La banalización del mal: De Sánchez a Ternera
Si en España estamos viviendo en estos momentos un proceso de demolición del sistema democrático que amenaza con llevarse por delante lo conseguido desde que se aprobó la Constitución es la consecuencia lógica de años de silencio, de complicidad y de traiciones. Y es que las cosas no suceden porque sí, ni de la noche a la mañana.
Pero el silencio de la mayoría de los ciudadanos más la complicidad activa de los sectarios y los vendidos no nos hubiera arrojado al abismo en el que estamos si al frente del proceso de degeneración no hubieran estado, sucesivamente, dos presidentes de Gobierno socialistas y uno de los partidos políticos que fueron en su día claves para que España hiciera ese recorrido entre dictadura y democracia y se incorporara, de pleno derecho, a los países que formaban parte de la Unión Europea.
Esta semana el propio Sánchez y sus corderos del PSOE se han encargado de certificar este hecho. Las palabras que ha pronunciado en Nueva York el presidente en funciones del Gobierno de España, tras haber comparecido en la Asamblea de la ONU en su condición de presidente de turno de la UE –acto al que acudió acompañado de 170 palanganeros– en su condición de presidente de turno de la UE, no admiten duda ni interpretación alternativa: «La crisis política nunca habría tenido que derivar en una acción judicial y de judicialización como el que vimos de toda esta crisis». «Lo que hemos hecho estos años ante la absoluta incomprensión de quienes habían gobernado es devolver a la política lo que nunca debería haber salido de la política».
Que el presidente de un Gobierno de un país democrático defienda el uso alternativo de la justicia para juzgar los delitos en función del interés político de los gobernantes es el mayor ataque a la separación de poderes y a los fundamentos básicos de una democracia. Que el presidente de un gobierno de un país democrático califique de «crisis política» los actos que los tribunales de justicia de su país, aplicando las leyes democráticas en vigor, han juzgado y sentenciado como graves delitos contra el orden constitucional es una declaración de guerra al Estado de Derecho. Que el presidente de un gobierno de un país democrático asuma el discurso de los golpistas para blanquear sus delitos y llame «crisis política» a los actos de sedición y malversación juzgados y sentenciados en firme es, en sí mismo, un acto de traición que merecería ser juzgado ante los tribunales de justicia.
El proceso de demolición de la democracia al que estamos asistiendo tiene su epicentro en el Gobierno de España y en el PSOE, instrumentos imprescindibles para que los tradicionales enemigos de la democracia en España tengan en este momento alguna oportunidad de éxito. Porque quienes asesinaron a centenares de inocentes para impedir que triunfara la democracia u organizaron asonadas y golpes no tendrían ningún futuro sin Pedro Sánchez y sin el PSOE.
Sólo en un país gobernado por un psicópata sin escrúpulos es posible que en un Festival de Cine se emita una película que entrevista a quien fue jefe de la organización terrorista ETA, que asesinó a 852 de nuestros conciudadanos y expulsó del País Vasco a decenas de miles de ciudadanos. Un Festival pagado con los impuestos el conjunto de los españoles, incluidos los familiares del killer que mandó asesinar a centenares de inocentes.
Sólo en un país en el que el mayor blanqueador de asesinos y golpistas ostenta el cargo de presidente del Gobierno es posible que se pueda escuchar al jefe de los killers de ETA pronunciar –con total impunidad y envuelto en la parafernalia de una “película” más de un Festival– estas palabras:
“Los guardias civiles que murieron ya sabían cuál era su función. ¿No decían todo por la Patria?”.
Sólo en un país adormecido, silente, idiota…, es posible que pueda presentarse a unas elecciones y obtener ocho millones de votos el tipo que balnquea a estos asesinos que no se arrepienten de sus crímenes, que homenajean a los criminales, que reivindican su historia de terror y que siguen teniendo como objetivo acabar con la democracia y conseguir, con la complicidad de Sánchez y del PSOE, lo que no consiguieron asesinando y aterrorizando a inocentes.
Si no nos ponemos en pie todos los millones de españoles que no estamos dispuestos a aceptar que sea inútil el sacrificio de tantos servidores públicos, tantísimos ciudadanos españoles que arriesgaron su vida para defender la democracia, el blanqueador de asesinos y golpistas volverá a ser presidente del Gobierno de España. Para serlo necesita el apoyo del prófugo, del indultado y de los de Ternera/Otegi, estos tipos que con las manos manchadas de sangre siguen esperando que el PSOE amnistíe la historia del terror y Sánchez lo califique como «conflicto político». Ellos están más que dispuestos a hacerle presidente, porque sin él no son nada. Y él está dispuesto a aceptar gozoso sus votos, porque sin ellos él tampoco es nada.
Hannah Arendt lo explicó ya hace mucho tiempo: la banalización del mal tiene consecuencias nefastas para la sociedad, pues pervierte la realidad y puede acabar por liquidar los fundamentos más elementales de una democracia. El peligro de que eso ocurra es máximo cuando el gran blanqueador de la maldad y de sus ejecutores utiliza las instituciones para equiparar a las víctimas con sus verdugos.
En esta hora de la verdad debemos posicionarnos sin miedo y plasmar negro sobre blanco la cruda realidad. Pongamos pie en pared y llamemos a las cosas por su nombre: el gran blanqueador de asesinos y grandes delincuentes contra el Estado de Derecho se llama Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Y el instrumento para conseguir leyes que blanqueen lo que su política ya lleva años blanqueando se llama Grupo Parlamentario del Partido Socialista Obrero Español.
Ternera sin Sánchez no es más que un killer que jamás hubiera pisado la alfombra roja del Festival de Cine de San Sebastián. Sánchez sin Ternera tampoco llegará a ser reelegido presidente del Gobierno de España. Y la historia le pondrá en el lugar que le corresponde, el lugar reservado a los grandes traidores a la patria.
Españoles, «a las cosas».