No falla: sabes que eres de clase media-baja en España si te resultan familiares estos 5 hábitos de viaje
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El modo en que se organiza un viaje, desde la preparación hasta el regreso, dice mucho sobre la realidad de cada grupo social. En el caso de la clase media-baja en España, estas pautas no surgen del azar, sino de una combinación entre la necesidad de ahorrar y la costumbre de aprovechar cada oportunidad al máximo.
Aunque los destinos puedan variar, las dinámicas suelen repetirse: planificar con detalle, buscar la oferta más barata y convertir cualquier escapada en una experiencia completa. Estas prácticas, que muchos españoles reconocen sin esfuerzo, conforman una identidad común que trasciende generaciones y sigue presente en las vacaciones familiares o los viajes en grupo.
Los 5 hábitos típicos de la clase media-baja de los españoles al viajar
Los hábitos de viaje que estamos por presentar a continuación no hablan de carencias, sino de prioridades. A través de estas rutinas se puede entender cómo se vive, se gasta y se disfruta dentro de un sector que representa a buena parte de la sociedad española.
1. Llevar comida de casa para el camino
Uno de los gestos más característicos de la clase media-baja española es preparar comida antes de salir. Bocadillos envueltos en papel de aluminio, fruta cortada, refrescos y hasta tuppers con sobras del día anterior. Comprar en áreas de servicio o aeropuertos no entra en los planes: se considera un gasto innecesario.
Esta costumbre tiene su lógica. No solo se ahorra dinero, también se evita depender de horarios o precios elevados. Para muchos, llevar su propia comida significa mantener el control, algo esencial cuando el presupuesto es limitado.
2. Tratar los hoteles como un lujo ocasional
Durante décadas, para la clase media-baja, alojarse en un hotel era una excepción. Solo se reservaba una habitación en casos muy concretos: una boda, un funeral o ese viaje puntual que se recordaría durante años. El resto del tiempo, la alternativa era quedarse con familiares, compartir casa con amigos o recurrir a un colchón hinchable.
Hoy en día, aunque las opciones se han diversificado con el auge de plataformas de alojamiento barato, la mentalidad persiste. Reservar un hotel todavía genera cierta culpa o la sensación de estar “gastando de más”. Se busca el equilibrio entre comodidad y ahorro, y esa búsqueda marca buena parte de la experiencia viajera de quienes pertenecen a la clase media-baja.
3. Buscar el vuelo más barato, aunque implique escalas imposibles
La caza de gangas es casi un deporte nacional. No importa si el trayecto tiene tres escalas o si obliga a dormir en un aeropuerto: si el precio baja lo suficiente, se acepta el sacrificio. En la clase media-baja, ahorrar sigue siendo una prioridad, incluso a costa del cansancio.
Es común escuchar historias de billetes “a mitad de precio” que terminan en viajes interminables, noches sin dormir o esperas de doce horas. Sin embargo, la satisfacción de haber encontrado la tarifa más baja compensa el esfuerzo. La lógica es simple: cada euro que se ahorra en el transporte puede destinarse a otra cosa, ya sea comida, entradas o recuerdos.
4. Aprovechar el viaje al máximo, sin descanso
Para muchas familias de la clase media-baja, las vacaciones no eran una rutina anual, sino un privilegio esporádico. Por eso, cuando llegaba el momento, había que exprimirlo al máximo. Los días comenzaban temprano, los recorridos eran maratonianos y el descanso se dejaba para después.
El objetivo no era relajarse, sino rentabilizar el viaje: ver el mayor número posible de lugares, visitar museos, parques, playas y puntos turísticos. A menudo, se regresaba más cansado de lo que se había salido, pero con la sensación de haber aprovechado cada minuto.
5. Comprar recuerdos como prueba del viaje
Ningún viaje está completo sin un pequeño recuerdo. Imanes para la nevera, camisetas, llaveros o postales se convierten en pruebas tangibles de haber estado allí. Para la clase media-baja, los souvenirs no son símbolos de estatus, sino una manera de prolongar la experiencia y compartirla con los demás.
Llevar algo de vuelta refuerza la idea de que el esfuerzo valió la pena. Es un gesto que combina orgullo y memoria: cada objeto recuerda el sacrificio económico que implicó el viaje, y al mismo tiempo, lo convierte en parte de la vida cotidiana.