Retorcer la historia

Retorcer la historia

El ministro de Educación del Gobierno anterior, Íñigo Méndez de Vigo, sepultó el informe en el fondo de un cajón, y la ministra que le sucedió, Isabel Celaá, después de dar a entender que el traspaso de cartera no había incluido el documento, desautorizó a los funcionarios del Estado que lo elaboraron. Me refiero, obviamente, al informe sobre los libros de texto encargado por el Gobierno a la Alta Inspección del Estado, y que concluyó que en Cataluña, y particularmente en las asignaturas de humanidades, los manuales “contravienen los derechos, libertades y deberes fundamentales recogidos en la Constitución Española y en las leyes orgánicas educativas, incitan al separatismo, ignoran la presencia de Cataluña dentro de España, utilizan elementos del discurso nacionalista soberanista para retorcer la historia de manera aleccionadora”.

El corolario no ha de sorprender a nadie que viva en Cataluña, y no sólo por el conocimiento que, en mayor o menor medida, hayamos podido tener de ese material, a través de nuestros hijos o de forma directa, sino porque se trata de la misma letanía que difunden los medios de comunicación públicos, con TV3 al frente, y que, en cierto modo, caracteriza el discurso hegemónico en la comunidad. No hay nada, en suma, que no forme parte sustancial de la retórica supremacista que, a cuentagotas o a granel, de modo amable o bruscamente, informó las proclamas de los Pujol, Mas y Carod e informa las de los Torra, Puigdemont y Rufián.

Así, por ejemplo, en la Historia de España de segundo de Bachillerato de la editorial Teide, mientras que Cataluña aparece descrita como un país —un país, sí— próspero, dinámico y moderno, el resto de España suele explicarse a partir de palabras como jornaleros, campesinos, paro y, en general, toda una semántica del atraso. Y en el de Vicens Vives, las referencias al catalanismo van acompañadas de adjetivos positivos como democracia, tolerancia, evolución, reivindicación, libertad, soberanía, progreso, autonomía…; en cambio, la relación Cataluña-España se halla anclada a keywords como opresión, descontento, prohibición, menosprecio, humillación, protestas, dictadura, ocupación. Una auténtica genealogía del autoritarismo. De la lectura de este peritaje, por lo demás, se infiere un hecho en el que nunca se insistirá lo suficiente, y es que la verdadera inmersión ha sido ideológica. No en vano, más allá de la coerción, del atentado contra la libertad que supone imponer el catalán como lengua vehicular, de la sinrazón de que en una comunidad española no pueda estudiarse en español, lo crucial en la estrategia nacionalista ha sido la inoculación en el alumnado de la idea de que Cataluña y España son entidades distintas, inexorablemente distintas, allanando el aula para que el desprecio por España y los españoles tenga credencial de normalidad.

La reacción de PP y PSOE ilustra de manera ejemplar lo que ha sido la actitud de ambos partidos ante el catalanismo prácticamente desde que nuestra democracia diera los primeros pasos. Mientras los primeros ocultan la verdad para no incomodar a la bestia, los segundos, más desenvueltos, niegan su existencia misma. Sólo así cabe entender que Celaá acuse a los autores de “falta de rigor” y, en el colmo de la estulticia, invoque la libertad de expresión para no retirar de inmediato unos libros que no son sino una pieza maestra de la denominada construcción nacional. Lo de Celaá y Méndez, en fin, no parece peor que  según qué corrupciones. Tan sólo cabe recordar que en la enésima cesión al chantaje con que la izquierda pretende dar por acabado el procés, está previsto el blindaje, es decir la impunidad, de esta clase de enseñanza.

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