El Gobierno agrava la tragedia catalana

Pablo Casado
Pedro Sánchez y Pablo Casado en La Moncloa.

De ello escribiré líneas abajo, empiezo sin embargo por lo inmediato: Casado y Rivera acudieron a la llamada de Sánchez con pocas esperanzas esperanza en ser atendidos. El presidente ni siquiera entró en la discusión de una exigencia, perfectamente coherente, que le planteó el líder del PP: «Apoyo total a tu Gobierno pero rompe también totalmente con tus acuerdos con los independentistas en las instituciones catalanes».

El aún jefe del Gobierno hizo algún aspaviento facial y replicó con más morro que Los Platters cantando el imperecedero «Only you», que eso era cosa del PSC, que es un partido autónomo y que él no puede hacer nada al respecto. Tampoco en Navarra. O sea, otro desahogo presidencial. Lo más que sacaron del aún presidente es una promesa de «mucha firmeza» si las cosas aún se ponen peor. Casado encontró a su interlocutor «sobrepasado». Está más que eso; está agravando la tragedia catalana.

Rivera iba dispuesto a sacar a su interlocutor el 155 pero también se quedó con las ganas. Dos colaboradores de ambos líderes significaban que fue otra ocasión perdida, que Sánchez pretende vender que la respuesta del Estado en Cataluña está siendo «proporcional», o sea adecuada a la violencia extrema desatada en el territorio. Y como está siendo tan estupenda la réplica a los terroristas ni siquiera defiende al Rey de Torra. Sánchez no quiere ni oír hablar de la «monserga» (palabrota de Moncloa) del 155 o de la iniciativa de Casado de poner en marcha la Ley de Seguridad Ciudadana. Ya se sabe: Sánchez tiene sus propios métodos. Pero ninguno de los dos opositores se esperaban, dicho sea con toda certeza, alguna respuesta o decisión más rigurosa del aún presidente.

Dos de sus ministros le habían preparado el camino. La vicepresidenta -¡inefable Calvo ¡qué vamos a hacer sin ti!- se descolgó matinalmente con unas declaraciones pidiendo moderación a las partes y en una acto de desvergüenza política sin precedentes, alentando al país entero a votar al PSOE porque, son sus palabras, «es el único que puede garantizar la estabilidad de España». Sin precedentes.

Marlaska por su lado dio un paso más en el asesinato de toda su carrera anterior de juez respetado, y se complació del tino con que se estaba lidiando la algarada monumental, violenta y extendida de Cataluña; «Es una minoría», vino a decir el nuevo prócer del socialismo hispánico. Por no hablar del patético Ábalos. O no sea, por no hablar.

En los aledaños de Sánchez navegan incluso algunos marineros de bajura que se duelen, literalmente, de que desde aquí, desde Madrid, veamos la situación con mayor gravedad de la que se palpa en Barcelona y en toda Cataluña. «Nos dejamos llevar», afirman, por las imágenes de la televisión. Y es que estos mendrugos empiezan a constatar que lo prometido por el gurucillo Redondo y defendido por Sánchez está naufragando por seguir con este lenguaje propio de tsunamis y marejadas políticos.

«Las ‘huríes’ electorales se aglomerarán», dijo Redondo, en nuestras urnas, Pero, ¡ca! No están ocurriendo eso, así que lo último que se les está ocurriendo a tales bodoques es susurrar a los íntimos que las encuestas de caída que publican sus íntimos digitales, son una majestuosa argucia del citado gurucillo para movilizar al encamado votante progresista.

¿Quién defiende al Rey?

Pero la dura realidad retrata otro panorama. Los más sensatos socialistas critican durísimamente a Sánchez y le requieren a que corte todos los vínculos que le atan al secesionismo. Joaquín Leguina lo expresa coloquialmente así: «¿Cómo creer a un tipo que dice estar contra el independentismo y sin embargo gobierna con ellos?». El argumento es idéntico al que maneja el personal, un español de infantería que se alarma ante lo que puede ocurrir mañana con las marchas iracundas sobre Barcelona y que se teme -¡cuidado con este episodio!- y que se adelanta a la encerrona miserable que se le prepara al Real Madrid visite un estadio hostil preparado para la guerra por ese estúpido gobernante del Barcelona que se apellida Bartomeu.

El golpe de Estado de los secesionistas ha llegado a tal extremo de brutalidad y de incoherencia que, al tiempo que privan al Rey de cualquier autoridad le exigen que se reúna con Torra para entablar diálogo. Eso mientras las fotos de Felipe VI están en llamas o con la cabeza boca abajo guillotinada como la de un cualquier Luis XVI en Francia. La Casa del Rey guarda silencio sepulcral porque, encima, no hay quien defienda a Su Majestad. Ni siquiera su propio Gobierno que no se ha tomado la molestia de responder adecuadamente al golpista estúpido de Torra. A Sánchez le viene bien que también al Rey le estén atizando.

Lo último en España

Últimas noticias