Asedio y asalto del Mallorca
Muy resistente tiene que ser la vasija para resistir tanto viaje al surtidor. Un tópico que resume numerosas veces la capacidad que tiene un equipo para aguantar las embestidas de su contrincante y que, no siempre pero en su inmensa mayoría, termina por caer de lado ofensivo. Lo contrario, al menos esta tarde, no hubiera sido justo porque si Robert Navarro en el inicio y al final de la primera fase hubiera contado con más fortuna o acierto, el Rayo que acompaña a las tormentas no habría pasado de un aguacero más próximo a una inocente llovizna.
Habrá que pensar por qué al Mallorca le sientan mejor las segundas partes, aunque otro refrán asegura que nunca son buenas. La primera no fue peor que la disputada en Cornellá el Prat en la jornada precedente, pero tampoco se podría ir más allá de valorar las intenciones a todas luces insuficientes si no se acompañan de hechos concretos. Según lo esperado, ambas escuadras se anularon una a la otra a través de una presión adelantada de la que, al mismo tiempo, ninguna de las dos sabía cómo evitar. Al tener que recurrir al fútbol directo y pase largo, la balanza se inclinaba ligeramente de lado local por la evidente diferencia de disponer de Muriqi o no. Ventaja, si; pero no decisiva.
El asedio llegaría después. Las huestes de Arrasate plantaron su campamento en territorio hostil y empezaron a azotar los flancos como el Rayo, sin éxito, había intentado hacer con timidez hasta entonces. Se intensificaron las internadas de Mojica, las subidas de Maffeo y los movimientos entre líneas de Robert Navarro bajo la batuta de Sergi Darder, que marcaba los tiempos y la interpretación. Faltó, ¡ay!, un poco más de rapidez para complicar el repliegue amurallado de los franjirrojos, sin embargo sus almenas amenazaban derrumbe ante las acometidas del de Artá, el artillero kosovar y hasta Valjent a balón parado que multiplicaron el trabajo de Batalla, agobiado ante la avalancha.
Pero pagas muy caro el despiste de un centinela, especialmente si te pones a tiro de aquel que luce parche de pirata, pero siempre está ojo avizor. Dani Rodríguez cargó el cañón y Muriqi puso el mortero donde había hueco. El asalto se había consumado. Vencida la resiliencia vallecana, el último cuarto de hora invitaba a resguardar el botín. No hay éxito sin sacrificio, ni victoria sin esfuerzo. Una lección que los futbolistas bermellones no estudiaron ante el Espanyol y que hoy han tenido que poner en práctica. Conviene que no la olviden.