Charlie Kirk, otra víctima de la izquierda

Kirk, Charlie Kirk, Estados Unidos

El asesinato del activista Charlie Kirk en una universidad de Utah mediante un disparo en el cuello ha tenido una repercusión de la que ha carecido otra muerte que ha conmovido a Estados Unidos esta semana: el acuchillamiento de Irina Zarutska en un tren por un delincuente habitual.

El asesinato de la refugiada ucraniana se produjo el 22 de agosto y durante varios días los medios de comunicación lo ocultaron, hasta que las redes sociales les obligaron a cubrirlo a regañadientes. Unas declaraciones de Trump de condena de su degollamiento por un canalla que, a pesar de sus delitos y de su enfermedad mental, estaba libre por orden de una juez, la convirtieron en viral. Incluso así, la misma prensa que dedicó cientos de páginas y horas de programas a la muerte del delincuente George Floyd y a las protestas movidas entonces por la izquierda, sigue siendo tacaña en darle a Irina siquiera la limosna de la atención. En España ya conocemos la incomodidad de la prensa de kalidá con las víctimas de ETA y de las demás bandas terroristas.

En el caso de Kirk, el encubrimiento no ha sido posible. Su asesinato por un autor todavía desconocido (no me sorprendería que la policía hallase a una «persona de interés» suicidada en su casa y con el arma del delito al pie de la cama, de modo que pudiese cerrarse la investigación) se cometió mientras hablaba ante una multitud en el campus de una universidad de Utah y se difundió en directo por TikTok, Instagram y X, las redes que los oligarcas y editores europeos quieren censurar, porque les estropean sus negocios.
Charlie Kirk, de 32 años, católico (uno de sus últimos vídeos consistió en una apelación a los protestantes de EEUU para que reverenciaran a la Virgen María), padre de dos hijos pequeños y casado desde 2021 con la mujer de negocios Erika Frantzve, estaba en Utah porque se dedicaba a viajar por Estados Unidos para debatir en actos abiertos con todo el que quisiera sentarse con él, sobre todo en las universidades. Por el contrario, las universidades españolas son un coto cerrado de las izquierdas y los separatistas, cuyos matones apedrean a quienes entran en ellas sin su permiso para llevar ideas nuevas.

En 2012, durante la presidencia de Barack Obama, cuando la izquierda decidió recurrir al «racismo institucional» para victimizarse y dominar la discusión pública, fundó Turning Point USA en el garaje de la casa de sus padres en Chicago. Su finalidad era organizar a estudiantes y profesores de instituto y universidad para difundir los principios fundacionales de su país. TPUSA tiene cientos de empleados a tiempo completo y delegaciones en cientos de campus de EEUU. Kirk y su gente colaboraron en los triunfos electorales de Trump, quien ha participado en sus congresos. Por todo esto, los que recogen las nueces le condenaron a muerte.

Los «conservative» norteamericanos están comprometidos a que estos dos asesinatos, el de un hombre maestro del debate, y el de una muchacha extranjera que prefería trabajar a vivir de subsidios, no pasen al olvido, sino que desencadenen una reacción contra la prepotencia de la izquierda y su hipocresía, desde las feministas a los tertulianos.

Bastan unos minutos en las redes sociales para leer docenas de mensajes escritos por aquellos que podemos incluir en el MAGA (cristianos, votantes de Trump, seguidores de Kirk, veteranos, víctimas de delincuentes…) están convencidos de que la izquierda, derrotada en las urnas, desvelados sus mecanismos de preñado de urnas y perdidas sus causas de movilización, ha decidido liquidar a quienes le han arrebatado el espacio público.

Y ante el derrumbe de los procesos por «delitos de odio» y las audiencias de los medios de manipulación de masas, sólo queda la eliminación física. Aunque algunos crean infundada esta teoría (también se consideraban «desinformación» hasta que se confirmaron las teorías sobre la senilidad de Joe Biden, la censura en redes sociales por parte de los progresistas, o la corrupción de Hunter Biden), los «conservatives» llevan una década sufriendo insultos en el estilo deshumanizador que practicaron los nazis alemanes y que siguen ejerciendo los comunistas.

Desde que Donald Trump irrumpió en política, allá por 2015, los izquierdistas educados han abandonado sus buenos modales y su sonrisa de superioridad para convertirse en histéricos gritones y en sabuesos adiestrados para detectar a nuevos Hitlers en cualquiera que lleve una gorra roja.

En la campaña del año pasado, Obama se preguntaba por qué los norteamericanos están tan crispados y enfrentados. Recordemos unos ejemplos. La actriz Kathy Griffin se hizo una foto mostrando una cabeza de utilería ensangrentada de Trump cuando ya era presidente. Hillary Clinton, que calificó de «deplorables», «racistas», «homófobos» y demás insultos del catálogo, a la mitad de los votantes del republicano, sigue repitiendo que perdió en 2016 por la injerencia del ruso Putin. Y Biden declaró repetidas veces durante su mandato que «la democracia está en peligro», debido a Trump, por lo que había que encarcelarle. Si Trump y sus votantes conducen al país a una dictadura, ¿no es obligación de cualquier demócrata combatirles hasta derrotarles?

Como la violencia, la crueldad ha aumentado en estos meses. Infinidad de zurdos lamentaron que Thomas Crooks fallara en sus disparos contra Trump en julio de 2024. Son los mismos que estos días dicen que Kirk era un divisivo, un extremista, un provocador y que, a fin de cuentas, se lo ha ganado. Sólo les falta añadir que «así acabarán quienes se opongan a los guerreros del bien, que somos nosotros».

En uno de sus vídeos, Kirk dijo: «Cuando la gente deja de hablar es cuando se produce la violencia. Entonces es cuando ocurre la guerra civil. Porque empiezas a pensar que el otro lado es tan malvado que pierde su humanidad». En Occidente nos encontramos en esta fase. Y si las agresiones políticas, que en nueve décimas partes vienen de un solo lado, crecen, también lo harán las reacciones.

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