en el mismo espacio político la defensa de una economía avanzada y moderna, centrada en la eliminación de trabas para emprendedores y autónomos, fomentadora de innovación en investigación y receptora de las inversiones llegadas de fuera, con una economía que proteja al más débil, aquel que por impedimento físico o psíquico no puede competir en igualdad de condiciones, o aquel que ha sufrido la coyuntura de una crisis que ni esperaba ni merecía. El centro puede -y debe- luchar contra los desahucios y al mismo tiempo pedir que se garantice la propiedad privada frente a las ocupaciones ilegales de viviendas. Puede defender la pluralidad de regiones e instituciones sin dejar de ondear con firmeza la bandera de la unidad nacional. La libertad y la igualdad, dándose la mano, no la espalda. Porque no son incompatibles ambas formas de pensar y sentir la política. No lo son.

Todos los estudios y análisis que se han realizado desde 1978 hasta hoy coinciden en señalar que el votante de centro es fundamental para poder gobernar, y que la mayoría de ciudadanos se inclinan por elegir opciones moderadas en casi todos los contextos, salvo en graves crisis, donde el populismo ancla su nacimiento y donde el radicalismo desatado se hace cuerpo en forma de salvadores ficticios mediante un lenguaje rudo y directo, pero efectivo. El centro político, que tiene como principio la escucha antes que cualquier respuesta, que prefiere la negociación a la imposición y que asume como propias las diferentes sensibilidades existentes en la sociedad, es el mejor antídoto posible contra cualquier tipo de populismo. Por su carácter liberal, en defensa de los derechos y libertades básicas del individuo, y por su esencia progresista, en vanguardia frente a los que quieren atrasar el reloj de la historia para situarlo en tiempos oscuros de democracia conculcada.

Ahora Ciudadanos tiene como gran misión ofrecer a la sociedad un relato totalizador que amplíe el abanico de identificaciones. Construir la hegemonía desde el centro siempre es complicado, máxime cuando la política sensitiva ha demostrado sus efectos por encima del discurso racional de ideas. Hormonas o neuronas. Sensaciones frente a realidades. Ahí está la batalla por la confianza del votante-consumidor, necesitado de nuevos horizontes de seducción a los que sentirse adherido. Para quienes amamos la Historia, lo interesante siempre sucede en los extremos. Para quienes defendemos la democracia, lo conveniente casi siempre se sitúa en el centro.

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