La Cataluña de Weimar
La gran diferencia entre la Alemania de Weimar y la Cataluña actual es que los totalitarios no están a las puertas del poder, sino que lo ejercen de manera despótica desde hace años, señalando y despreciando a la mayoría de población que no es secesionista. La sensación de caos social, crisis económica, deterioro institucional y falta de respeto al Estado de derecho se ha impuesto gracias a la acción de unos partidos (ERC, Junts per Catalunya y CUP) que han optado por la deslegitimación del sistema democrático vigente en España como herramienta para conseguir sus objetivos políticos.
En Cataluña todo es posible porque la ley no existe. Cuando “desobediencia” es la palabra mágica en boca de los que gobiernan la comunidad autónoma y la ciudad de Barcelona, no puede extrañar que periódicamente se provoquen altercados y graves disturbios. No importa que la excusa sea la condena de los líderes golpistas o que se detenga a un rapero de dudoso gusto musical. Mañana será un mal arbitraje al Barça o la subida del precio del kilo de ‘calçots’. Cuando se instala en una sociedad el convencimiento de que no hay que cumplir las normas que no nos gustan o no nos convienen, como predican Oriol Junqueras, Carles Puigdemont o Ada Colau, el recurso a lanzar piedras a la policía o quemar cajeros automáticos es el siguiente paso.
El martes vimos como una turba de radicales, con la excusa de ‘solidarizarse’ con Pablo Hasél, intentó tomar y arrasó la comisaría de los Mossos d’Esquadra en la localidad barcelonesa de Vic. Los violentos separatistas ya no se conforman con quemar contenedores y destrozar entidades bancarias, ‘hazañas’ a las que no renuncian ya que cerca de una cuarentena de establecimientos fueran arrasados en varios puntos de Cataluña tras las protestas por la detención del rapero. Ahora buscan directamente amedrentar a las fuerzas de seguridad, amparados por una fuerza política, la CUP, que será decisiva en la formación del futuro gobierno autonómico.
De hecho, ser policía autonómico en Cataluña es una profesión de doble riesgo: los violentos separatistas te pueden abrir la cabeza a pedradas, y si se te ocurre cargar contra ellos para defenderte y para que no destrocen la ciudad entonces te pueden expedientar por ser demasiado eficaz ‘molestando’ a los socios de los que gobiernan Cataluña. Tras la barbaridad de Vic, con una comisaría destruida, el máximo interés del consejero de Interior en funciones, Miquel Sàmper, fue pedir “cambios” en el código penal que castiga los llamados delitos de opinión. Unos veinticinco ‘mossos’ heridos, una comisaría arrasada, y al ‘conseller’ solo le faltó pedir que soltaran a Hasél. Claro está que venimos de un presidente de la Generalitat, Quim Torra, que era un CDR más y que pedía la cabeza de los responsables policiales cada vez que osaban cargar contra los chicos de la gasolina.
Me imagino lo que debían pensar los ‘mossos’ que fueron asediados en la comisaría de Vic mientras estaban parapetados bajo las mesas, mientras sus compañeros de las unidades de seguridad ciudadana habían salido de las instalaciones policiales para sumarse al operativo contra los violentos que estaban destrozando el centro de la ciudad. En esos momentos, viendo como los cachorros antisistema, anticapitalistas y antiEspaña estaban a punto de lincharles, no creo que pensaran ni en el “mandato del 1 de octubre” ni en la “revolución de las sonrisas”. Si a los agentes autonómicos, por mucho que el separatismo se haya infiltrado en sus filas, les dejaran actuar sin cortapisas contra los vándalos, el problema se solucionaría en un par de horas.
Pero cuando en Cataluña la ley la hacen los violentos, porque son los violentos los que deciden la mayoría que gobierna en la Generalitat, y porque los ‘happy flower’ de la desobediencia dictan qué normas se cumplen y cuáles no, que se quemen oficinas bancarias es casi un hecho menor. Antes de que nos demos cuenta veremos a radicales entrando en los hospitales en los que estén ingresados policías heridos para acabar de rematarles. O directamente veremos a médicos afectos a la ‘causa’ que ejercerán la objeción de conciencia y se negarán a atender a los agentes lesionados. Todo vale en la Cataluña de Weimar, en la que el caos es la ley y los totalitarios campan a sus anchas.