Y al 33er año… Montesquieu resucitó

Albert resistió coherentemente… y ganó

Albert Rivera
El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera (Foto: EFE).

Todo hombre que tiene poder se inclina a abusar del mismo, va hasta que encuentra límites. Para que no pueda abusar del poder hace falta que, por la disposición de las cosas, el poder detenga al poder—.

Aunque esté más viva que nunca, esta afirmación no es de aquí ni de ahora sino de hace más de 300 años. Salió de la ilustre boca de uno de los padres inspiradores de la Revolución Francesa (aunque cuando se consumó esta orgía de libertad llevaba treinta y tantos años muerto), Charles Louis de Secondat. Cuando le facilitemos este nombre a los cien mil hijos de la LOGSE, concluirán que se trata de un jugador del PSG. Cualquier representante del podemizado periodismo patrio sostendrá enfervorizadamente que es un poeta de ese 68 francés del que viven eternamente sin saber exactamente qué es. Pero en realidad pocos discernirán que Secondat, seudónimo que empleaba por cierto el ilustre catedrático granadino y ex presidente del Constitucional Jiménez de Parga, es el padrino de la división de poderes. Que no el padre porque esta muy democrática costumbre es más bien copyright de esos ingleses que, para más señas, la aplicaron antes que nadie con un par de palabras que lo resumen todo: checks and balances o, lo que es lo mismo en román paladino, controles y contrapesos. Ésta, por cierto, es la base de las más grandes y puras democracias del mundo: la estadounidense y la británica.

La férrea división de los tres poderes clásicos es directamente proporcional a la calidad de una democracia. De tal manera que el Legislativo controla al Ejecutivo, el Ejecutivo al Legislativo y el Judicial a ambos dos, que diría un cursi de manual, y ambos dos al Judicial. Un círculo virtuoso como pocos. Cuando el Poder Judicial está en manos del Ejecutivo, malo-malísimo para las libertades. Y no digamos ya cuando el Legislativo y el Judicial están subordinados al Ejecutivo. Ahí vamos a la dictadura, pura o travestida, pero dictadura al fin y al cabo. Venezuela, Cuba e Irán, los países preferidos del político con piños color carbón, Pablo Iglesias, son el paradigma de esta última modalidad de régimen. Aquél en el que sólo manda el Ejecutivo y en el que el Legislativo y el Judicial son meras comparsas del primero.

En este caso, y sin que sirva de precedente, en el punto medio no está la virtud. Sólo Reino Unido puede presumir de ser una democracia como Dios manda. Allí Downing Street tiene poco que decir en el nombramiento de los magistrados y de las cortes supremas. A nadie se le ocurre meter mano al Poder Judicial porque sabe que es mejor la contención que el chorreo que te caerá por intentar quebrar las reglas que han hecho de aquella democracia la más auténtica del mundo. Estados Unidos, Francia, Alemania o España son democracias, claro está, pero menos que ese Reino Unido en el que los políticos no meten sus sucias manos en el tercer poder del Estado so pena de salir abrasados. Trump nombra a los magistrados del Supremo, Macron tres cuartos de lo mismo, Merkel más-menos y aquí Sánchez lo hace por personas interpuestas, sus diputados.

España fue desde 1978 hasta 1985 un oasis más parecido al Reino Unido que a los países con los que limitamos al norte y no digamos al sur, Estrecho mediante. En aquellos años de belleza democrática los jueces elegían a los jueces. No había riesgo ni tentación alguna de que un magistrado del Supremo resolviera una cuestión jurisidiccional en función del color del partido que lo había aupado al puesto directa o indirectamente. Gozaban de la auctoritas inherente a cualquiera de los Cristianos Ronaldos o Messis de la Justicia que pueblan en el Supremo y obviamente también potestas. Ahora la potestas está delegadas por parte de los políticos.

Alfonso Guerra, que como el buen vino ha mejorado con el paso del tiempo, se puso manos a la obra para desmontar un Poder Judicial que se negaba a obedecer las órdenes emanadas desde La Moncloa de los 202 diputados. “Hay que meter en vereda a estos magistrados fachas”, solía comentar el vicepresidente más presidente que haya habido nunca jamás. Los grandes popes de la Judicatura no eran fachas o rojos, eran simplemente independientes. Su deber supremo era la ley. Y eso ponía de los nervios al fan de Machado y Mahler.

