Camino de la autocracia

Camino de la autocracia

Para que un sistema se pueda catalogar como “democrático” tienen que coincidir impepinablemente cuatro condiciones sine qua non: elecciones limpias, partidos libres y prensa y justicia independientes. No vale que se den dos o tres de las cuatro: han de ser las cuatro sin trampas, cortapisas o tapujos. La limitación de cualquiera de estas premisas es síntoma inequívoco de que ya no se puede hablar de democracia con todas las de la ley, y nunca mejor dicho. Es cuando una democracia pasa a degenerar en autocracia, un régimen de apariencia libre pero en el que en el fondo siempre gana y, consecuentemente, gobierna el mismo.

Es el caso de Turquía y Rusia, dos antiguos imperios en los que se celebran elecciones presidenciales cada cinco y seis años respectivamente pero en las cuales casualmente el vencedor es sistemáticamente el mismo, entre otras cosas, porque los pucherazos están a la orden del día. La prensa es teóricamente libre pero Putin y Erdogan encarcelan o empapelan periodistas con la misma facilidad con la que el churrero corta masa de harina antes de caer en el aceite hirviendo. La Justicia está tomada por siervos de los autócratas, que ya se encargaron de cargarse los respectivos tribunales supremos y poner a marionetas que dejan a Monchito y Rockefeller reducidos a la condición de becarios.

La Rusia de Putin es la quintaesencia de cuanto estoy hablando. Tan cierto es que los líderes de la oposición existen como que se tienen que andar con mucho ojo no los envenenen, los torturen o no vaya a ser que el día menos pensado aparezcan flotando sobre el río Moscova. Ahí tienen el caso de Litvinenko, asesinado con polonio por agentes de ese KGB del siglo XXI que es el FSB; el de los Skripal, que sobrevivieron no sin secuelas a otro intento de intoxicación letal; el de la periodista Anna Politkovskaya, asesinada mientras investigaba al Kremlin, y el de ese Navalni que purga en las checas de Moscú haber osado decir “niet” al presidente de la Federación Rusa.

Mucho más sibilino y notablemente menos bestia es Recep Tayipp Erdogan, que no asesina ni elimina opositores pero sí los persigue a machamartillo con la prensa afín y, sobre todo, con una Justicia domesticada a niveles cuasigatunos. Vamos, que el que mueve un dedo contra el inflexible musulmán que quebró la laicidad del gran Atatürk acaba asesinado civilmente sin contemplaciones.

De ahí, de la autocracia, se pasa sistemáticamente a la dictadura, sistemas que eliminan físicamente en las calles a los disidentes, que los encarcelan y los torturan sin miramientos y sin rodeo alguno, y que cierran periódicos hasta que no queda uno solo libre. Ésa es la realidad que, por ejemplo, padecen los venezolanos. Lo de Chávez no empezó siendo una tiranía sino una autocracia en la que poco a poco, sin prisa pero sin pausa, se eliminaron derechos y libertades hasta que desaparecieron. No fue, pues, un cambio perpetrado de la noche a la mañana como en Cuba en la Nochevieja de 1959, sino más bien lluvia fina.

Lo que acontece en España con Pedro Sánchez no es, obviamente, una dictadura ni nada que se le parezca, entre otras razones porque todavía pervive eso que los anglosajones denominan “checks and balances [controles y equilibrios]”. Ese sistema de controles y equilibrios inherente a cualquier democracia moderna. Hay jueces independientes, todavía la inmensa mayoría, y medios libres, en estos momentos ya una minoría. Y también, no nos engañemos, porque la Unión Europea jamás permitiría que la cuarta economía de la zona euro se convierta en una satrapía bananera.

Pero con el presidente menos votado y querido de la España constitucional, un presidente que ya no puede salir a la calle sin que le pongan a caer de un burro, las libertades están experimentando un ataque sin precedentes en los 45 años transcurridos desde que las recuperamos. Los medios y los periodistas que no comulgamos con ruedas de molino soportamos unas presiones sicilianas de aquí no te menees y el intento permanente de aniquilarnos civilmente y asfixiarnos económicamente. Algo que sólo tiene como precedente ese felipismo que cerró la tan libérrima como incómoda Antena 3 Radio por infame Jesús Polanco interpuesto.

Ni Zapatero, que fue tan pésimo gestor como excepcionalmente respetuoso con los medios, ni Aznar y Rajoy se atrevieron a clausurar medios o a perseguirlos a cara de perro. Bueno, los tan tontos como masocas presidentes populares se dedican cada vez que gobiernan a favorecer prevaricadoramente a los medios enemigos que luego acaban ajusticiándolos en la plaza pública. Veremos si Pablo Casado mantiene esa inveterada tradición o la rompe en mil pedazos.

Otro síntoma de que vamos camino de la autocracia son los tantarantanes que se ha llevado la Justicia de un tiempo a esta parte. Ese intento de acabar con la mayoría de dos tercios del Congreso a la hora de elegir el Consejo General del Poder Judicial para imponer el modelo venezolano, donde basta la mayoría absoluta, acongoja, vaya si acongoja. Un servidor, que está en contra de que los políticos elijan el Gobierno de los jueces, considera necesario al menos preservar ese menos malo modus operandi de los 210 síes de la Cámara Baja.

