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Ni 5 ni 10 días: éste es el número de días de vacaciones que necesitas para desconectar del trabajo

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Blanca Espada

Estamos a punto de comenzar el mes de agosto por lo que, quién más quién menos, se prepará para las ansiadas vacaciones. Si te encuentras entre esas personas o ya hiciste vacaciones en julio, seguro que antes de empezar te invade esa sensación de querer desconectar del todo del trabajo, pero ¿cuánto crees que se necesita para lograrlo? ¿Qué cantidad de días sin trabajar vas a necesitar para olvidarte de la oficina y de los compañeros o del trabajo que tengas? La respuesta la tiene un reciente estudio.

El verano es siempre la estación favorita de muchos y lo cierto es que entendemos el porqué. Tanto los meses de julio como los de agosto suponen todo un alivio, dado que implica el que por fin vayamos a tener vacaciones, algo que es del todo necesario para que cuerpo y mente recuperen el equilibrio que el ritmo laboral erosiona poco a poco. Sin embargo, resulta curioso que aunque aunque todos damos por hecho que las vacaciones son sinónimo de descanso, la pregunta clave no es solo cuántos días tenemos por ley, sino cuántos necesitamos realmente para desconectar del trabajo. Y aunque no existe una  fórmula mágica que valga para todos, pero la ciencia empieza a darnos pistas sobre cuál es el punto exacto en el que el cerebro suelta amarras y empieza a recargar energías.

Los días de vacaciones que necesitas para desconectar del trabajo

Un equipo de investigadores de la Universidad de Tampere, en Finlandia, se propuso encontrar una respuesta clara a la cuestión del número de días de vacaciones que se necesitan para desconectar el trabajo. Analizaron el estado emocional y físico de varios trabajadores antes, durante y después de sus vacaciones, observando cómo evolucionaban sus niveles de estrés y su sensación de descanso. El resultado es sorprendente: no se necesita un mes entero para desconectar de verdad. Según sus datos, la curva de desconexión alcanza su punto máximo alrededor del octavo día.

Esto se debe a que los primeros días de vacaciones apenas son un período de adaptación. Durante los tres o cuatro primeros días, nuestra mente sigue atrapada en la rutina laboral que arrastramos tras meses y meses, o semanas desde el último periodo vacacional. Es a partir del quinto día cuando el cuerpo comienza a relajarse de forma notable, y en torno al octavo día se produce un cambio claro: el estrés baja de forma significativa y el descanso mental se vuelve real.

¿Por qué no más de ocho días?

Quizá la conclusión más desconcertante del estudio es que alargar las vacaciones más allá de esos ocho días no genera un beneficio proporcional. Es decir, pasar quince días fuera no implica sentir el doble de bienestar. La sensación de desconectar del trabajo se estabiliza y, en algunos casos, puede incluso volverse en contra: cuanto más tiempo pasamos alejados del trabajo, más dura y estresante puede ser la vuelta.

Esto no significa que unas vacaciones más largas no sean agradables, sino que, desde el punto de vista psicológico, no siempre son más efectivas. El cerebro, una vez que ha alcanzado su nivel óptimo de relajación, no sigue mejorando en el mismo grado por sumar más días. La clave está en lograr el equilibrio entre descanso y rutina, sin que la vuelta se convierta en una montaña difícil de escalar.

¿Pueden ser las vacaciones repartidas la solución?

Otro punto interesante que resaltan los expertos es la importancia de repartir el descanso a lo largo del año siempre que se tenga un trabajo en el que sea posible. Así, en lugar de concentrar todos los días en un único bloque durante el verano, tomar varios descansos cortos (de una semana o incluso cinco días) en diferentes momentos puede ayudar a mantener un nivel de bienestar más estable. Estos micro-descansos reducen la acumulación de estrés y permiten alargar esa sensación de energía renovada más allá del verano.

Además, los periodos cortos tienen una ventaja práctica: resulta más fácil organizarse con el trabajo, hay menos riesgo de que se acumule y se reduce el temido síndrome postvacacional. En otras palabras, descansar bien no siempre significa descansar mucho, sino hacerlo con intención y en el momento adecuado.

Por último, aunque los estudios señalan una cifra aproximada, no hay que olvidar que cada persona tiene su propio ritmo. Hay quienes necesitan diez días para desconectar y otros que con una escapada de cuatro días ya sienten un cambio notable. La clave está en prestar atención a las señales que nos da el cuerpo: si el cansancio se convierte en apatía, si el estrés nos roba el sueño o si la motivación se desploma, es momento de parar.

Además, tengamos claro que el descanso no es un premio que nos damos por trabajar duro, en realidad lo debemos interpretar como algo necesario para olvidarnos de todo, y disfrutar de la vida, así como para cuidar de la salud en todos sus aspectos, y también como no, para recargar pilas y de este modo, a la vuelta rendir bien. 

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