El pueblo francés llora a sus muertos y teme nuevos ataques terroristas
El pueblo francés comienza a enterrar y a llorar a sus muertos. Todavía queda algo de silencio en las calles, de desconfianza al transporte público y de odio a los que el viernes por la noche decidieron acabar con su vida y con la de muchos inocentes. El presidente, François Hollande, lo tiene claro: ampliará el Estado de Emergencia tres meses más. El ejecutivo piensa ya en las fechas navideñas y hasta febrero, Francia podría vivir tiempos convulsos. Hoy mismo se ha ‘metido en harina’ y ha decidido bombardear Raqqa (Siria). Algo que no ha sentado nada bien a los suyos. A la mayoría de franceses entrevistados por este diario no les gusta Hollande. Dicen que «la guerra solo trae guerra”.
Tanto es así que en el barrio donde sucedieron los atentados este domingo se volvieron a levantar acordonados. “No podéis salir del hotel de momento”, señaló un miembro del Ejército. Habían encontrado el segundo coche con el que los terroristas se dieron a la fuga. Se trata de un Seat León de color negro y la sorpresa fue que estaba cargado de armas. El coche se encontraba a menos de dos minutos del hotel donde los periodistas de Okdiario cubren los trágicos sucesos.
Bataclan de día da más miedo si cabe todavía. En la puerta de la sala de fiestas permanecen unas zapatillas y algo de ropa tirada en el suelo.
Han pasado dos días y continúa la tristeza. Francia entierra a sus muertos. Este domingo los ciudadanos han salido a la calle solo para acudir a rezar en puntos estratégicos. La rue de Charonne, donde se encuentra el restaurante ‘La belle equipe’ protagonista de uno de los escenarios donde se desarrolló el tiroteo entre los terroristas y la Policía. Con ramos de rosas, velas, dibujos, cuadros y muchos mensajes, los franceses demuestran así que ante la tragedia todos son uno. “No os olvidaremos. Je suis París”, es el mensaje más repetido en las pancartas adornadas con corazones.
Los que conocían La Belle Equipe saben que era un restaurante diferente. Acudían muchos padres con sus hijos y por las noches siempre había algún partido de fútbol por el que apostar y ver con los amigos. Son los testimonios de los vecinos que ahora se encuentran sin esa parte en su vida. El restaurante japonés de al lado, Maki, también era un lugar especial. Los dueños eran muy queridos en el barrio porque llevaban mucho tiempo viviendo aquí y, prácticamente trabajando día y noche. Lo que más llama la atención es una rosa roja colgada en mitad del cristal del escaparate. Está metida en un agujero de bala y viene acompañada por un papel que pregunta: ¿el nombre de quién?
Todos coinciden en lo mismo. El terrorista disparó a alguien y ahí ha quedado como prueba su vergüenza. ¿A quién alcanzó esa bala? Nunca se sabrá pero todos comparten el dolor de la familia. Aunque no se conozcan, se abrazan llorando unos a otros. Al otro lado de esa bala se encontraba un inocente que en ningún momento se esperaba lo que sucedió.
El suelo del establecimiento queda cubierto de cristales mal disimulados por los grandes ramos de flores y las velas encendidas. Algunos dejan cajas de cerillas para que no se apaguen en todo el día. La solidaridad y fraternidad del pueblo francés. Algo muy duro, que une, que perfora en lo más hondo con rabia. “¿Por qué a mí?”, se pregunta uno de los familiares de las víctimas a la salida del funeral.
Unos metros más arriba y llegando casi a la sala de conciertos Bataclan, donde se perpetró el mayor de los atentados, está situado un bistro pequeño donde decenas de personas aplauden y se concentran en torno al local. La familia abre las puertas de su restaurante e invita a pasar hasta el interior. A simple vista todo está igual, pero nada más que rodeas las primeras mesas ves el féretro abierto. Ahí yace su hija y permite a todos los ciudadanos que pasen, la vean y la acaricien. «A ella le hubiera gustado», dice la familia. “¿Cómo se puede hacer algo así? ¡Le quedaba toda la vida por delante es injusto!”, gritaba su hermana. Lloros que se transformaron en gritos y tuvo que ser trasladada a otro sitio con una crisis de ansiedad. Dos chicas fueron tiroteadas en la puerta de ese establecimiento cuando los terroristas huían de la Policía. Mucho dolor, continuos abrazos. “No podemos hacer nada más que permanecer unidos”, le dicen sus amigos mientras se abrazan colectivamente.
Bataclan de día da más miedo si cabe todavía. En la puerta de la sala de fiestas permanecen unas zapatillas y algo de ropa tirada en el suelo. Alguien perdió su vida y con ella todas sus pertenencias. Nadie la ha recogido. Guantes de látex por el suelo y vasos de plástico de las copas inacabadas. La policía francesa acompaña a los vecinos de los portales contiguos a la sala deconciertos. Siguen investigando en el interior con ese hedor que a menudo cubre la zona. Se trata de los propios cadáveres apilados, desveló el sábado un agente a este diario.
Los monumentos más emblemáticos siguen cerrados y la Torre Eiffel sin iluminarse hasta esta noche. Pero no llevará esos destellos ni cambios de luz que gustan tanto a los turistas. Será una luz tenue, apuntan desde el consistorio.
Por la tarde tuvo lugar el acto más importante del día. Un funeral en memoria de las víctimas con todo el pueblo francés volcado. Las autoridades desbordadas porque ni ellas mismas esperaban tanto aforo. Tanto fue así que tuvieron que cerrar la catedral de Notre Dame al público porque no daba más de sí, y mira que es grande. Comienza el baile de transistores escuchando lo que estaba pasando dentro. La gente se anima con el frío y comienza a cantar a Santa María. De repente escuchamos sirenas y el ruido de muchos helicópteros pasar sobre nuestras cabezas. Comienzan a llegar las primeras noticias de amenaza de bomba de nuevo, hasta que la propia Policía se encarga de desmentirla.
El motivo fueron tres petardos que se asimilaron a tres “mini explosiones”. Alguien dijo que se había roto una bombilla de un local y que por eso sonó tan fuerte, pero se sigue desconociendo qué fue exactamente lo que provocó tal ruido. Según el Gobierno francés, una vez que se activan los protocolos de Emergencia los petardos están prohibidos. La Place de la Republique era donde habían quedado por la tarde todos los franceses para hacer un gran homenaje a las víctimas. Vuelve la atención a Notre Dame. Termina la misa y el Ejército se encarga de escoltar a las altas autoridades y vigilar el perímetro acotado por el desbordamiento de gente. Cientos de personas se quedaron fueron sin poder escuchar nada. Pero estuvieron rezando y cantando pese al frío. Nada los movía como el día anterior la ofrenda a los pies de Bataclan. Parece ya un lema: unidos, ganamos.
Sin embargo, el miedo persiste. Los ciudadanos hablan entre ellos. Les falta información y su presidente está empeñado en intervenir en una guerra que muchos no quieren. Otros la defienden a capa y espada. “Llegamos tarde”, añaden. El mensaje común es que Francia debe estar preparada para afrontar este tipo de sucesos. Quieren que no se levanten algunas medidas de seguridad que ellos consideran necesarias. Hay miedo. A cada paso se escruta al contrario que pasa. Se cae una maleta y el ruido ensordecer hace que muchos den un respingo en el propio metro; otros se echen a correr. Todavía queda miedo y rabia. No lo entienden pero no van a dejar de ser ellos. Unidos, ganamos. Je suis París.