24 Horas de Daytona

Los frenos impiden el imposible de Fernando Alonso en la victoria de Cadillac

Fernando Alonso montándose en el Ligier LMP2 de United Autosports en las 24 horas de Daytona (McLaren)
Fernando Alonso montándose en el Ligier LMP2 de United Autosports en las 24 horas de Daytona (McLaren)
Ignacio L. Albero

Ni el ciego vio, ni el sordo oyó, ni el mudo recuperó la voz. Los atisbos de milagro navegaron en cualquier versículo del evangelio, en las manos de Tom Brady o en la cabeza de Sergio Ramos.  Los Rolex y sus minuteros se dedicaron a castigar las esperanzas de Fernando Alonso y su Ligier LMP2 en el Daytona International Speedway. United Autosports encontró imposible una remontada en la impecable mecánica de los Cadillac, vencedores de las 24 Horas Daytona. 

Los inicios positivos en los días anteriores, la eterna sonrisa de Fernando Alonso en tierras americanas, y lo imprevisible de 24 horas a bordo de los prototipos, hacían soñar en la previa con una posición honrosa. Quizá un podio. Y la victoria, como dirían los que apuestan, solo para tirar dinero por cuota. Así las cosas, el arranque fue un clásico del asturiano: salida… y dos posiciones recuperadas: 11º. En el inicio de la maratón asomaba ya el talento por cabeza.

Pero aquello era una pugna por sobrevivir: iba a ser una carrera de 20 horas de rodaje y 4 de baile. Poco a poco su Ligier fue perdiendo ritmo, bajando hasta la 15º, y jugando allí, en la nada, con el resto de soñadores que esperaban colarse entre los diez mejores. Fueron 67 vueltas, dos horas al volante, y el 23 de United en décima posición. Así fue el primer stint de Fernando Alonso, y aunque él todavía no lo sabía, todavía quedaba lo mejor.

Previo pinchazo de su compañero Hansen, y perdiendo 2 vueltas respecto a la cabeza, Fernando Alonso se disfrazó de murciélago para volar en la noche. El novato del draft se convirtió en All Star, encontró en la paciencia el aliado definitivo, y recordó, por momentos, a su pilotaje en la Indy 500.  Parecía el protagonista de una de Tarantino: sólo dejaba rastro de sangre a su paso. Una conducción maestra, entre el ahorro y la velocidad, convirtiéndose en el más rápido en pista, recuperando vuelta perdida y colocando el bólido en quinta posición.

Los nervios se transformaron en adrenalina en sus venas. Tras los primeros asaltos de tanteo, Fernando recordaba al mejor Ali sobre el asfalto: golpeaba y castigaba con furia, con el tiempo esta vez a su favor. Fueron unos instantes de euforia contenida: la mecánica de los DPi sufría para contener en la distancia al inferior LMP2 de Alonso. Y es que, esas manos, son de provocar envidia en el mejor artista.

Como casi siempre, Murphy apareció por allí en el momento más inoportuno, para recordarle a Fernando Alonso esa maldición de la que no se despega. Era la selección natural de la que hablábamos: aquí solo vencen los más fuertes. Aquel momento fue como entrar mal el mercado de criptodivisas: tocaba corrección severa. Problemas de frenos, a boxes, y 22 vueltas perdidas. Las esperanzas de United Autosports se hundían como el bitcoin en los últimos tiempos. En versos de Taburete: aquello era el fin. 

Realizó un giro entero, casi a 300 km/h, sin más fiabilidad para llegar a boxes que su talento. Allí abandonó el Ligier LMP2 a la suerte de los mecánicos, sabiendo que, otra vez, el destino le guardaba otra burla. Así es la historia desdichada que acompaña a un talento en su enésimo sueño roto. Sin Honda de por medio, vuelve a encontrar otro punto de apoyo inestable que, sea la competición que sea, lastra a Fernando Alonso como a un preso. La fiabilidad volvió a ser la misma que la de Magneto en X-Men: siempre hay un engaño pintado de verdad.

Los problemas persistieron en el 23 de United Autosports, hundiendo sus esperanzas hasta la posición 20. El resto de la prueba fue una sinfonía de Cadillac, que, además de hacerse con la victoria, destrozó el récord de distancia, batiendo la marca anterior, en la edición de 1982. Las buenas noticias las puso Antonio García, podio en GTLMFernando Alonso atendió a la prensa, en medio de la tempestad, recordando que, como casi siempre, de haber sido una carrera normal, estarían en el podio.

La bandera a cuadros finiquitó el último reto de una bestia que no se cansa de seguir luchando. El hambre de competir le sigue alimentando en su ocaso, con el talento todavía intacto. La fiesta fue otro puñal desde la lejanía: merecía estar allí, en lo alto, el lugar que debería ser su casa. Uno de los mejores pilotos de siempre vencido por su infortunio mecánico. Renault le aguarda en la Fórmula 1 para un último intento de la mano de McLaren. Quizá, y como siempre rezaba Fernando Alonso, lo mejor todavía esté por llegar.

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