España se reinicia
A España no se le ha olvidado jugar al fútbol y perdónenme la obviedad para empezar. Sencillamente, ha vuelto al principio. Lopetegui ha pulsado F5 y La Roja se ha reiniciado, instalando pequeñas actualizaciones, pero con el mismo software futbolístico: el toque por encima de todas las cosas. No ha sido una revolución, sino un reseteo. En un partido en el que Bélgica navegó entre la desidia y el ridículo, la selección española se impuso al paso por 0-2, con doblete de Silva, y la sensación de que el plan no va a cambiar… porque no tenemos otro mejor.
Se estrenaba Lopetegui con un once sin grandes estridencias ni revoluciones, quizá porque lo que tiene son habas contadas. No hay mejor portero que De Gea, ni laterales que superen a Carvajal y Jordi Alba, ni centrales con más fuste que Sergio Ramos y Piqué. También repetía Busquets, hombre ancla por los siglos de los siglos. Le flanqueaban Koke y Thiago, dos jugones que no han terminado de dar el paso adelante, pero que tienen talento para ilusionar a la parroquia.
Arriba, con Iniesta convaleciente, también repetían Silva y Morata. A su lado, Vitolo, el tipo más en forma del fútbol español junto a Marco Asensio, que esperaba su turno en el banquillo. Así que sacrificados del once que repitió Del Bosque hasta la saciedad en la Eurocopa Juanfran, Fábregas y Nolito.
Bélgica dio el primer aviso a la contra en una jugada algo atolondrada, que De Gea despejó mal y Witsel disparó peor desde fuera del área. Presionaba muy arriba España, pero se destapaba demasiado a las espaldas de Carvajal y Jordi Alba, quizá porque no hay éxito sin riesgo. La respuesta de La Roja fue una jugada coral que acabó en un pase de la muerte de Jordi Alba que desvió Vertonghen ante la caña de Morata. Respiraba Lopetegui.
El duelo tenía vértigo, ritmo e imprecisiones, como la saga de Misión Imposible. Atractiva y atrevida la propuesta de salida de España, con algunas cosas por pulir, pero con buenas intenciones. Cuando el partido se asentó, pasado el primer cuarto de hora de envites, La Roja se acomodó con la pelota. Más pases que en una faena de Enrique Ponce, pero con poco movimiento. Las áreas eran una Antártida por explorar y el juego languidecía como un adolescente sin datos en el móvil.
Morata, K.O.; Costa, a jugar
Un pase filtrado por Silva cayó en los pies de Thiago en la frontal al filo del minuto 20. El hispano brasileño quiso tirar tocadito y a colocar, en plan Kroos, pero el disparo le salió defectuoso como una croqueta hecha por Freddy Krueger. A los 22 se rompió Morata –por algo decía Zidane aquello de «que vuelvan todos enteros»– y Lopetegui metía al campo a Diego Costa, recibido con una gran pitada por los belgas, gente poco belicosa. Igual el picante del delantero moldeado por Simeone a su imagen y semejanza le venía bien a un partido insípido.
Diego Costa entró con su microondas dispuesto a calentar el partido, porque él no sabe jugar ni despacio ni tranquilo. España agradeció su presencia y se estiró algo. De ahí nació el primer gol de la era Lopetegui. Carvajal vio el desmarque de ruptura de Vitolo. Courtois salió a la vendimia y el sevillista le dribló sin problemas. Puso el pase al área pequeña, llena de belgas, y allí emergió Diego Costa, que se la dejó de espaldas para que Silva marcara con suavidad.
España aprovechaba la banda defendida (pésimamente) por Jordan Lukaku, el hermano belga no del otro Lukaku, sino de Drenthe. Un futbolista desastroso, sin coordinación, incapaz de entender cuándo el juego pide adelantarse y cuándo recular. Un horror con coleta y rastas. En España, sería suplente en un equipo de liga de empresas. Por su banda pudo llegar el 0-2 en el 40, pero Carvajal llegó demasiado forzado al área de Courtois.
En la segunda parte España salió en la misma línea: asedio total a una Bélgica decepcionante. Courtois evitó un gol cantado de Piqué en el 48 después de una falta lateral. El meta ex del Atlético enmendaba su error en el gol de Silva. La afición belga, lenta pero sabia, empezaba a silbar a Lukaku cada vez que tocaba (defectuosamente) la pelota.
El desastroso Jordan Lukaku
Bélgica no pasaba del mediocampo y España jugaba a placer. El Rey Balduino era el patio de nuestra casa. Incluso nos gustábamos en exceso con algún toquecito de más. Sergio Ramos buscó su gol de falta directa, pero su disparo muy bien tocado lo desvió la barrera. Lopetegui oteaba tranquilo el horizonte y Roberto Martínez, seleccionador belga, no daba crédito.
Diego Costa tuvo el 0-2 en sus botas en el 57, pero su tiro en el mano a mano con Courtois le salió demasiado centrado y el meta belga despejó con los pies. Pero Lukaku no había terminado con su show y decidió hacer a Vitolo un penalti obsceno, de esos que hacen daño a la vista. Es metafísicamente imposible que en Bélgica no haya un habitante zurdo que pueda jugar de lateral antes que este tipo. El penalti lo transformó Silva, que sellaba el 0-2 para España.
La afición belga silbaba a los suyos, a Jodan Lukaku con más ganas que a nadie, mientras a España casi le daba vergüenza seguir atacando a Bélgica. Era una superioridad sonrojante, como un partido de colegio entre los de 15 años contra los de 8. Ni siquiera mola ganar así, cuando tu rival es un cúmulo de despropósitos.
Pasaban los minutos y España no quería abusar. Entraron Bartra, Saúl y Lucas Vázquez, que reforzaban la apuesta de Lopetegui por ir renovando La Roja, porque dos años no son nada y el Mundial de Rusia está a la vuelta de la esquina. Koke rozó el 0-3 en el 78, después de una buena jugada entre Lucas, Thiago y Carvajal. La selección no había perdido frescura a pesar de que el partido estaba finiquitado.
En el 82 Bélgica hizo su primer tiro a puerta. Aleluya. Fue De Bruyne –que sí, estaba en el campo– el que hizo estirarse a De Gea, que voló para sacarla de la escuadra. Ni siquiera el gol del maquillaje queríamos concederles a los belgas. La ocasión les espoleó a los de Bob Martínez, que tuvieron un arranque de vergüenza torera.
Fue sólo un espejismo de un partido en el que España arrasó a una selección que lleva años siendo la eterna promesa del fútbol mundial. Lo mismo les ocurre a esta generación de jugadores belgas lo que le ocurrió en su día a Paquirrín, que jugó en los alevines del Madrid y mírenle ahora.