Blue Monday

Blue Monday

Hay días para todo. Sin ir más lejos, este sábado fue el día internacional de la croqueta, y el miércoles es el día de la concienciación por los pingüinos. Pero hoy toca hablar del Blue Monday, del tercer lunes de enero, el día más triste del año según calculó el psicólogo Cliff Arnall, hace más de 15 años, con la intención de promocionar la venta de viajes.

¿Nos hemos vuelto idiotas?, se preguntará Vd. si, como yo, piensa que es absurdo asociar un estado de ánimo a una fecha. Pero tan absurdo es que los psicólogos y publicistas como Arnall mercantilicen la felicidad, como que los gobernantes la politicen. La verdadera felicidad ni se compra ni se vende, ni en el mercado ni con impuestos; aunque se la prometan en campañas comerciales o electorales.

Entonces, ¿significa esto que la acción política no afecta a nuestra felicidad? No exactamente. Los gobiernos no nos pueden dar la felicidad, pero sí que nos la pueden quitar.

La obligación de los poderes públicos es crear y mantener las condiciones para que cada uno podamos buscar libremente nuestra felicidad. Esa es la clave, favorecer nuestra búsqueda, no dárnosla. Si usted espera que un político le haga feliz es un futuro desengañado.

Así lo entendió, acertadamente, la Declaración de Independencia de los EEUU cuando situaba “la búsqueda de la felicidad” junto con la vida y la libertad como los derechos inalienables de todos los hombres.

Los gobiernos favorecen esa búsqueda cuando garantizan la seguridad física y jurídica, la igualdad de oportunidades y defienden la propiedad y la libertad. Y, por el contrario, la dificultan, cuando sus políticas generan desempleo y pobreza o cercenan libertades, cuando creen saber mejor que tú lo que te conviene a ti o a tus hijos, cuando planifican tu vida o estigmatizan tus ideas.

Y esto no sólo es cuestión de riqueza y bienestar. Pueden encontrase gobiernos aguafiestas tanto en Venezuela como en Suecia, donde el 50% de su población vive sola y el 25% de la gente muere, también, en la más absoluta soledad. ¿Es eso lo que queremos?

Y en España, ¿cómo nos va?, ¿el Gobierno PSOE-Podemos es más de facilitar o de dificultar? El Covid, desde luego, no ayuda, pero ya antes de su errática gestión en la pandemia parece que el camino no invitaba a la alegría.

En septiembre de 2017, cuando el CIS nos preguntaba si nos considerábamos felices en una escala de 0 a 10, sólo un 2,9% de la población se consideraba infeliz y tan sólo un 0,8 muy infeliz (puntuados entre 0 y 3) frente a un 64,5 que se consideraba muy feliz (entre 8 y 10). Un año más tarde, ya con Sánchez y sus 22 ministerios, los suspensos crecían hasta el 5% y se multiplicaban los muy infelices hasta el 1,8% mientras decrecían los muy felices (que bajaban al 51,9).

Y ya en 2019, el índice de felicidad de Ipsos Global Advisor situaba a España como el penúltimo del mundo y el último en Europa en una lista de 28 países, con sólo un 46% de población feliz. En 2020 quizá sea mejor no preguntar.

Ya nos lo advirtió Rajoy cuando decía eso de “son unos tristes” para referirse a cenizos y lloramigas con los que Sánchez decía que no pactaría y que hoy, ya en el Gobierno nos prohíben y empobrecen.

Así que no espere que ningún político le haga feliz y no deje que, por mucho que pongan trabas en su búsqueda, le impidan encontrar la verdadera felicidad, la que “está en lo que es eterno, dentro de nosotros”, como ya la definían en Egipto en el 1250 a.C. (Papiro de Ani), mucho antes de que nos distrajeran con el Blue Monday, las croquetas o los pingüinos.

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