La Cataluña no independentista: a la espera de las traiciones del Sánchez
Es hora de que nos planteemos si la «diversidad lingüística» es un bien a proteger inexcusablemente. Ya sé que aparece en tratados, convenios, declaraciones… Pero eso no significa que no pueda analizarse, discutirse y, si lo vemos pertinente, restarle importancia frente a un bien mayor. En un mundo donde la caída de las religiones tradicionales ha resultado en un galimatías de nuevas creencias, muchas de ellas convertidas en auténticas cruzadas, lo menos que podemos demandar es el derecho a plantarles cara. La diversidad de lo que sea es casi un dogma de fe. ¿Y sí volvemos al ideal laico de la Ilustración de una vez?
El PSC viene insistiendo hace tiempo (desde el partido o a través de otros terminales) en esa idea de la España plurilingüística (Ley de lenguas) que, como ya insistí en otro artículo aquí mismo, no es más que la necesidad de tener alguna cosa que ofrecer que le diferencie en el mercado político (por desgracia, el sentido común en estas cuestiones lo dejó en manos de la derecha hace tiempo) y su condición eterna e inmutable de ser un rehén de la tribu nacionalista y de su hispanofobia. Ya dije que esa idea no obedece para nada a ninguna necesidad del pueblo español en su conjunto, al que, si se aprueba esa ocurrencia en su XIV congreso de diciembre, se le animará a un «conocimiento» y disfrute de una «pluralidad lingüística» que no ha solicitado ni siquiera en esas encuestas trucadas de Tezanos. Ya advertimos que todo esto era un paso previo, un chorro de vaselina, por decirlo gráficamente, para que ya viniera luego lo más intragable de todo: esa España «plurinacional» suya.
Para despistar proponen reforzar el uso del español en las escuela catalana y Ester Franquesa, directora general de política lingüística de la Generalitat, se ha rebotado, se sorprende de todo e incluso encuentra «curioso» que digan que los nacionalistas han instrumentalizado la lengua catalana. ¡Oh, i ara!
Mientras tanto, el president Torra (por favor, no le llamen “Quim”. Eso es para los amigos. A mí me gusta llamarle “Joaquin” o “Don Joaquin, y soy catalana), ese socio potencial que no les induce al vómito con sólo invocarlo, sigue animando a la violencia. Ya tiene a toda la familia en los CDR, seguro de que esta España de bestias no va a tocarles ni un pelo. Un tipo que condena los actos vandálicos (“els catalans som gent de pau”) pero se lamenta, hipócrita, de que parte de la población parezca “preparada para la violencia”, expresando claramente más un deseo que un temor.
Cuando Pedro Sánchez se encuentre en la tesitura, buscada por él y con él como único fin, de “sentarse” para “negociar” (sobrepasar alguna línea roja más), que le recuerden que no se sienta con “Cataluña” sino con los independentistas. Que hay otra Cataluña que, aunque a él no le importe porque considera que no son sus votantes, ya nunca permitirá que se hable en su nombre. Que tenga también sobre la mesa el decálogo que ha elaborado Sociedad Civil Catalana, con puntos como el fin de la inmersión lingüística en Cataluña, con el catalán y el castellano como las dos lenguas vehiculares en los centros educativos, la despolitización de los Mossos y la exigencia de unos medios de comunicación públicos «pluralistas». Hace unos días confirmamos sin sorpresa, gracias a la Guardia Civil, que CDC exigía a las empresas del 3% un “sello de catalanidad”, que ya imaginan qué significa. Esto refuerza aún más otro de los puntos del decálogo de SCC: el fin de la «política clientelar» del ‘procés’ que genera «un uso ineficiente de los recursos públicos”, pidiendo para ello “neutralidad de la administración y las instituciones». En resumen, en cualquier mesa de diálogo, esta Cataluña abusada durante años, va a estar presente. O eso espero…
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