Cambiando la hora y dudando económicamente
Cambio de hora y, antes, solo un rato antes, arranque de legislatura tras ser elegido Mariano Rajoy como líder del nuevo, o viejo, gobierno. Arranca, pues, una legislatura que tiene sendos focos del máximos interés en el plano político y en el económico. Es cierto que nuestra economía, en términos macroeconómicos, está mejorando y que entre 2015 y 2016 los vientos soplan a favor y los datos estadísticos son positivos. Es curioso que esa rumbosa marcha no cale entre el respetable. Una cosa es la macroeconomía y su batería de indicadores que nos habla de recuperación, de tendencias favorables, de crecimiento y de toda suerte de rasgos optimistas, y otra cosa, distinta y a veces contradictoria, es la realidad microeconómica, donde entra en juego el día a día de la situación de los hogares, los salarios más o menos ajustados que cada cual percibe, el endurecimiento de la contratación laboral, que haya familiares próximos, amigos y conocidos que, pese a todos efectos bonancibles macroeconómicos, sigan enclavados en las filas del desempleo y, en bastantes casos, así llevan ya varios años.
Algo en lo que no ha tenido poder de convicción ni de seducción Mariano Rajoy, y la formación política gobernante, ha sido en persuadir al españolito medio de que la economía va sobre ruedas, de que la crisis ha acabado y de que el futuro, bajo su égida, será asombroso, sin dificultades, con un ritmo de creación de empleo imparable, con la puesta en marcha de miles de empresas que imprimirán un rumboso porte a la economía española y que nuestras cuentas públicas están en vereda. Las economías familiares no acaban de tragar con un presente fantástico y tampoco están convencidas de que el futuro que nos espera sea esplendoroso. ¿Por qué? La potencia del consumo interno, revitalizado en los últimos meses, no se encuentra plenamente recuperada. Además, los augurios para el próximo año indican algo de contracción y de subida de los precios, poniendo fin a ese IPC que ha ido, sino en caída libre, sí a la baja.
Hay, en general, pérdida de confianza en el ambiente y bastante incertidumbre cara al futuro. La gente, nosotros, somos conscientes de que el descosido de nuestras finanzas públicas no se solventará reduciendo el gasto público, como sería procedente, sino por la vía facilonga: aumentando los impuestos. Los temores, acá, se centran en que se revierta la bajada del IRPF, más que probable, en que se introduzcan aún más retoques en el impuesto sobre sociedades, retorciendo el pescuezo de nuestras pymes, y que el IVA sea objeto, finalmente, de esa revisión tan recomendada, por no decir que obligada, de la Comisión Europea y del Fondo Monetario Internacional, que si no desemboca en una subida del tipo general sí puede cristalizar en una reubicación de las categorías de bienes que hoy tributan al tipo reducido y que pasarían al general, con el consiguiente perjuicio para el consumo y para el sector de la distribución alimentaria, al que un aumento del IVA en gran parte de los productos que comercializa causaría serios estragos y destrucción de empleo, así como en el sector turístico y hostelero que comportaría un encarecimiento de los precios que frenaría ese auge tan efectivo que ha imprimido un necesitado vigor económico.
Sin duda, en estos últimos años, ha disminuido el poder adquisitivo de las familias y los salarios prácticamente no han aumentado sino más bien se han mantenido cuando no han bajado. En 2014, el salario bruto medio anual fue de 22.858 euros pero el salario más frecuente de 16.491 euros. Por tanto, en asuntos salariales no podemos lanzar las campanas al vuelo. Un detalle que corrobora esa contracción salarial radica en que si en 2010 el salario neto medio mensual era de 1.345 euros, en 2014 se situaba en 1.357 euros, un pírrico aumento de 12 euros en cuatro años. El respetable, o sea, nosotros, somos conscientes de que las cotizaciones sociales son insuficientes para mantener el equilibrio financiero de nuestra seguridad social y, entretanto, las incógnitas sobre las pensiones hacen mella entre los mismos pensionistas y en quienes ven su jubilación a corto o medio plazo. Los jóvenes, malhadadamente, son conscientes de que su futuro tal vez esté exento de pensiones…