‘Nomadland’ encuentra poesía en la soledad de una magistral Frances McDormand

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Frances McDormand protagoniza Nomadland.
Iñigo Artola
  • Iñigo Artola
  • Portadista. Redactor de cultura, internacional, política, sociedad y lo que haga falta. Devorador insaciable de series y películas.

La historia de ‘Nomadland’, la película que ha arrasado en los premios cinematográficos más importantes de la industria este año, se centra en Fern, una solitaria mujer que a raíz de una concatenación de desgracias es empujada a vivir en la carretera. Fern, quizás la interpretación más refinada de la carrera de Frances McDormand, vive en Empire, una pequeña ciudad del estado de Nevada levantada alrededor de la industria. Cuando la planta de yeso que da trabajo a toda su población echa el cierre, la ciudad entera quiebra con ella. En un intervalo de seis meses se elimina el código postal y la vida en Empire ya no es posible. Cuando su marido muere, a Fern no le queda nada en Empire. Se lanza a la carretera en busca de cualquier trabajo que le ayude a mantenerse y lo encuentra en un centro logístico de Amazon. Es aquí cuando encuentra un efímero sentimiento de pertenencia en una pequeña e improvisada comunidad de nómadas mientras vive en su camioneta.

Fern es el centro neurálgico de la magistral ‘Nomadland’. Su directora Chloé Zhao encuentra poesía en una historia de soledad y cuya protagonista es un personaje que no solemos ver en el cine: una mujer promedio sin grandes gestas que librar más allá de su propia supervivencia. Que no es poco. Los directores de cine tienden a juzgar a sus personajes en sus películas. El bueno, el malo, el atormentado, el loco… Muchas veces esos personajes terminan con un final determinado por ese juicio: un final feliz para los protagonistas ‘buenos’ y una condena a los personajes ‘malos’. Pero en ‘Nomadland’, Fern no pide ni un final extraordinariamente feliz ni pide ser redimida. Zhao consigue que, a pesar de las desgracias que vive el personaje que le ha llevado a lo más alto y que amenaza con convertirse en la causa de su primer Oscar, el espectador no sienta lástima por Fern. ‘Nomadland’ se ha ganado el respeto de Hollywood y de gran parte del mundo por su forma de tratar las emociones que radica en la empatía genuina y honesta, y no del juicio a los personajes antes mencionado.

Por supuesto, todo esto sería imposible si no se hubieran juntado en ‘Nomadland’ dos grandes profesionales como McDormand y Zhao. AMbas logran que su conexión entre actriz y directora traspasen la pantalla. McDormand interpreta magistralmente a una mujer muy compleja, inquieta e, incluso, autodestructiva en algunas ocasiones. Pero también dota a Fern de una extremadamente cálida y abierta personalidad con la gente que se va encontrando en su camino. Hace amigos donde quiera que va, como las mujeres con las que va a un espectáculo de casas rodantes o el joven al que le da una luz. McDormand hace cosas con una mirada o una sonrisa irónica que otros actores no podrían transmitir ni con un monólogo completo. Es una de las mejores actuaciones profesionales de una de las mejores actrices.

Y Zhao iguala lo que obtiene de McDormand en «Nomadland» con su asombrosa destreza técnica. Se reúne con Joshua James Richards, el director de fotografía de «The Rider», y la pareja vuelve a encontrar la belleza en los paisajes del país. El viaje de Fern la lleva por todo Estados Unidos y Zhao y Richards se inclinan hacia la majestuosidad del mundo que la rodea con tomas largas del horizonte, la mayoría de ellas aparentemente tomadas en la hora mágica. Es una película hermosa solo para experimentar, y no solo en «tomas hermosas». Todo lo relacionado con el lenguaje visual de «Nomadland» es sorprendente: la forma en que Richards y Zhao deslizan lentamente su cámara con Fern a través de una comunidad de habitantes de furgonetas puede sentirse lírico sin perder nunca la verdad y el valor del momento. Honestamente, es difícil entender cómo Zhao ha hecho una película tan hermosa en sus composiciones y, de alguna manera, todavía se siente como si tuviera suciedad debajo de las uñas. Una partitura conmovedora de Ludovico Einaudi, que es fácilmente mi favorita del año, se suma a la poesía de todo.

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