La infanta sobreprotegida
“O sacas la cámara y borras todos los archivos, o te denuncio y te detienen”. Con estas palabras se dirigía a un periodista uno de los dos escoltas que viajó con la infanta Cristina y su marido en el avión de regreso a casa, tras asistir ambos como imputados a la primera jornada del juicio Nóos en Palma de Mallorca. En los nuevos tiempos de la monarquía de Felipe VI, la seguridad asignada a la hermana del Rey, quien no pertenece ya a la Familia Real, utiliza estas dialogantes y demócratas maneras para evitar que se grabe al matrimonio Urdangarin-Borbón.
Compañeros del Programa de Ana Rosa decidieron cubrir la vuelta a Ginebra de los ex duques de Palma. Tras varias horas de averiguaciones, ya en salidas de Son Sant Joan, comprueban que entran por la puerta reservada a Autoridades. Los periodistas habían reservado pasajes en el vuelo a Zúrich de la compañía Swissair que partía de Palma a las 14.50 y tras pasar los controles habituales, se dirigieron a la puerta de embarque. Mientras esperaban la entrada hacia el finger que los llevaría al avión, vieron por la ventana cómo cuatro personas bajaban de un monovolumen que acababa de detenerse a pie de escalerilla: eran Iñaki y Cristina acompañados por dos escoltas. Ellos eran los primeros en embarcar y minutos después, el resto del pasaje.
“El primer encontronazo llegó cuando un policía, que nos esperaba agazapado en las primeras filas reservadas a la clase business, nos advierte que como se nos ocurriera grabar una imagen, la Policía nos paraba en Zúrich y no podríamos coger el vuelo de enlace a Ginebra”, me narra uno de los reporteros.
La pareja volaba de vuelta a Ginebra vía Zúrich y había que cambiar de avión. La amenaza era clara: si los grabáis, al aterrizar os quedáis allí. Tragaron saliva y se dirigieron a sus asientos. Uno de ellos viajaba en turista y se sorprendió ver que la infanta y su marido, también: fila 5 y fila 6. Cristina, en pasillo, asiento del centro vacío, y en ventanilla otro viajero. En la misma fila pero al otro lado, su escolta. Urdangarin ocupaba la fila de atrás de su mujer junto al otro policía. Ya los tenían localizados. Explica el periodista que pasaban bastante inadvertidos ya que nadie los vió entrar y ella permanecía cabizbaja, tanto que no se percató de su presencia. “Iñaki sí me vió. Le saludé y le pregunté qué tal había ido todo. Me contestó que bien”.
A los pocos minutos de despegar, uno de los policías pasó a la zona de business y se plantó junto al otro reportero que ocupaba una plaza en esa clase. Hay que proteger a la infanta. Se sentó a su lado sin avisar y le increpó: “A ver, saca la cámara. ¿Eres periodista?”. No daba crédito: un tipo que viajaba en turista, se presenta en business —como si de un upgrade repentino se tratase— y empieza a amenazarle. “Una de dos: o sacas la cámara y borras todos los archivos o te denuncio y te detienen”. Muy tenso pero ofendido, se atreve a decirle que primero se identifique. El policía no tardó un segundo en aplacar el arrojo del cámara, quien se imaginó detenido en el aeropuerto de Zúrich en el instante que le mostró su identificación. Aplacado por la placa, tuvo que mostrarle la cámara y le obligó a borrar todos los archivos. Imagino su frustración. Madrugón, horas de trabajo, seguir la pista a la noticia, apostar por una imagen que todos los medios buscaban y cuando lo consigues, la placa implacable te acongoja y todo queda en nada.
Me asegura quien lo vió, que la infanta era quien dirigía al escolta. “Ella era la que controlaba. Iñaki estaba en otra pero la infanta esperó a que el ‘poli’ volviera de business y se sentara a su lado para informarle. La verdad es que no lo entiendo. Nos conoce perfectamente, hemos estado en Ginebra varias veces, nos ha saludado. Con lo fácil que hubiera sido que, al vernos en el aeropuerto, nos hubieran facilitado tomar la imagen de entrada al avión de lejos, sin mayor problema. Hemos sido educados al dirigirnos a ellos, no les hemos molestado, ni puesto en peligro su seguridad ni nada parecido. Lo siento por el otro compañero pero nosotros sí conseguimos grabarles y hemos emitido unas imágenes que hoy, en las circunstancias en que se encuentran, son noticia”, concluye mi compañero.
Este episodio se suma a una larga listas de otros similares vividos por muchos periodistas desde hace años. Claro que tienen que velar por su seguridad y que la prensa suele resultar incómoda cuando no requieres su apoyo para promocionarte. Conozco algunas historias realmente injustas y confiábamos en que los nuevos tiempos trajeran otros aires también en este sentido. Lo más curioso es cómo termina ésta protagonizada por los compañeros de AR y otro reportero y es que una vez borradas las imágenes, el Policía le espeta a mi colega con un torpe: “Qué ética la de tus jefes que os pidan grabarles. Les parecerá bonito. Dejar de molestarla”. A lo que él respondió: “No creo que sea el más indicado para hablar de ética de jefes”.