Arranca la ominosa legislatura

Arranca la ominosa legislatura

Arranca la legislatura ominosa, decadente y quién sabe si la última que viviremos bajo el paraguas de la democracia parlamentaria y la monarquía constitucional, preceptos hasta hoy inalterables en nuestro vocabulario político y que ahora son discutidos por la indiscutible autocracia que nos gobierna. Con unas Cortes divididas tal y como el sanchismo ha planificado la fragmentación territorial y social, la presencia de Felipe VI en un acto oficial es la nota discordante entre tanto oficialismo del régimen. Nunca en la historia del Parlamento se sublimó como hoy el arte de la discordia bajo pretextos democráticos y de convivencia. Parapetados en su incompetencia, los partidos de gobierno harán otra vez de su escaño un búnker de propaganda, con ingeniosas piruetas semánticas y continuo folclore ideológico para justificar su plan de pensiones adelantado.

Apenas han tomado posesión y ya tenemos a ministros encorvados en su trinchera de palabrería barata y caduco mantra antisistema, orgullosos en su condición de portavoces papagayos de las ideas dictadas por el autócrata en cada Consejo de Sumisos. Sólo hay que echar un vistazo a los responsables de Educación, Cultura y Juventud para saber que su elección obedece a un plan estricto y perfecto: horadar el futuro de las nuevas generaciones que, agarradas a una doctrina permanente y sometidas al machaque constante sobre derechos que no existen y obligaciones que no proceden, servirán de granero permanente de sus iletradas señorías.

Volviendo a la sesión que principió la XV legislatura: un repaso a los discursos del Rey y de la Presidenta del Congreso en la apertura de un hemiciclo henchido de golpismo y soberbia, basta para dirimir lo que en España se está jugando: o la continuidad de unos símbolos, tradiciones y valores enmarcados todos en el frontispicio constitucional del perdón y la concordia, la legitimidad social y el acuerdo político, o la irrefrenable pendiente hacia la republiqueta autócrata de taifas reunidas. La diversidad a la que apeló Francina, o sea, Sánchez, es la diversidad del privilegio, en la que el apellido define tan costumbrista nombre, una de tantas formas en la que la izquierda oculta sus incoherencias y miserias ideológicas. La vergonzosa genuflexión de la tercera autoridad del Estado hacia un partido tan orgulloso de su historia como deudor de ella y el acompañamiento palmero del letrado mayor de la cámara, aplaudiendo cuando no debe y sonriendo cuando no toca, evidencian que España será ya lo que la monarquía aguante.

Y en esa causa, el Rey, siempre en su justo término y lugar, usó términos que parecían repetitivos no hace tanto, por el momento de estabilidad y sosiego que reinaba en el país y ahora estremecen escucharlos en cada intervención del monarca. Palabras como «convivir», «libertad» o «España unida» representan el preocupante contexto que vivimos, donde la democracia sigue bajando enteros en esa gradación que mide la salud de un país. Poco a poco, ley a ley, nombramiento a nombramiento, las instituciones, poderes y cargos del Estado obedecen a una causa, un mandato y unos designios, reunidos todos alrededor de una persona tan acostumbrada a la loa y la reverencia que sólo le queda un obstáculo que salvar para cumplir sus ominosos fines: violentar, provocar y alterar a la institución que, hoy por hoy, mejor representa la defensa de la democracia liberal y el Estado de derecho: la monarquía y su Rey. Si quieren molestar y violentar a Sánchez, defiendan a Felipe VI.

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