Catando el Mundial

Vamos a volver delgados del Mundial de Qatar

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Francisco Rabadán
  • Francisco Rabadán
  • DOHA
  • Enviado especial
  • Redactor jefe de deportes. He tenido la oportunidad de cubrir dos Juegos Olímpicos, varios Mundiales de distintas disciplinas y algún que otro All-Star de la NBA con los Gasol. De Córdoba y sin acento.

Lejos del glamour de los rascacielos y los restaurantes caros, el Mundial de Qatar tiene un lugar reservado donde los periodistas sobrevivimos como soldados de fortuna. En episodios anteriores os presentamos el IBC (Ciudad de Periodistas) del evento y hoy os queremos enseñar el comedor donde, al menos, una vez al día hacemos una comida.

Pagamos religiosamente por entrar al buffet unos 13 euros al cambio por un menú en el que tenemos derecho a llenar dos platos de lo que nos quieran servir, postres y bebidas. Generalmente los que nos ponen el catering nos intentan vender las bondades de sus platos, aunque muchas veces no hay mucho con lo que seducir.

Sin paños calientes, la cosa pinta mal. La estación de poke es de todo menos comida hawaiana, la sopa de pescado no tiene pescado y encima al compañero que va por delante de nosotros tiene que pelear para que le pongan un trozo de cordero en su plato. Nosotros, por suerte, no tenemos esos problemas decantándonos por una ropa vieja que parece un bloque de hormigón.

Avanzamos por las distintas bandejas y la cosa no mejora. El pollo está más seco que la mojama y hasta nos vemos empujados a pedir brócoli para ver si conseguimos al del queso gratinado que lo cubre. Las patatas con cebolla al estilo a lo pobre es lo único que se salva de un buffet que recuerda a un barracón militar y donde falta sustancia.

No es de extrañar que llegando a los postres, los periodistas se lancen como locos a llenar los platos de tartas y algo dulce que llevarse a la boca. Nosotros las probamos sin mucha fe y nos da la razón de que este buffet no pasaría de ninguna forma el filtro de Alberto Chicote. Y así 35 días seguidos estaremos. Como para no querer volver a casa y anhelar comerse una tortilla y un plato de jamón.

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