El Ada prevaricadora

Ada-Colau
Ada Colau en el mitin de Badalona. (Foto: EFE)

Ada Colau desprecia la democracia cuando ésta no le da la razón. Así ocurre en el Ayuntamiento de Barcelona, ciudad que pretende convertir en su sede particular de poder absoluto. Ante sus constantes negativas a aceptar la voluntad general de los grupos consistoriales, la oposición se ha visto obligada a exigir que cada acuerdo se publique en el portal de transparencia. A tenor de la soberbia gestora de la alcaldesa, que roza la prevaricación, esta medida parece la única manera de poder mostrarle a los barceloneses qué cumple realmente el Gobierno municipal. Resulta paradójico que la número 1 de Barcelona En Comú no tenga la humildad de aceptar la opinión del resto de fuerzas cuando para su investidura necesitó los apoyos de hasta tres formaciones: ERC, la CUP y PSC.

La soberbia de Colau les está saliendo muy cara a los ciudadanos. El ejemplo más flagrante es la moratoria que prohíbe la construcción de hoteles. Una medida contranatura que pretende extender hasta 2017 y que supone una herida mortal para el desarrollo económico de la urbe. Barcelona es, junto con Madrid, el destino preferido para los extranjeros que nos visitan. Ante este despropósito, las fuerzas que apoyaron su investidura deberían reaccionar. Poco se puede esperar de los independentistas de ERC y la CUP. No obstante, los socialistas han de diferenciarse de un Ejecutivo local que, al igual que en Madrid, desgasta las siglas de un partido que pretende dirigir España.

La actitud de Colau se define en su ya célebre frase: “No tengo por qué llevar a cabo algo que se ha aprobado en el pleno sin mi voto a favor”. Una veleidad que no sólo afecta gravemente a la situación económica, sino también a los más básicos principios de respeto y concordia sobre los que se sustenta la democracia. De hecho, habría que recordarle a la alcaldesa que sólo contó con el 25% de los votos de sus conciudadanos y que así es aún más flagrante pretender ir de dictadora. Patética fue su decisión de no apoyar el homenaje por los atentados del 11M en Madrid. Tan sólo bajó a la puerta del Consistorio cuando los representantes de las fuerzas constitucionalistas –no estaban tampoco ERC ni la CUP– decidieron secundar el acto. Un contexto por el que Barcelona ha pasado de ser la ciudad vanguardista y abierta al mundo de finales del siglo XX y principios del XXI a un régimen prácticamente feudal, prisionera de la sinrazón gestora.

Este despropósito constante ya destrozó su imagen internacional tras el desastre organizativo del último Mobile World Congress, la cita más relevante en el sector de las tecnologías. Ada Colau demuestra que es una mandataria que huye del interés general y se refugia en el sectarismo de sus filias y fobias personales. Además, para rematar el pasaje del terror en el que está convirtiendo a la capital, regaló cinco edificios a los okupas en un claro menosprecio a todos aquéllos que optan a una vivienda por los cauces legales. Una decisión que ha sembrado el pánico entre los vecinos del céntrico barrio de Can Vies en Sants. Denuncian amenazas, fiestas de madrugada y orines en la vía pública. Crónica de un desastre que roza el delito y que, desgraciadamente, sufren todos aquéllos que residen en la segunda ciudad más importante de España.

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