Monumental hallazgo arqueológico: descubren una utilidad desconocida de las viviendas en el neolítico

En el mundo de la arqueología se trabaja diariamente por reconstruir fragmentos del pasado. Hay hallazgos que confirman lo que se sospechaba. Otros desmontan lo que se daba por hecho y abren preguntas nuevas. Este es uno de esos casos.
En Lepenski Vir, un antiguo poblado a orillas del Danubio, en la actual Serbia, acaban de aparecer pistas que obligan a repensar el sentido de las viviendas neolíticas. Durante décadas, se asumió que esas casas trapezoidales con suelos enrojecidos y hogares de piedra eran simplemente casas. Pero los arqueólogos han descubierto algo que cambia por completo lo que se pensaba.
¿La razón? Bajo 19 de esas viviendas, construidas entre el 6200 y el 5900 a.C., aparecieron restos de al menos 41 neonatos. Enterrados sin ajuar, en distintas posturas y sin un orden claro. Lo más llamativo es que no tenían ningún lazo familiar entre sí.
Descubren en Serbia un uso desconocido de las casas en el neolítico
El equipo que firma el estudio (liderado por Aleksandra Žegarac) extrajo ADN antiguo de cuatro individuos: dos neonatos bajo las casas y dos enterrados aparte, en una fosa. Los resultados mostraron que los bebés del interior de las casas compartían mezcla genética entre los locales cazadores-recolectores y los recién llegados del Egeo. En cambio, los cuerpos de la fosa eran de ascendencia puramente anatolia.
Aquí es donde el rompecabezas toma forma. Si no hay relación biológica entre los neonatos, ¿por qué estaban allí? ¿Por qué enterrarlos justo bajo el suelo de estas estructuras y no en otro lugar?
Una de las hipótesis del estudio es que esas casas no eran del todo casas, sino que eran otra cosa. Espacios donde no sólo se vivía, sino donde también se paría, se despedía a los que no sobrevivían, quizá incluso se llevaban a cabo ritos de paso ligados a la infancia y la muerte.
Los restos se encontraron bajo los suelos de viviendas trapezoidales, siempre en la parte trasera de las estructuras, en fosas poco profundas de entre 20 y 40 centímetros. Las tumbas estaban excavadas directamente en el enlucido rojo del suelo, sin señales visibles en la superficie que indicaran su presencia.
Asimismo, no se trata sólo de entierros aislados. La ubicación, la ausencia de tumbas múltiples, y la falta de objetos personales apuntan a un uso ritual. Hay esculturas simbólicas sobre los pisos y si bien la disposición de los cuerpos no sigue un patrón rígido, tampoco parece al azar.
Por otro lado, los entierros bajo el suelo ya se conocían en Anatolia, pero en Lepenski Vir se nota una adaptación local. Esta es una especie de sincretismo que refleja cómo se mezclaban dos mundos: el de los forasteros neolíticos y el de los grupos que llevaban siglos viviendo allí.
¿Cómo era esa comunidad en el neolítico?
El estudio también aporta datos sobre la dieta de estos individuos. Muestra que en aquel entonces se dio un cambio progresivo, pues pasaron de pescar y cazar a cultivar. Ese giro alimenticio va de la mano con otro cambio más amplio, donde la población crece, las estructuras del asentamiento se vuelven más complejas y aparecen vínculos genéticos entre comunidades distintas.
Con este descubrimiento queda claro que Lepenski Vir no fue una aldea cualquiera, sino que se presentó como un cruce de caminos. Un sitio donde se ensayaban nuevas formas de vivir, de convivir y de morir.