Catalonia is not Scotland
El diario estadounidense The New York Times publicó hace unos días un interesante artículo en el que relataba como diversos sondeos de opinión mostraban que el electorado escocés había virado hacia la independencia, no sólo por el Brexit, sino por la gestión de la pandemia que ha hecho el gobierno autónomo de esta región, que preside la separatista Nicola Sturgeon. Buena parte de los escoceses creen que su gestión de los efectos del Covid-19 ha sido bastante mejor que la realizada por el primer ministro Boris Johnson.
Según la media de los sondeos en los que se ha basado The New York Times en estos momentos el 52,5% de los escoceses votarían a favor de la independencia. En el referéndum celebrado en 2014 sólo fue el 44,7% del electorado el que apoyó la ruptura con la Gran Bretaña. Nos gustará o no, pero tiene cierta lógica, la gestión de Johnson de la pandemia ha sido errática, y si Sturgeon ha conseguido o bien hacerlo mejor, o al menos dar la impresión de que así lo ha hecho, se puede entender que el independentismo gane popularidad en esta región británica.
Lo que no tiene lógica es lo que vivimos hoy en día en Cataluña. El gobierno autonómico, dirigido por Carles Puigdemont a través de su marioneta Quim Torra y por los monaguillos de Oriol Junqueras, ha hecho una desastrosa gestión de la pandemia, mucho peor que la que ha llevado a cabo Pedro Sánchez. La Generalitat no ha dado una desde el primer momento, ni en los prolegómenos de la crisis sanitaria, ni en los momentos álgidos de la misma, ni cuando recuperó todas las competencias tras el estado de alarma. Ha acumulado desastre tras desastre, tanto por los miles de muertos en residencias de ancianos, como por el descontrol de la epidemia.
De hecho, la Generalitat ha demostrado un interés relativo en afrontar los problemas causados por el Covid-19. Baste como ejemplo que en plena crisis de rebrotes en buena parte de Cataluña estamos asistiendo a una pelea entre los dos partidos que forman el gobierno autonómico, ERC y JxCAT, a cuenta de un tema tan “urgente” como la publicación o no en el boletín oficial del Parlament de unas resoluciones tan “necesarias” para los ciudadanos como las que los partidos secesionistas aprobaron el pasado viernes en contra de la monarquía y a favor de la ‘república catalana’.
Provoca sonrojo comprobar cuáles son las principales preocupaciones de los consejeros que forman el gobierno autonómico catalán mientras la economía se deteriora, el virus se expande y no se sabe siquiera si en un mes podrán abrir los colegios. A pesar de este auténtico desastre sanitario, social y político el bloque separatista sigue manteniendo su apoyo electoral, y las últimas encuestas aseguran que ERC, Junts per Catalunya y la CUP no sólo no pierden escaños, sino que los ganan a costa de un constitucionalismo que se resitúa tras un pronunciado descenso de Ciudadanos.
Por mucho que el sistema electoral catalán beneficie a los partidos separatistas al primar el voto de las circunscripciones en las que arrasan (Gerona y Lérida), no es normal que tras una gestión de la pandemia que más que negligente, es casi un delito de lesa humanidad, sigan aumentando sus apoyos. Algo pasa en el electorado catalán que roza lo patológico, y que les separa de otros cuerpos de votantes como el escocés que, aun contando con un sentimiento separatista fuerte, al menos parte de los ciudadanos afectos al nacionalismo escogen su papeleta en función de cómo se gobierna.
Tenemos mucho trabajo por delante para intentar recuperar la cordura en Cataluña, porque cuando ya no se vota en función de la gestión que hagan los partidos, sino sólo por los teóricos “agravios” nacionalistas que los separatistas han conseguido inocular en la mente de sus partidarios, los argumentos y las propuestas dejan de tener sentido. Necesitamos en esta comunidad autónoma un auténtico plan de rescate moral y político para que la locura separatista recule.
Y ha de ser un plan a treinta o cuarenta años vista, porque ya hay dos millones de catalanes envenenados por la cultura de los falsos agravios de “España” hacia “Cataluña”, y no es posible revertir la situación a corto plazo. El nacionalismo ha creado las actuales condiciones de desapego del cuerpo electoral catalán hacia España en cuatro décadas, y harán falta otras cuatro para recuperar la cordura. ¿Comenzamos ya a poner el reloj en marcha?