Gran Premio de Abu Dhabi

Rosberg, campeón del mundo

Nico Rosberg, nuevo campeón del mundo (Getty)
Nico Rosberg, nuevo campeón del mundo (Getty)
Ignacio L. Albero

El ambiente tostado, antesala de las tinieblas luminosas en la isla de Yas, iba a ser testigo de un inicio timorato: los nervios en la primera línea se helaron para dar la emoción de una partida de ajedrez. Sucedió lo que hubiera acaecido en una prueba random, de mitad de temporada, con todo por escribir. Lewis Hamilton largó sin problemas, Rosberg se pegó a su difusor, y tan sólo un toque de Verstappen con Hulkenberg provocó vibraciones en el lujoso circuito.

Tras un previsible desfile en los primeros giros, acaecieron los primeros ticks nerviosos por la calle de boxes. El ultrablando duró lo mismo que el sabor de un chicle Clix, provocando la entrada de ambos Mercedes. Primero Lewis, en una parada que no saldrá en los highlights como una delicia; acto seguido Nico, con todavía peor suerte, estirando el fino hilo del bien y el mal. No se le coló Kimi, a Dios gracias, pero no conseguía pasar a un Verstappen, segundo, que no paraba.

Mientras el fantasma de Petrov se asomaba por allí, Jenson Button ponía punto final a su brillante trayectoria en Fórmula 1. Se le rompía la dirección, y casi el alma, por no acabar con la bandera ajedrezada. El circuito se rendía al caballero británido: en pie, y ovación cerrada, como Plácido Domingo en Otello. Se subía a lomos del MP4-31, saludando como un ganador en un monoplaza perdedor. En su box todo era una amalgama de aplausos y lágrimas. No se preocupen, tuneando el poema Sabina, a este punto final de los finales, sí le siguen dos puntos suspensivos. O eso se ha vendido…

Hamilton no aceleraba un ápice su marcha, provocando un grupetto peligroso para la resolución victoriosa de Rosberg. Se cansó del juego Nico, y se armó de la valentía de un campeón: paso a Verstappen, rozando el toque con él, a pesar de que el título Mundial merodeaba en tal batalla. Movimiento que vale un campeonato, y el respeto del que todavía no cree en su pilotaje.

Alonso, sin hacer ruido, silencioso, abstraído de la lucha titánica en las alturas, ponía el coche más allá de lo que merece: octavo. Un final de fiesta digno para el nivel de McLaren-Honda aguardando un porvenir de victorias en 2017. Carlos Sainz, sin embargo, iba a cerrar la temporada de la forma más infausta posible: penúltimo, lejano a cualquier posibilidad de puntos.

Hamilton frena a Rosberg y empieza la tensión

El segundo paso por boxes fue académico por parte de Mercedes: todo en orden. Lewis Hamilton seguía por delante de Rosberg, Vettel era primero de forma circunstancial, y los Red Bull se acercaban a Nico, fruto del lento ritmo del 44. «¿Por qué eres tan lento», le preguntaban por radio. La respuesta era obvia como espectador: quiere ser Campeón del Mundo.

Vettel finalmente pasaba por boxes a cambiar neumáticos, Lewis lideraba, pero no llegaban los Red Bull para hacerle volar hacia el título. Quedaban menos de 15 vueltas, y el trofeo se vertía de color alemán: Nico Rosberg acariciaba los aromas de la gloria. Mientras, en otras zonas del circuito, Carlos Sainz debía abandonar tras un toque con Palmer: un final indigno para tal heroica temporada.

Hamilton tensaba todavía más la cuerda, frenando a Nico y esperando la llegada de refuerzos como Rohan en el Abismo de Helm. Y llegaba volando Vettel con Verstappen… Fueron cinco vueltas de infarto, con Rosberg sosteniendo las embestidas de su homónimo alemán con todo lo que podía exprimir de la excepcional mecánica de su Mercedes. Era la última vuelta y todo estaba cumplido.

Rosberg la vislumbró, a lo lejos, mirándola como a una novia en el altar. Esa bandera a cuadros, vertida en el lujoso LCD de Yas Marina, ondeaba para él, mientras la mancha del Ferrari aparecían en su retrovisor como una amenaza inofensiva. Lo que fueron apenas unos segundos debieron ser minutos: cruzó la línea de meta sabiéndose campeón del mundo. El hijo de Keke se hizo por fin mayor: una familia, un apellido que se alza al Olimpo de la F1. Estallaron los fuegos artificiales, su box se llenó de gritos enajenados de felicidad por un hombre que se lleva por fin el título Mundial.

Vivian, su mujer, entró por la radio para, en medio de lágrimas de felicidad, recordarle a su marido que es el nuevo referente de este deporte. Hace dos años se fundieron en un enternecedor abrazo tras una infernal prueba para Rosberg. Es la venganza fría de dos años viéndose superado por su excéntrico compañero. El himno nunca sonó tan bien; la ceremonia en el podio nunca fue tan cálida; el champagne nunca tuvo mejor sabor.

Ajeno a toda ceremonia, se perdía por el paddock el hombre que lleva años sin saborear las mieles de la victoria. Campeón sin corona, héroe sin capa, samurai sin espada. Fernando Alonso vivió otro festejo alejado de los flashes, un castigo demasiado cruel para el que debe sentir que con un coche competitivo estaría allí arriba. La fiesta se apoderó del lujoso Yas Marina, miles de almas celebrando todo y nada, esperando el apagón de unas luces que ya esperan otro campeón en 2017. Quizá, quién sabe, el destino todavía le deba una a Fernando. Tal vez, McLaren-Honda regrese como la leyenda que fue. Hasta el año que viene.

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