Tú eliges, Pedro: ¿control o ruina?
El Gobierno actúa de manera temeraria si en Bruselas promete cumplir con el control del déficit pero, al mismo tiempo, negocia con Podemos la manera de desbordarlo. Esas trampas al solitario condenarían la credibilidad de nuestro país, amén de cercenar la espectacular evolución económica de los últimos años. En concreto, España ha crecido en el último trienio a más del 3% de manera constante y se ha situado a la cabeza de las principales economías de Europa. Una mejoría que ha supuesto mucho sacrificio a todos los españoles como para que Pedro Sánchez la ponga en riesgo por pagar apoyos políticos con el objetivo de asentar la viabilidad imposible de su Ejecutivo de 84 diputados.
El presidente tendrá que elegir: o cumple con el compromiso inexorable que tenemos con la Unión Europea o lleva a España a la ruina por dar pábulo a las aspiraciones de derroche económico que, aparejadas a su perniciosa propaganda, caracterizan a los populistas. Sánchez lo tiene fácil para acertar con la receta económica: seguir los pasos del Partido Popular en los últimos años y respetar la reforma laboral de Fátima Báñez. Así de sencillo. Cualquier ocurrencia supondría un golpe mortal a nuestra prosperidad. Especialmente si los acuerdos puntuales se establecen con la formación que dirige Pablo Iglesias, auténticos expertos en el cuestionable arte del disparate.
Cabe esperar que el criterio de una profesional de primer nivel como la ministra de Economía, Nadia Calviño, prevalezca sobre cualquier veleidad. En ella confía Bruselas y de esa confianza —no nos engañemos— depende España de un modo perentorio. Modificar el control del déficit público nos podría retrotraer a los ruinosos tiempos económicos de José Luis Rodríguez Zapatero, cuando superamos el 11,2% del déficit público, se congelaron las pensiones y nos sumimos en la crisis más pertinaz desde la Transición. Un descontrol que, por otra parte, no se subsanaría con más impuestos, tal y como han sugerido en alguna ocasión los socialistas. España debe optar por un futuro de crecimiento, no por la vacua promesa de un mayor gasto, ya que sería el previo de nuestra ruina económica.