Las mangancias totalitarias del sanchismo quedaron meridianamente claras para desgracia de nuestro Estado de Derecho esta semana cuando conocimos que la sacrificada Carmen Calvo, a la que el presidente ha arrojado a la papelera como si fuera un vulgar kleenex, telefoneó compulsivamente a magistrados del Constitucional para que votasen a toque de corneta en el recurso interpuesto por Vox al estado de alarma. La propia Encarnación Roca lo ha admitido públicamente. Este Gobierno debió de pensar que, como fue nombrada a propuesta del PSOE, era una simple mandada y no la personalidad de prestigio que en realidad es la jurista barcelonesa. Otros lo reconocen en privado. Esta chusma que nos gobierna se ha debido pensar que esto es la España de Franco o una República bananera.

La retahíla de tics autocráticos de Pedro Sánchez daría para escribir 50.000 palabras. Intentaremos resumirlo en las 1.708 de hoy. ¿Acaso es normal que, tal y como reveló en rueda de prensa el general de la Guardia Civil José Manuel Santiago, un Ejecutivo se dedique a vigilar en las redes a los “desafectos” al señor que vive en Moncloa? ¿Es de recibo que se convoquen ruedas de prensa sin preguntas como, por cierto, practican Putin, Erdogan y no digamos Maduro? ¿Es propio de un presidente democrático chalanear con satrapías como la venezolana —caso Delcy Rodríguez— o como esa cubana que lleva seis décadas matando físicamente, de hambre y de totalitarismo a sus conciudadanos?

Tampoco es muy propio de un primer ministro occidental forjar alianzas con quienes te dieron un golpe de Estado, con quienes te asesinaron a 856 compatriotas, muchos de ellos servidores públicos, o con los machacas comunistas a sueldo de regímenes tan terroríficos como el venezolano o ese teocrático de Irán que acostumbra a colgar homosexuales y lapidar mujeres. Sólo un Franquito de la vida puede indultar a los protagonistas del segundo tejerazo de la España constitucional y, con un par, perdonarles los 10 kilazos que robaron para perpetrarlo. Y, encima, perdonarles la cárcel pese al contundente a la par que unánime informe en contra del tribunal sentenciador.

Lo de la ley de Seguridad Nacional es la gota que colma el vaso del absolutismo de un presidente que gobierna más férreamente que el Felipe González de los 202 diputados, el Aznar de los 185 o el Rajoy de los 186. Se ha buscado la excusa de las situaciones de emergencia para autootorgarse poderes semidictatoriales en determinadas circunstancias. Le bastará determinar que hay una pandemia o una situación crítica para sortear legalmente al Parlamento, para expropiar bienes y propiedades privadas, para forzar a los medios a escribir o decir lo que él dicte y para contratar sin control alguno. Vamos, que lo de restringir derechos y libertades queda al albur de su sacrosanta voluntad. El paraíso en versión Pedro Sánchez.

Todo ello por no hablar de esa norma Trans que no es sino otra vuelta de tuerca en la dictadura del feminismo locoide y extremista, de esa ley del “sólo sí es sí” que se carga definitivamente una presunción de inocencia consustancial a cualquier Estado de Derecho, ese ataque del ministro de Consumo a los sectores cárnico y ganadero y a quienes comen carne, esa invitación a poner la lavadora de madrugada porque no les da la gana de bajar los impuestos o esa anunciada prohibición de prohibir los vuelos de menos de dos horas. La autocracia sanchista también ha dado una vuelta de tuerca más a la dictadura lingüística en los colegios catalanes, valencianos, vascos, navarros y mallorquines. ¡Ah, se me olvidaba! Esta banda también quiere ordenarnos por cuánto alquilamos ese pisito que poseemos en la playa o la vivienda que heredamos de nuestros padres. Por no hablar de esa repugnante afición presidencial a convertir la ley en papel mojado. Cuidadín porque sin legalidad ni independencia judicial, ergo, sin separación de poderes, no hay democracia.

Sólo la resistencia tenaz de los demás poderes del Estado, la cada vez más escasa prensa no domesticada y la Justicia, impedirá que este aprendiz de Putin y Erdogan se perpetúe en el poder como sus maestros. No hablo del legislativo porque en España es un apéndice del Ejecutivo por cuanto nadie, nunca, se ha atrevido a ejercer la libertad de voto como es usual en EEUU o Reino Unido. Por cierto: no descarten que, de mantenerse el sorpasso popular en las encuestas, este tipo aplique con sus santos bemoles la Ley de Seguridad Nacional con la excusa más peregrina que se le ocurra con la obvia intención de impedir la victoria de Pablo Casado. Los amantes de la España del 78 tuvimos una buena noticia esta semana: el varapalo del Tribunal Constitucional a ese estado de alarma del que Sánchez ha abusado para gobernar a su antojo como si la oposición no existiera. O nos ponemos firmes, y entre unos y otros le paramos los pies, o un día nos encontraremos con que no queda rastro de esa democracia que asombró al mundo entero y que alguna vez fue faro de numerosas naciones sometidas al yugo de la dictadura. Nos va la vida en ello, que diría la ex viceautócrata.

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