Entrevista

Alejo Vidal-Quadras: «Pedro Sánchez ha hecho un pacto fáustico para saciar sus apetitos»

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Alejo Vidal-Cuadras, nacido el 20 de mayo de 1945 en Barcelona, apasionado lector en su juventud de literatura e historia, felizmente casado y con tres hijos, es un político y pensador atípico. Su formación académica, científica, no hacía pensar que en el futuro se embarcaría en una carrera política con la que defender a Cataluña del independentismo y reivindicar derechos nacionales e internacionales. A él tampoco se le pasó por la cabeza. Alguna vez ha puntualizado que «Jamás, pero jamás. Nunca». Ni siquiera en un sueño extraviado.

Doctor en Ciencias Físicas, premio extraordinario de doctorado por la Universidad Autónoma de Barcelona, catedrático de Física Atómica y Nuclear y vocal del Consejo de Seguimiento sobre Seguridad Nuclear y Protección Radiológica de Cataluña (1984-1992), dio el salto a la política en su Cataluña natal. Lo hizo durante la Transición, cuando el gusanillo despertó en él. Fue a principios de los años 80, a sus treinta y pocos años, siendo secretario del Club de Opinión Prisma.

Allí, entre charlas y conferencias sobre temas de orden social, político y económico, conoció al oscense Durán i Lleida y a Concepción Ferrer (ambos socios del club). Ya sabe usted cómo es aquello de que el roce hace el cariño… Se forjó una amistad y lo invitaron a formar parte de Convergència i Unió (CiU). Seis meses duró aquello. Lo que tardó en ver retratos de Maciá y Companys adornando las paredes de la sede como referentes. Cuestión de dolor de estómago. Así que con sus ideas, valores e ideales, se fue, pero la retirada resultó breve porque Domènec Romera no tardó nada en proponerle que se incorporara a la entonces Alianza Popular para darle un aire más abierto y liberal al partido. Él, hombre de retos, aceptó. Desde entonces, la política y su mujer Amparo (vital, alegre y encantadora por igual), junto con sus tres hijos, han sido su norte.

Presidió el PP de Cataluña desde 1991 hasta 1996, fue vicepresidente del Parlamento europeo, cuando no se sintió a gusto en el PP, se fue. Fundó Vox y allí duró (como diría Sabina) «lo que duran dos peces de hielo en un wiskhy on the rocks». Aquéllos fueron años de duro azote al independentismo catalán y al régimen iraní, apoyando de manera visible al Consejo Nacional de la Resistencia Iraní (tanto que en 2008 fundó el Comité Internacional de Justicia para coordinar las actividades de la resistencia con políticos de Europa y Estados Unidos).

Incluso en estos últimos años, retirado ya del ejercicio de la política, ha seguido cuestionando y señalando a ambos en sus artículos y colaboraciones televisivas y radiofónicas.

El pasado 9 de noviembre, sufrió un atentado, un disparo en la cabeza con el que intentaron acabar con su vida. Este martes, recuperado de una manera asombrosa (aunque nos confiesa que todavía tiene la cara adormecida porque los nervios y músculos están dañados), nos recibe en su casa a mi compañero Paco Toledo y a mí con una sonrisa afable.

No es hombre de sesgos, tampoco de radicalismos. Basta escucharle (pensará como él o no, ése ya es otro asunto). Analítico, reflexivo y consensuador, nos explica por qué está convencido de que fue atacado por un sicario del régimen ayatolá. Hace un año había salido el primero en la lista de enemigos del régimen, «no tomé medidas de protección porque pensé que no se atreverían».

No hubo mención del atentado por parte de ningún Gobierno europeo, ni siquiera del nuestro. No se moleste en buscar. Ni el presidente Pedro Sánchez ni el ministro Marlaska le llamaron ni le escribieron un pequeño mensaje (de una carta manuscrita, ni hablemos). Sólo lo hizo un ministro del que se reserva el nombre. No quiere causarle problemas. Ya ve usted. Así está este país nuestro, bronco de confrontación permanente, del sálvese quien pueda como pueda, en el que ni un intento de asesinato rebaja los ánimos un mínimum minimorum como para dedicar unas palabras de apoyo y atención a la víctima, sea del partido que sea. Quizá estemos ante la era del egoísmo y el individualismo de Ayn Rand; quizá en un mundo gobernado y disputado por Faustos vendidos al demonio con tal de alcanzar el éxito (ya sea musical como el de Thomas Mann, de conocimiento como el de Marlowe o en todo, especialmente el amor de Margaret, como el de Goethe); quizá se pueda resumir todo en que, como reflexiona el propio Alejo, «estamos en una fase muy avanzada de descomposición de la nación». De los valores y de la humanidad, añado. Juzgue usted.

«Lo que sí que he tenido desde el primer día ha sido protección del Ministerio del Interior. Me cuidan muy bien». Sólo faltaría.

Alejo lo tiene claro: «Pedro Sánchez ha hecho un pacto fáustico para saciar sus apetitos». Lo explica con claridad en uno de los artículos de su libro España a la deriva. En base a esta obra, nos adentramos con él en un análisis de la actualidad política nacional e internacional.

Mirando a nuestra España, asevera que «este Gobierno está destruyendo la democracia». Nada extraño en el imperio de las minorías, paradoja burlesca del poder de los escaños. «La regla de la minoría no es democracia, es la tiranía de la minoría», explica. Y sigue con afirmaciones tan rotundas como que «el Gobierno español no respeta la ley» o que «Cataluña independizada sería una especie de paria internacional arruinada económicamente». Para él, el error del PP en Cataluña y el País Vasco es que no ha acabado de definir un camino claro respecto al nacionalismo. «Los grandes partidos nacionales nunca se han atrevido a construir un proyecto sólido y firme para derrotar al separatismo en las urnas». «Sánchez ha dividido el país entre buenos y malos. Ya lo empezó Zapatero». En este devenir de maniqueísmo sólo cabe pertenecer a un lado en bloque, sin fisuras, porque sepa usted que los del otro lado le odiarán y, si se le ocurre divergir en una idea del suyo, los del suyo, también.

Así están las cosas.

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