El Ku Klux Klan catalán de Sánchez y Cuixart
Con la detención de los cuatreros de Òminum y la ANC, el poder judicial ha amputado a Puigdemont su enclenque virilidad política. El único vigor movilizador que se le presumía a un hombre de talante cobarde a quien, al igual que a los Jordis, nadie le votó jamás. El auto de la juez Lamela ha partido, además, la herramienta de extorsión del poder fáctico separatista que necesita que corra la sangre sin que el charco empape sus escaños para victimizarse bajo la lente del periodismo internacional. Las de Sánchez y Cuixart son las organizaciones encargadas de transformar la flagrante violación de los derechos civiles, parlamentarios y constitucionales más grave de la última década. Òmnium y la ANC son las cuevas de los ladrones de Convergencia para capitalizar la movilización callejera con el odio que ya ha abierto en canal a una sociedad entera. La causa del catalán contra el resto de los españoles es, como la causa aria contra los negros, supremacismo de manual. El volem votar de Sánchez y Cuixart no es otra cosa que xenofobia megalómana con el anhelo de convertirse en un derecho mundial.
Cinco minutos de silencio fue el tiempo convocado el martes por el Gobierno de la Generalidad de Cataluña junto a lo que queda de Òmnium y la ANC en señal de protesta por las detenciones de los Jordis. Sin embargo, un minuto, uno, fue el tiempo de duelo que la Generalidad de Cataluña convocó por Francisco López, Bruno Gulotta, Luca Ruso… y el resto de las 17 víctimas de los atentados de Barcelona y Cambrils. Justo antes de que Quim Forn corriera a separar el ADN post mortem para saber cuántos atesoraban la pura raza catalana. Cinco minutos para los matones de la Comunidad Nueva. Uno de ofrenda para los muertos de La Rambla y sus familias. Se trataba de otro extraordinario ejercicio de coherencia con el nivel de erudición batasuna alcanzado por un estamento que ha dirigido, a través de estos dos sujetos, el asedio durante un mes a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, a los hijos de los guardias civiles de San Andreu de la Barca y a la prensa “española” por ser estos los restos de dignidad española en la calle cuando el Gobierno nacional no aparecía.
Al bucear en el pasado de Jordi Sánchez llama la atención lo difícil que resulta comprobar de qué parte de Andalucía son sus padres y abuelos y, sin embargo, lo fácil que es encontrar al gánster que era ya en los 80 cuando se adhirió a las razones argumentadas por HB para lamentar los muertos. Pero, al mismo tiempo, culpar a la Policía por no haber desalojado intencionadamente el centro comercial. Fue con los batasunos y el MDT —brazo político de Terra Lliure— con quienes aprendió que la violencia aplicada de forma serena y selecta podía garantizarle el amparo de lo público.
Ahora, ya en la cárcel, Sánchez y Cuixart están totalmente amortizados por el separatismo. Me recuerdan mucho a aquellos presos etarras que, en los años de plomo, eran mano de obra barata de la dirección de HB. Los listos acabaron salvando su culo sin importarles los 450 reos que, poco a poco, fueron pereciendo por el olvido oportunista y la enfermedad. En el mejor de los casos, su destino alternativo sería convertirse en los mártires de 5.000 lobotomizados de su Ku Klux Klan catalán. Igual de relevante que pasar a la historia como Bolinaga de los bildus o la vaca sagrada de Tarun Chopra.