2019, el año pueril
La cifra prometía, porque los años acabados en 9 han tenido frecuentemente un sitio relevante en los manuales de historia. Del siglo pasado, por ejemplo, testimonian mi afirmación el crack del 29 y el final de nuestra guerra civil, el 39. Naturalmente, me refiero al final del conflicto bélico español, no al ideológico, que sigue muy vivo y rejuvenecido, aunque con importantes cambios en la balanza.
Así arrancaba el año que ahora termina, con tranquilidad, cierta esperanza y una bonita incertidumbre. En general, España no gozaba de mala salud y se mostraba más o menos mansa y amable. La población manifestaba una curiosa apatía, como de disfrute del orden y la disciplina, que se traducía en observadores perezosos en un período de descanso. Doce campanadas, doce uvas, buenos deseos y se cruzará al 2020. ¿Qué ha pasado en estos doce meses?
Durante el año 2019, España ha intentado formar un gobierno bajo su sistema político vigente. Sin embargo, es evidente que el sistema ha fracasado estrepitosamente. Dos elecciones generales en un ridículo intervalo de tiempo no han conseguido que, terminado el año del 9, el país tenga un equipo directivo. Un país sin rumbo fijo, sin un digno capitán, sin las velas desplegadas, con humo negro de fondo, hace saltar todas las alarmas. Y creo que a tiempo. Algo está fallando y es el momento de hacer cambios profundos, trascendentales e históricos, sin miedo.
Nuestra Constitución no está dando la talla. La mente del hombre ha evolucionado más rápido que ella y necesita de una renovación urgente. Españoles de buena fe, con una larga trayectoria profesional impecable versada en leyes, sin intereses políticos partidistas, deberían reunirse pasadas estas fechas festivas y revisar uno por uno cada uno de sus artículos, analizarlos, cuestionarlos, hacerlos reales y aplicables a la realidad actual de un país europeo, que necesita estar a la cabeza del orden internacional, el que le pertenece indiscutiblemente y el que merece.
Se percibe por primera vez un conflicto interno entre la realidad social de un país y su tabla de normas. No hay ajuste posible. Si algo ha quedado obsoleto, hay que reconocerlo y tomar cartas en el asunto. Es algo así como el padre que ve que sus hijos crecen y que el peso de las conversaciones familiares ya no le corresponde a él, y sabe retirarse un poquito y dar paso a las nuevas generaciones, con orgullo y satisfacción. ¿Por qué no hablar de una nueva Ley de leyes de 2020? ¿De qué hay miedo?
Nuestra legislación nos está destruyendo, no se ajusta a las necesidades de convivencia y jerarquía civil, tiene grietas y el agua se está filtrando. Actuemos antes de que nos ahoguen. Los falsos libertadores se han convertido en nuestros tiranos, que están haciendo que el pueblo degenere en populacho, y la fraternidad se confunda con una angustiosa espada sangrienta. En una época de paz, todo está perfectamente en orden, y lo hemos intentado, pero doce meses nos demuestran que no y que no, que no avanzamos bien.
Todo es blando, cobarde, a la espera del mañana; pero nada va a cambiar a mejor, todo va a ir empeorando. El año 2019, al que recibimos con cierta esperanza, el que ahora acaba, el año pueril y aparentemente anodino, nos ha dado la alarma. Es obligatorio escuchar el mensaje rotundo de un aviso de tal magnitud. Un país que no ha sido capaz de formar su gobierno en este período de tiempo es una nación enferma, que no tiene el tratamiento adecuado. Así que, si no quiere morir, sus leyes han de modificarse por los mejores expertos y las cabezas más lúcidas. Algo va mal, muy mal. Feliz 2020, si eso es posible para nuestra nación: España. Cierren los ojos y verán.