Adiós Ciudadanos, Vox en la UCI

Adiós Ciudadanos, Vox en la UCI
Adiós Ciudadanos, Vox en la UCI

Ni unos, los agónicos resistentes de Ciudadanos, ni los otros, los bizarros pintureros de Vox, parecen, cuatro días después de la revolución andaluza, haber aterrizado en la realidad. Los primeros insisten en seguir existiendo, a bocanadas, pero existiendo; los segundos, se reafirman, puertas afuera, en que su resultado ha sido más decente: “Hemos ganado en escaños y votos”, argumentan. Ciudadanos no se ha dado cuenta de que, en puridad, están muertos; Vox lo más que reconoce es que “en algo hemos fallado”. Los habitantes de la casa deshabitada (libro memorable de Jardiel Poncela, autor al que el PSOE asesinó ochenta años después de su fallecimiento) son ahora estos infortunados militantes de un partido que fue incluso opción de gobierno, y que se niega a entregar la cuchara porque -dicen sus jefes- “tenemos muchos concejales y parlamentarios a los que cuidar”.

Los aguerridos/as soldados de fortuna de Abascal aún no se han bajado del guindo del que cuelga una verdad como ésta: “Chicos, ya no sois necesarios”. Los últimos de Ciudadanos se aprestan a cobrar los postreros diezmos de la política mientras resucitan sus despachos o sus comercios, y esperan a que sus hermanos mayores, de los que un día abjuraron, les llamen por lo menos para recibir una pequeña sinecura. Los extrovertidos chicos del capitán Abascal aún confían en abandonar los cuidados intensivos de Andalucía, y presentarse de nuevo ante el público en general como los agentes de la regeneración patriótica, acompañados, eso sí, por sus palmeros de la horrenda secta de El Yunque y de los desaparecidos talibanes de “Hazte oír”. Por cierto: ¿dónde estáis Arsuaga y vuestros dineros?

Ambos partidos en el arroyo, casi al unísono, recuerdan la historia de aquel excelso dibujante francés de finales del XIX y principios del siglo XX, Jean Louis Forain, al que su médico le visitaba, agonizante, animándole con embustes caritativos como “¡Qué buen color tiene usted hoy amigo mío!” mientras la palmaba a chorros. Ya en las postrimerías el enfermo se cansó de tanto arrullo y replicó al galeno, entre satírico y terminal: “Lo comprendo, doctor, muero curado”.

Las menguadas huestes de Arrimadas están extinguidas gracias a su ingente labor de suicidio pertinaz realizado durante tantos años; los fervorosos de la andanada política, tipo el boina verde Ortega Smith o cosa así, pregonaron durante toda la campaña electoral del Sur que ellos, Vox de su corazón, iban a rebasar con creces el dintel de los veintidós escaños, algunos incluso profetizaron los veintisiete. Pero no se lo creían ni ellos: en el partido y en el Grupo Parlamentario del Congreso, se echaron una porra, a la manera de a ver quién gana este domingo al Real Madrid, y la mayoría de los jugadores profetizaron ¡catorce diputados! Ya se ve que acertaron el pleno al catorce precisamente. No hay noticia, eso les va a salvar, de que la dirección tomara represalia alguna contra los cenizos incrédulos.

Los unos, Ciudadanos, se aprestan a barrenar su marca de siempre para utilizar el ingenio del liberalismo, al que por ejemplo al abogado del Estado, Edmundo Bal, le cuadra como a un Cristo unas pistolas (lo escribo con perdón de los infumables teólogos de la liberación). “El nombre se ha quedado arrasado”, manifiestan desde dentro los naranjitas decolorados como un limón murciano. Imposible menester el que pretenden ahora: resucitar con otro nombre. Y, ¡ay de los otros! Entre estos, los más lúcidos, están en el consabido “Ya lo decía yo”. Y, ¿qué decían ellos? Pues que Macarena Olona, la Juana de Arco de Salobreña, no era la candidata más apropiada para este endoso, que era más apropiado un oscuro militante de Cádiz, que, por lo menos, ni siquiera como componente de la más osada chirigota del Carnaval, retaría, como lo hizo Olona, a Juanma Moreno, con esta invectiva: “Diga usted si se compromete a ser vicepresidente del Gobierno presidido por mí”.

Ahora, los que tiene un poco de seso y no están confundidos por las consignas de los autores intelectuales, los cruzados del alavés Santi Abascal, se temen que en poco tiempo la altanera Olona, bostece discutiendo en el Parlamento regional sobre la llevada de aguas al más recóndito pueblo andaluz, y se vuelva a Madrid a la vera de un destino en la Abogacía del Estado similar al de Vizcaya, al que ha renunciado por el momento. Todo lo que quiera Dios.

Estos y los otros no están en disposición de mirar al frente y decir: “¡Coño, esto ha cambiado! La soberbia de Vox, con tantos fanáticos hipócritas como instructores, y la necedad política del partido de Rivera, no les permiten recaer en lo que ha pasado hace cuatro días en Andalucía: un nuevo escenario en el que esas formaciones que venían a salvarnos porque los de la Transición ¡qué malos que éramos!, se han deslizado por la cañería que conduce directamente a los sórdidos sótanos de la escatología. España vuelve donde solía, con un partido, el Popular, que las ha pasado canutas, que tiene aún en la cárcel a forajidos como Bárcenas y Correa, y que ha remontado el vuelo gracias a un dirigente como Feijóo que, por fin, atravesó las Portillas y se asentó en la casa común de Madrid después, desde luego, de negarse a venderla como si hubiera sido siempre la sala de despiece de Jack el Destripador.

El tablero político nacional se ha movido copernicamente, y se ha clausurado este cuatrienio ominoso de Sánchez donde la conciencia nacional, cómplice durante años del desahogado, parece que se ha rehabilitado en una simple convocatoria electoral. Todo el mundo, sin embargo, conoce de qué es capaz este individuo falaz, mendaz e incapaz llamado Pedro Sánchez Castejón. Estemos preparados para cualquier rufianada más, pero, sepan ésto: de vez en cuando España despierta de su letargo, la emprende contra los malhechores, y recupera su destino honrado, eficaz y democrático. Ciudadanos ya está fuera de este proyecto, a Vox, en la UCI, le queda un respirador más, Sánchez está en el corredor de la muerte, y su conmilitona Díaz es aconsejable que se vuelva a su aldea gallega donde se la conoce -me dicen- como la “Cursi malvestida”. Bueno, eso era antes. Lo digo por lo de la ropa de diseño pagada con nuestros impuestos.

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