Así jugó Cristiano: el mejor jugador del mundo encarga su cuarto Balón de Oro
No es sólo que Cristiano sea una estrella cerca de lo hollywoodiense, sino que lo sabe, lo tiene muy interiorizado y no puede (ni quiere) vivir sin ello. Por eso él es él y su circunstancia, que diría Gasset, y si no la salva a ella no se salva él. Perseguido tantas veces, vive con la necesidad y autoexigencia de ser un centímetro mejor cada día, entendiéndose protagonista de todo, tanto lo bueno como lo malo. Así que, sabiendo que todos los flashes alumbrarían su sempiterno bronceado, se entregó a sus dos principales responsabilidades en un contexto como ese: estrenar un peinado y decidir un partido.
Empezó por seguir cada epígrafe de los manuales para líderes: desgañitarse en el himno, correr a por los balones que salían del césped como si tuvieran adosados billetes morados, presionar al árbitro para forzar la amarilla al rival… Todo lo hizo y todo bien, incluso torear a lo que parecía un voluntario de la UEFA antes del duelo: selfie y abrazo de rigor, y a jugar.
En el minuto 3 ya había sido objeto de la primera de las faltas que le hicieron. Cerca del 10, en jugadas sucesivas, pidió un penalti de un nivel más evidente del marchenero tradicional e intentó una de sus poco prácticas (y plásticas) chilenas.
Lo más cerca que estuvo del gol en la primera parte fue en el 19, cuando salió a taponar un chut de Bale en una jugada de pizarra. En la siguiente ocasión, volvió a meterse a defensa persiguiendo hasta casi el área propia una de las imponentes carreras del galés. Sólo le dio tiempo a un remate forzadísimo antes de entrar al vestuario a descansar.
Una final que puede valer oro
A Cristiano, que no le vale con tener todo, le pedía el cuerpo más que llegar a la final. Le pedía ser protagonista, volver a callar bocas. Convertirse en el primer jugador en estar en tres semifinales de Eurocopa (2004, 2012 y 2016), además de ser el jugador con más partidos en la historia del torneo, era una minucia para lo que tenía calculado y memorizado en el cerebro, justo al lado de ese ego que le hace ir siempre a por más.
Así que a los cinco minutos de la reanudación, mientras unos preguntaban si era un pájaro y otros si era un avión, cabeceó a la red la clasificación para la final de su país. De paso igualaba el histórico récord de Platini: ya es, con el francés, el máximo goleador (9) de la historia de la Eurocopa. Nada mal para alguien que, según dicen muy seguros algunos, no marca en los partidos importantes. Sólo dejó transcurrir tres minutos más para zanjar el asunto: en el 53, un tiro suyo acabó en la más precisa de las asistencias para Nani, que empujó a gol.
Con Gales intentando volcarse, había más campo que pasto para las vacas en Asturias, un entorno que Cristiano supo aprovechar. Cuando no aguantaba el balón, lo hacía correr o lo hacía con él. Con una arrancada obligó a Chester a hacerle falta y cargarse con una amarilla. El tiro, y no es muy común en el luso, rozó el larguero y tocó la red por detrás hasta parecer gol. Pudo llegar el tercero, su segundo, pero se quedó sin ángulo suficiente para definir después de burlar al portero en el 86. Mejor guardar algo para la final.
Cristiano estuvo en la primera (y única) semifinal en una Eurocopa (o Mundial) de la que Portugal salió airosa en toda su historia. Fue en 2004 y después vino una final regada por lágrimas. De él, ahora líder de su Selección, depende que la cosa cambie. Será en París, donde tiene una cita con la historia… y con su cuarto Balón de Oro.