Athletic, sí; elecciones, no

Athletic

El partido de este sábado, final de la Copa del Rey, ha nublado absolutamente el corto interés que existe en el País Vasco por las elecciones autonómicas del día 21. El PNV, que no quiere una campaña convulsa y alterada, ha eliminado la referencia de un plumazo, mejor dicho, de un clic, y no ha incluido ni una sola palabra sobre los comicios en la  edición digital del periódico nacionalista.

En el lado contrario, los muchachos blanqueados de Bildu, los rivales, ya que estamos hablando de fútbol, del PNV, han llegado a más, a comportarse, como se dice ahora, de forma proactiva, y han decidido oscurecer su campaña de voto con una pancarta que simplemente grita así desde la sede central de la coalición en Bilbao: «¡Athleti……..c!». En Sabin Etxea, refugio político de los peneuvistas, la referencia es casi invisible. Eso, a pesar de que la identificación histórica del partido de Arana con el club es manifiesta, hasta el punto de que lehendakari Aguirre, el jefe durante la Guerra Civil, fue jugador blanquirrojo.

De Aguirre se han escrito 1.000 elegías, todas desbocadas, y todas, sin embargo, han omitido el pequeño detalle de la nada heroica rendición de los llamados gudaris ante los italianos. Ésa es otra historia, pero conviene recordarla para dejar las cosas en su sitio cuando se hable de gestas y estupideces similares. Ahora, para el PNV este partido de hoy es de extremada importancia, así que han salido todos sus forofos a aportar su granito de arena, por ejemplo el inevitable Javier Clemente, procedente de Zamora y sin ningún apellido euskaldún, que después de llenarse los bolsillos con los pingües sueldos que le proporcionaba la Federación Española de Fútbol, ha descubierto que aquel empeño era sólo una dedicación profesional, casi como su fichaje por la selección de Libia.

En el Athletic, en los tiempos de Clemente, todos los jugadores se decían del PNV, salvo alguno como Endika que se afiliaba a Herri Batasuna. Años antes dominaba el vestuario la coalición proetarra con Iribar a la cabeza, que no faltaba a manifestación alguna en la que la muchedumbre vociferara consignas como  esta: presoak kalera, presos a la calle, o sea, lo que está sucediendo ahora, poco a poco, partido a partido, sin que nadie en España quiera enterarse.

El PNV necesita de una campaña desapercibida porque tiene enfrente a un enemigo potente que ha conseguido introducir en el debate popular una especie tóxica para el dúo Ortúzar-Pradales GIl: el “deterioro”. Literalmente.  Los etarristas de Bildu se han olvidado estratégicamente de la autodeterminación y, por tanto, de cualquier referencia al referéndum porque lo que les mola en esta campaña es el ataque al PNV allí donde más le duele: la buena gestión, la estabilidad.

Con la Sanidad, Oxakidetza, en pie permanente de guerra, la Ertzaintza en la calle contra Urkullu, y una administración pantagruélica que despacia hasta la desesperación de sus clientes, cientos de proyectos, el PNV, el Gobierno de los «brillantes chicos de Deusto», no tiene esta vez mucho de qué presumir. Y allí se ha tirado a su carótida Bildu que promete una revisión interna de un modelo, el peneuvista, del que depende -es un dato de tremenda importancia cara a los comicios del 21- no menos de un tercio de la población de las tres provincias.

De este modo, siendo las cosas inequívocamente de esta manera, el tedioso candidato Pradales Gil tiene el porvenir muy difícil, pero los más viejos del lugar -entre los cuales se halla este cronista que no se ha perdido desde 1980 ni una sola campaña electoral vascongada- advierten sobre una prevención básica: el PNV es experto en manejar el voto del miedo.

Esta vez se lo intenta a aplicar a ese 53 por ciento del gentío que, según algún sondeo, apuesta por el cambio. La martingala le sirvió en el ya lejano año 2.000 para impedir que coalición de hecho entre el PP de Jaime Mayor Oreja y el entonces PSOE de Nicolás Redondo se impusiera en las urnas. Arzalluz, Egibar y demás pandilla lanzaron la doble soflama: «¡Que vienen a por nosotros!» y el xenófobo: «¡Que no son de aquí!» y miles de Edurnes aldeanas y de Aitores urbanos se lanzaron masivamente a los colegios electorales y el PNV retuvo el poder. Ahora, el miedo se dirige al contrario, a los bilduetarras y se reviste de otra forma: «¡Que te quieren quitar lo tuyo!», una estrategia destinada a inyectar la duda en el cuerpo electoral nacionalista. Por eso, atención a la noche del 21, el PNV instrumentaliza como nadie la advertencia sobre la incertidumbre.

Esta noche de sábado se juega la primera vuelta de las elecciones. Si el Athletic vence al esforzado y duro Mallorca de Aguirre, no tardará, apenas regrese a Bilbao, en fletar de nuevo una gabarra para surcar la ría llamándose campeones. Aguirre el entrenador balear, que  tiene más apellidos vascos que Pradales Gil, que no tiene ninguno, le va a plantear al equipo de sus antepasados un encuentro a cara de perro en el que se van a mover difícilmente exquisitos y veloces chavales de Pamplona, entre ellos, básicamente, los hermanos Williams.

En caso de triunfo, las celebraciones se dilatarán durante días, desde la ría a Begoña, pasando por todas las instituciones para demostrar desde el Gobierno del PNV y el propio Athletic que la sociedad está con ellos. Aquí, en el resto de España, se seguirán estos acontecimientos con mucho afán, pero se debe tener en cuenta una consideración muy precisa: en el Parlamento de Vitoria no hace falta que ningún candidato sume mayoría absoluta, basta con un voto más que cualquiera otro de los contendientes. Eso, naturalmente, si no se construyen coaliciones. 

Por tierra y aire va a deambular estos dias, lo vamos a ver, Sánchez después de sentirse en Qatar y cosas así el rey del mambo mundial. Tiene una única intención: ajustar una mayoría suficiente con el PNV para repetir en Vitoria. Eso le otorgaría aire para afrontar la dura encrucijada catalana y la europea. En el País Vasco al que nunca ha visitado, no le quieren, pero a él le trae al fresco; le falta fotografiarse, como su cómplice Ortuzar con la camiseta de diseño del Athletic. Si haca falta proclamará que es fanático de toda la vida de ese equipo. Será otra mentira más: no es siquiera del Atleti -sin hache-,  no es nada, eso es lo suyo; la nada absoluta,

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