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Este «unicornio marino» está desapareciendo de la superficie, y los expertos ya piden medidas para frenar el desastre

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Narval. Foto: Antartica Cruises.
  • Manuel Morera
  • Periodista y fundador del pódcast V9, el programa de F1 más escuchado de España. Universidad de Valencia y Radio 3. Anteriormente en ElDesmarque, Levante TV y Las Provincias.

En el océano existen especies impresionantes. Por ejemplo, el animal que más ruido emite del planeta. Sin embargo, pocos parecen tan sacados de un cuento de fantasía como el narval, conocido como el unicornio marino.

El narval es de los animales más enigmáticos de la Tierra, pero cada vez cuesta más verlo en la superficie del Ártico. Lo que más les caracteriza es su largo colmillo en espiral, pero este cetáceo ha empezado a cambiar sus hábitos.

No lo ha hecho debido a una evolución natural, sino a que el aumento del ruido provocado por la actividad humana está alterando su comportamiento hasta poner en riesgo su supervivencia. Las consecuencias para el unicornio marino pueden ser irreversibles.

El ‘unicornio marino’ ya no se deja ver en la superficie del Ártico por culpa de la humanidad

Los narvales (Monodon monoceros) habitan en las frías aguas del Ártico y dependen del sonido para orientarse, comunicarse y detectar cambios en su entorno.

Cualquiera que lo observe pensaría que tiene un cuerno como el de un unicornio, pero realmente se trata de un colmillo en espiral que puede superar los dos metros de longitud.

No  sólo es un rasgo estético, sino un órgano sensorial con millones de terminaciones nerviosas que actúa como un sofisticado radar biológico.

El problema es que la intensificación del tráfico marítimo ha roto el silencio que durante siglos caracterizó a estas regiones. Por ejemplo, el transporte marítimo es el responsable del 95% del ruido continuo submarino.

A ello se suman fuentes de ruido impulsivo como las prospecciones sísmicas con cañones de aire comprimido, los sonares militares o los martillos pilones utilizados en parques eólicos marinos.

Este ruido constante provoca un elevado nivel de estrés en los narvales, que reaccionan alejándose de la superficie y modifican de forma drástica su comportamiento natural.

La medida desesperada de los narvales para huir del ruido en el Ártico

Para escapar del ruido, los narvales se ven obligados a realizar inmersiones extremas que superan los 2.000 metros de profundidad.

Durante estas maniobras, su organismo entra en un estado límite. El ritmo cardíaco desciende a menos de cinco latidos por minuto, frente a los aproximadamente 60 latidos que alcanzan cuando se encuentran en superficie.

Este esfuerzo fisiológico extremo es un riesgo elevado para una especie que ya está catalogada en peligro de extinción. De hecho, la repetición de estas inmersiones profundas puede provocar fallos orgánicos y aumentar la mortalidad.

Lo peor es que el problema no deja de crecer. La futura minería submarina impulsada por Estados Unidos y la intensificación de la denominada ruta de la seda polar, promovida por Rusia y China, amenazan con multiplicar el número de grandes buques que atraviesan aguas árticas.

Qué podemos hacer para proteger el futuro del ‘unicornio marino’

A pesar de que existen soluciones técnicas para reducir el ruido submarino, su aplicación sigue siendo limitada. Reducir la velocidad de los barcos es una de las medidas más eficaces.

Una disminución del 10% en la velocidad puede rebajar el ruido hasta un 40%, mientras que un recorte del 20% lo reduce alrededor de un 70%. Además, estas medidas permiten ahorrar combustible y reducir las emisiones.

Por todo ello, organizaciones como WWF, Greenpeace, Oceana, Ocean Conservancy y Seas at Risk coinciden en el diagnóstico: si el mar no recupera su silencio, especies emblemáticas como el narval, la beluga o la ballena franca del Atlántico Norte podrían desaparecer para siempre.

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