2010-2020: una década del Mundial de Sudáfrica

La noche que el fútbol unió a España

España se quitó todos los complejos durante aquel Mundial de 2010. El equipo de todos hizo historia proclamándose campeón en Sudáfrica, mientras que todo un país se sintió tremendamente orgulloso de ser español.

España
España celebra el Mundial de 2010. (Getty)
Iván Martín

España es un país complicado. Su pasado en muchas ocasiones no le deja avanzar libremente. Pocos estados miran tanto su historia como éste y en pocos sitios los enfrentamientos de otras generaciones perduran con tanta fuerza entre las actuales. España es diferente decía una campaña destinada al turismo exterior, que promocionaba la diversidad de paisajes y el exotismo español. Dentro de nuestras fronteras, el lema fue utilizado de forma paródica. Era de esperar. Este país es como es, aunque no duda en unirse ante las desgracias, lo hemos visto recientemente con la pandemia del coronavirus, y con el deporte, especialmente con el fútbol. El opio del pueblo.

Y si hay una fecha que unió a todo el país gracias al deporte rey fue el 11 de julio de 2010. De hecho, durante todo un mes el pueblo español estuvo unido, las diferencias que nos enfrentan en el día a día se dejaron a un lado y, sobre todo, la bandera se lució con orgullo. Y esto, hablando de España, no es fácil. Un sector de la población española sigue mirando a la enseña nacional con recelo, pero aquellos días de junio y julio todo quedó en un segundo plano.

Nunca España había estado tan convencida de que su selección podía ganar un Mundial. Por fin se veía como una posibilidad real bordar en la camiseta la estrella que otros lucían con orgullo. El combinado dirigido por Vicente del Bosque debutó un 16 de junio ante Suiza y tras ellos tenían a todo un país. En aquel mes uno se paseaba por cualquier calle del territorio nacional y veía una bandera española colgada en un balcón. Derechas e izquierdas la portaban con orgullo olvidándose de cualquier tinte político. La rojigualda unía más que nunca. Las plazas de las grandes ciudades y de los pueblos se convertían en pequeños estadios en cada partido de los nuestros.

España durante el Mundial de 2010. (Getty)

Las cosas no empezaron bien por Sudáfrica, pero dio igual. La derrota ante Suiza unió más a un pueblo que sufrió ante Honduras y Chile para estar en octavos. Luego llegaron las eliminatorias y la tensión fue en aumento. El orgullo también. La explanada del Bernabéu, predecesora de la plaza de Colón, vibró con aquel gol de Villa ante Portugal. Lo que nos hicieron sufrir nuestros vecinos con Cristiano como líder. Después llegó Paraguay. Otra vez los cuartos, una barrera que se superó dos años antes ante Italia en la Eurocopa, pero un Mundial son palabras mayores. Posiblemente, aquella noche fue cuando más cerca estuvo el combinado nacional de hacer las maletas. El duelo ante los guaraníes fue de infarto, en muchos tramos nos superaron y si no llega a ser por Iker que paró un penalti a Cardozo con 0-0 y por Villa, que tras toparse con los dos palos, terminó metiendo la pelota en el arco rival, el sueño se hubiese roto el 3 de julio. Pero este era nuestro Mundial.

En semifinales, un día de San Fermín, llegó Alemania y el baño fue descomunal. El resultado corto, sí, pero el fútbol desplegado estratosférico. El mejor del momento. Los españoles gozaron dándose cuenta de que por primera vez en sus vidas no era un sueño y sí una realidad. La final del Mundial la íbamos a jugar nosotros y Holanda iba a ser el rival. El cabezazo de Puyol provocó un terremoto en la piel de toro, pero lo mejor estaba por llegar. Tras seis finales llegaba la de verdad. La que iba a mirar el mundo y la que queríamos ganar a toda costa. Nunca nos habíamos visto en otra.

España gana el Mundial de 2010. (Getty).

En España en aquellos días las banderas se agotaron. Sí, en España las banderas se agotaron. La gente salía a la calle con la cara pintada. La camiseta de la selección era imposible conseguirla en cualquier tienda. La españamanía se había desatado. Y con el país entero de fiesta Howard Webb pitó el inicio de la final de nuestras vidas. Dura, poco brillante y muy igualada. Nadie nos había dicho que esto de ganar un Mundial fuera fácil. Pero tras sudar casi tanto como los jugadores bajo el calor patrio que azotaba a la península en aquella noche de verano, llegó el minuto 116, Torres la puso corta, Cesc la rescató, se la cedió a Iniesta y el chico de la mancha golpeó un balón que 47 millones de almas empujaron hasta la meta holandesa.

Aficionados españoles celebran el Mundial de 2010. (Getty)

Pues sí, éramos campeones del mundo y España era feliz. Por fin todo un pueblo sentía que algo era de todos. La selección. Un país con pocas cosas que celebrar en aquel 2010. Con la crisis económica haciendo daño y el paro en ascenso, la selección era el orgullo de un pueblo con ganas de sonreír. Y lo hicimos durante seis años, cuando fuimos los mejores. Cuando sacábamos pecho por el mundo. A nosotros, entre 2008 y 2014, cuando nos la pegamos en Brasil, que no nos hablasen de otra cosa que no fuese de fútbol. Ahí no teníamos rival. Generábamos admiración y envidia a partes iguales. En aquella época era cuando decíamos eso de “soy español, ¿a qué quiere que te gane?”. Diez años después miramos aquellos años con nostalgia, orgullo y con la intención de volver. Nunca fuimos tan felices y cada vez que lo recordamos los ojos se nos iluminan. Será por eso que cuando este maldito virus nos golpeaba con fuerza meses atrás, en la televisión se volvía a reponer aquella gesta. Como si de alguna manera nos quisiesen volver a llevar al pasado, donde el pueblo español fue tan dichoso.

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