25 años de la victoria de Aznar: cómo España pasó a crear más empleo que Alemania, Francia e Italia juntas
Sólo 12 de los 40 millones de españoles trabajaban cuando el primer presidente del PP llegó a La Moncloa
El PP aventajó en apenas 290.000 votos a un PSOE sacudido por los escándalos y la economía tras 14 años de poder
Pasada la medianoche del 3 al 4 de marzo de 1996, cuatro hombres y una mujer salían al balcón de Génova, en el edificio que pronto dejará de ser la sede del PP, para celebrar el primer triunfo del partido en unas elecciones generales. José María Aznar y su esposa, Ana Botella, Rodrigo Rato, Francisco Álvarez-Cascos y Mariano Rajoy unían sus manos, brazos en alto, mientras miles de militantes les aclamaban desde la calle.
Tras 14 años de socialismo ininterrumpido, con la economía de mal en peor y un PSOE asediado por los escándalos de corrupción, por fin el PP había ganado unas elecciones generales. El acceso del centroderecha al poder cerraba el círculo de la Transición. La victoria venía anticipada por el triunfo en las elecciones municipales del año anterior, cuando Aznar llenaba plazas de toros como la de Valencia apelando a un proyecto nacional en el que España, la política y su futuro “también dependan de una dimensión moral profunda” porque “el cambio por sí solo no garantiza el progreso ni la recuperación”.
Sin embargo, la primera victoria de ámbito nacional dejaba un sabor agridulce en los dirigentes del PP que no se dejaba traslucir en el balcón de Génova. Se había producido por estrecho margen, apenas 290.000 votos. Como “una dulce derrota” la recibió Felipe González. Una “victoria pequeña” reconocería Aznar años después. 156 escaños en el Congreso de los Diputados dejaban a la formación del centroderecha a 20 de la mayoría absoluta. Por tanto, necesitada de pactos para la investidura de Aznar y la estabilidad de su Gobierno.
Para eso estaba Jordi Pujol. Para lo que había estado siempre cuando el primer partido nacional le necesitaba. El nacionalismo catalán había sostenido con respiración asistida a un PSOE agonizante en 1993 (las primeras elecciones que González no ganó por mayoría absoluta) y se disponía a ser socio de Aznar en su primera legislatura.
«Alguien tiene que gobernar»
Cuenta José María Aznar que Pujol siempre le dijo que le apoyaría cuando el PP alcanzara en las urnas un voto más que el PSOE y “así se lo recordé después de las elecciones de 1996”. Lo explica el ex presidente del Gobierno en Retratos y perfiles (Planeta, 2005): “Es verdad que no podíamos gobernar solos, pero también teníamos una gran oportunidad para superar algunas deficiencias históricas de articulación del centroderecha español, siendo perfectamente concebible, para mí, la colaboración entre el Partido Popular y el nacionalismo catalán de raíz profundamente conservadora”.
En Años decisivos (Destino, 2012), unos de los volúmenes de las memorias de Jordi Pujol, el histórico dirigente catalán asegura que él era renuente al pacto con Aznar y que fue el propio González quien, tras caer derrotado, le animó a ello con este argumento: “Alguien tiene que gobernar. No se puede hurtar la victoria de quien ha ganado en España. Por consiguiente, convendrá que vosotros apoyéis a Aznar con las condiciones que, imagino, le vais a imponer”.
Aznar justifica sus pactos con Pujol: «Teníamos una gran oportunidad para superar algunas deficiencias históricas de articulación del centroderecha español»
Aznar y Pujol se pusieron manos a la obra. La primera reunión se produjo en un molino reformado propiedad de Rodrigo Rato y acabó semanas después en la firma del pacto del Majestic, el hotel de Barcelona donde se rubricó con luces y taquígrafos un documento público. Aznar transfirió a Cataluña (y al resto de las comunidades autónomas) el 33% de la recaudación del IRPF, el 35% de la del IVA y el 40% de los impuestos especiales, retiró a la Guardia Civil de las carreteras en beneficio de los Mossos d’Esquadra, amplió la gestión autonómica en educación, sanidad, empleo y justicia, suprimió el servicio militar obligatorio y los gobernadores civiles.
Pujol rechazó el ofrecimiento de Aznar de incorporar a algún dirigente de CiU al Gobierno de España. Volvería a rechazar la misma oferta cuando Aznar ya ni siquiera le necesitaba tras la victoria de 2000 por mayoría absoluta. “La política de ambigüedad calculada de Jordi Pujol tenía irremediablemente un plazo y una fecha de caducidad (…) Es irremediable que llegue un momento en que haya que elegir entre esta política de compromiso, que desemboca en la integración, y otra que deriva hacia el nacionalismo radical, que conduce al separatismo”.
La herencia y el legado
El pacto con Pujol, y el que selló también con el PNV, permitió a Aznar una legislatura estable para aplicar políticas basadas en tres ejes fundamentales: la austeridad presupuestaria, las rebajas fiscales y las reformas, cuyos frutos le llevaron cuatro años después a la reelección. Cuando el presidente del PP llegó a la Moncloa, de los 40 millones de españoles apenas trabajaban 12 (prácticamente el mismo número de personas que lo hacían a la muerte de Franco en 1975), el déficit público alcanzaba el 6,7% (la cifra más alta de la democracia), la renta por habitante era el 79% de la media europea y España no cumplía ninguno de los cuatro requisitos para la entrada en el euro. Nuestro país era entonces uno de los cuatro conocidos como PIGS (cerdos, en inglés) en los ambientes financieros y comunitarios, junto a Portugal, Italia y Grecia.
Cuando José María Aznar en 2004 decidió ejecutar su promesa (la única de un presidente del Gobierno español) de no estar en el cargo más de ocho años, España tenía 18 millones de empleados, se habían creado más de cinco millones de puestos de trabajo, el presupuesto público registraba superávit, la renta media por habitante representaba el 90% de la media europea, España había formado parte de los países fundadores de la Eurozona y creaba más trabajo que Alemania, Francia e Italia juntas. La prensa mundial acuñó el término de “el milagro español”.