La mirada de Javier Mariscal: El arte de convivir

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Alma, la red social social es una nueva manera de hablar de lo social. Con actitud y optimismo. Desde la diversidad. Y a partir de las historias de la Obra Social “la Caixa”. Encuentra y lee otras noticias como ésta aquí.

Todos los humanos que hoy en día compartimos esta casita llamada planeta Tierra venimos de África. Todos somos primos hermanos. Y nuestros parientes lejanos son las plantas y el resto de animales. Así que es evidente que, como familia que somos, tenemos que cooperar para poder mejorar nuestro día a día juntos.

La diversidad siempre aporta algo positivo, si se sabe apreciar. Recuerdo cuando, de pequeño, jugaba al fútbol: enseguida me di cuenta de que, para el bien del equipo, tenía que pasar la pelota al que iba más rápido o al que estaba en una mejor posición. Saber valorar las particularidades del otro y, sobre todo, saber compartir, son unas maravillosas cualidades que todos deberíamos practicar.

Yo vengo de una familia numerosa: al mediodía podíamos ser perfectamente 17 personas a comer y, por la noche, si se apuntaban amigos, aún más. Igual de ahí me viene el compartir de forma tan natural y el entender que todos formamos parte de una misma comunidad.

Saber valorar al otro y, sobre todo, saber compartir, son unas maravillosas cualidades que todos deberíamos practicar.

Nuestras sociedades son cada vez más globales y complejas. El reto hoy en día es poder cohesionar esta mezcla de culturas, que va a más, y por eso me parece muy importante la labor de proyectos como el de Intervención Comunitaria Intercultural (ICI) de la Obra Social «la Caixa», que trabajan para promover la convivencia en barrios con alta diversidad cultural.

Y es genial ver que el arte puede contribuir a través de pequeñas acciones como el mural participativo que el colectivo Boa Mistura realizó con los vecinos de La Cañada Real en Madrid, en una experiencia comunitaria promovida desde ICI. Este tipo de arte colectivo funciona. Es como la mayonesa: fomenta la cohesión social y los procesos de mezcla y conocimiento cultural entre personas aparentemente distintas que comparten un mismo territorio y, como el fútbol también, es una manifestación popular que te hace sentir parte de un grupo.

El arte hace que el mundo sea mejor. Y lo mejor es que tiene el poder de hacer que las personas se entiendan. Y esto es fundamental. Porque si yo cada verano me emocionara al ver la Luna de agosto en Formentera y se lo contara a la gente y nadie me comprendiera, acabaría fatal porque no podría compartir mis sentimientos y me sentiría solo. Sin embargo, coges un poema de García Lorca que te relata la salida de la Luna y lloras de emoción porque ves que no eres el único que se emociona al mirar el cielo y que algunos lo saben expresar mucho mejor que tú. Entiendes que no estás solo y que tienes unos primos hermanos que son extraordinarios.

El arte nos hace entender que no estamos solos.

Cuando viajas mucho, te das cuenta de que somos muy diversos pero que en esencia somos todos bastante iguales. A los japoneses, por citar un ejemplo, les encanta pensar que su cultura es muy distinta a la nuestra. Sin embargo, a los 10 minutos de estar con ellos te das cuenta de que aquel es un buenazo, el otro, un sinvergüenza, o de que esa chica es súper inteligente pero no le gusta sobresalir. Se repiten los mismos patrones que has observado en la gente de tu alrededor durante toda la vida porque, al final, entre uno de aquí y otro que vive en el polo norte hay muy pocas diferencias. Unos aguantan mejor el frío y otros no tanto; todo es cuestión de poner más mantas en la cama.

Además, la gran mayoría de nosotros somos hijos de emigrantes. A pequeña escala, mi padre emigró de Castellón y mi madre de Zaragoza, y se fueron a vivir a Valencia. Yo emigré de Valencia y me mudé a Barcelona. Para mí, los únicos que son realmente de un sólo sitio son los árboles. Ellos tienen las raíces dentro de una única tierra. Nosotros, en cambio, somos mamíferos y nuestra estrategia es caminar, correr, movernos, emigrar. Es lo natural de nuestra especie. Hoy estás en Francia, mañana en Portugal. Desde los anales de la historia ha habido personas que han querido saber qué hay más allá, en el otro valle (o que se han visto obligados a dejar el suyo).

Hay que abrirse e intentar entender al otro.

Deberíamos ver la mezcla de culturas y lenguas como algo bonito y que nos enriquece. A mí me encanta preguntar al taxista paquistaní cómo se dice «buenos días» en urdu o entender por qué una mujer a día de hoy puede querer llevar velo. Hay que aprender idiomas y conocer otras maneras de hacer y de pensar. Hay que abrirse e intentar entender al otro. Il faut parler beaucoup! De hecho, de aquí a 50 años habrá tanta mezcla de culturas que la pregunta de “¿y tú de dónde eres?” quizá nos parezca absurda.

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