Sabes que eres de clase media-baja si tienes alguna de estas 4 costumbres al comprar en el super del barrio
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La clase media-baja ha sido objeto de numerosos estudios sociológicos que buscan comprender cómo el entorno económico influye en el comportamiento diario. En los supermercados, esos espacios donde confluyen todas las clases sociales, se evidencian ciertas costumbres que no responden únicamente a la necesidad, sino también a una mentalidad aprendida con el tiempo.
En España, gran parte de la población se identifica con la clase media-baja, un grupo que combina aspiraciones de mejora con estrategias de ahorro y eficiencia. Dentro del supermercado, estas estrategias se traducen en gestos tan cotidianos como reutilizar bolsas, comparar precios con detenimiento o aprovechar los recursos disponibles.
Las 4 costumbres típicas de la clase media-baja cuando va al supermercado
Observar los siguientes hábitos que se dan en los supermercados no busca juzgar, sino entender cómo la vida cotidiana está moldeada por la economía y la historia social. Y es que, en los pasillos de cualquier supermercado español, estas costumbres revelan tanto sobre una sociedad como de los precios en las etiquetas.
1. Llenar las bolsas hasta el límite
Una de las costumbres más comunes entre quienes pertenecen a la clase media-baja es aprovechar al máximo cada bolsa del supermercado.
Este hábito responde a una lógica práctica: reducir el gasto en bolsas de plástico o reutilizables y cargar lo máximo posible en cada una. Por eso, es habitual ver bolsas estiradas hasta su capacidad, con botellas sobresaliendo o asas a punto de romperse.
Este gesto encierra una mentalidad de aprovechamiento, heredada de tiempos en los que los recursos eran escasos y había que exprimir cada elemento disponible. No se trata solo de ahorro, sino de una forma de gestionar lo limitado, una práctica que ha pasado de generación en generación.
2. Permanecer más tiempo del necesario en los puestos de muestras
Otra conducta habitual en la clase media-baja es prolongar la estancia en las zonas donde se ofrecen productos para probar. Degustar un bocado gratuito puede representar una pequeña satisfacción dentro de la rutina del gasto controlado.
Sin embargo, permanecer demasiado tiempo, repetir la muestra o conversar con el personal puede interpretarse, desde una óptica externa, como un exceso de aprovechamiento. Los psicólogos sociales explican este fenómeno mediante la llamada «norma de reciprocidad»: cuando una persona recibe algo, tiende a sentir la obligación de devolver el gesto.
Quien no compra el producto después de probarlo puede parecer que rompe ese equilibrio, aunque no exista ninguna regla escrita al respecto.
3. Tratar al personal con exceso de familiaridad o tono directivo
En algunos barrios, dirigirse al personal del supermercado con confianza o con un tono firme forma parte de la cultura local. Para muchos miembros de la clase media-baja, esta forma de comunicación no implica falta de respeto, sino cercanía o costumbre. Sin embargo, en otros entornos puede ser interpretada como una actitud poco cordial o incluso condescendiente.
En grupos acostumbrados a tener que defender su posición o evitar ser ignorados, se desarrolla una tendencia a hablar de manera más directa. Este rasgo no busca imponer jerarquía, sino garantizar atención.
En cambio, las clases con mayor poder adquisitivo suelen emplear un tono más neutral o formal, donde la cortesía funciona como una forma de distanciamiento simbólico.
4. Dejar el carrito fuera de su sitio en el aparcamiento
El simple acto de no devolver el carrito a su zona designada es otro de los comportamientos asociados con la clase media-baja. En muchos casos no se trata de desinterés, sino de una cuestión práctica: ahorrar tiempo, cargar más rápido la compra o evitar caminar unos metros de más.
En las áreas donde predominan niveles socioeconómicos más altos, devolver el carrito al punto de recogida se asume como una norma tácita de convivencia. En cambio, en zonas más populares, la prioridad suele ser la eficiencia individual sobre el orden colectivo.
Cabe aclarar que en este caso, la diferencia no radica tanto en la moral, sino en el contexto: quien vive en un entorno donde las normas son más flexibles tiende a reproducir ese patrón de comportamiento.