El que nombra, manda, y obviamente el que es nombrado jamás va a morder la mano del que le ha digitado para un cargo

La letra y, sobre todo, el espíritu de la Carta Magna prescribían que “doce de los 20 miembros del Consejo General del Poder Judicial” debían ser elegidos “entre jueces y magistrados”. Lo cual llevó a interpretar correctamente el deseo del legislador constituyente: que la muy absoluta mayoría del CGPJ debía ser cooptada por miembros de la carrera. Hasta que a Don Alfonso se le inflaron las gónadas y proclamó:”¡Hasta aquí hemos llegado!”. Eliminó a divinis las prerrogativas de la Magistratura y desde entonces al Gobierno de los jueces lo han elegido… los políticos.

Consecuencia: prácticamente nunca se ha condenado a un diputado o senador por casos de corrupción en democracia. Sólo les pilló el toro, y en el año de la Tana, al senador Josep Maria Sala y al diputado Carlos Navarro por el megalatrocinio de Filesa y a José Barrionuevo por dos salvajadas: secuestro y terrorismo de Estado. ¡Díganme ustedes un caso reciente, sólo uno, no pido más, de políticos nacionales protegidos por esa vergüenza medieval que es el aforamiento que haya dado con sus huesos entre rejas! El que nombra, manda, y obviamente el que es nombrado jamás va a morder la mano del que le ha digitado para un cargo en un CGPJ que es el que decide quién asciende y quién no, quién llega al Supremo y quién no y quién es sancionado y quién no. Casi nada. Como apostillaría aquél, todo está atado y bien atado. O como recuerdan que suscribió tan irónica como tiranamente Alfonso Guerra en el mismísimo 85: “¡Montesquieu ha muerto!”. No sé si es leyenda urbana, si pronunció semejante frase, el caso es que si no lo dijo sí lo hizo.

El espectáculo que han dado en las dos últimas semanas los dos grandes partidos más ese viejo prematuro que es políticamente Podemos es sencillamente delirante. Vomitivo más bien o tal vez pornográfico. Es un ejercicio de lesa tiranía colocar etiquetas políticas a los jueces o echar mano de esa imbecilidad maniquea de dividir a sus señorías en “progresistas” y “conservadores” que, por cierto, en OKDIARIO está prohibida. Pensar que un magistrado o una magistrada van a aplicar la ley en función de su ideología es una barbarité en el 95% de los casos, entre otras razones, porque hay instancias superiores que les tirarán de las orejas si se guían por la política y no por la norma y su carrera se irá al carajo.

Provoca arcadas eso de digitar al presidente del CGPJ antes de elegir a quienes teóricamente lo tienen que elegir

Los ciudadanos están literalmente hasta las pelotas de los políticos y consecuentemente de los tiranuelos vestidos de demócratas. Cualquier demócrata de pro no traga ya con esa costumbre bananera de designar al Gobierno de los jueces por cuotas de poder político. Que luego pasa lo que pasa, que todos se van de rositas. Desde Felipe González, señor X de los GAL, hasta el autor intelectual de la caja B del Partido Popular, José María Aznar, pasando por el Pablo Iglesias de un Informe Pisa que a cualquier político europeo le hubiera costado una condena penal. Y así no hay democracia digna de tal nombre.

Provoca arcadas eso de digitar al presidente del CGPJ antes de elegir a quienes teóricamente lo tienen que elegir, uséase, los miembros del CGPJ. Eso sí que es cloaquil por mucho que en este caso se optase por el mejor de los mejores: Manuel Marchena. Un Manuel Marchena que ha sido coherente e independiente en el tramo final de una maratón que ha terminado como el rosario de la aurora abonando el terreno a los que, como Podemos, quieren cargarse el Tribunal Supremo para eliminar obstáculos de cara a la instauración de un nuevo régimen. ¿Qué tiene —me inquiero yo— de diferente este sistema de elección respecto al que ha regido en los últimos 33 años? Respondo por mí y por ustedes: nada. Por eso entiendo y no entiendo el considerable quilombo que se ha armado. Es lo de siempre.

Tan cierto es que la negociación del inteligente y honrado Catalá fue mucho mejor de lo que mantiene la opinión publicada, entre otras cosas porque con la reforma de Gallardón el presidente del CGPJ es una suerte de minirrey Sol, como que el único que ha trasladado a las moquetas del Parlamento el sentir de Juan Español es Albert Rivera. Y eso que el presidente de Ciudadanos podría haber exigido incrustar el sello naranja en uno o dos de los nuevos miembros del CGPJ. Pero antepuso el deber al poder… y ha ganado. Gracias a él y a la torpeza congénita de PSOE, PP y Podemos ya nada será igual. Montesquieu ha resucitado apartando las sucias manos de los políticos de un Poder Judicial que nunca más será digitado desde Moncloa, Ferraz, Génova 13 o el casoplón de Galapagar. Se acabó el mangoneo. No hay mal que por bien no venga.

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