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Marta D. Riezu: «En las noticias sobre ‘influencers’ de moda no entro ni a punta de pistola»

Marta D. Riezu
Marta D. Riezu
María Villardón

Periodista. Marta D. Riezu (Terrassa, 1979) es una de esas personas a las que me gusta escuchar, por eso esta charla me hace tan feliz. Ha publicado La moda justa (Anagrama), un ensayo sobre moda, vida –sobre todo vida– y sostenibilidad que invita a los individuos a reflexionar sobre el vestir de forma ética y el impacto medioambiental de la forma tan salvaje que tenemos de comprar ropa barata porque queremos hacernos los elegantes comprando en SheIn.

Ésto último lo digo yo, la verdad, y esto lo dice ella: «El estilo no tiene que ver con la ropa, sino con el carácter. Sinceramente, la moda rápida ha traído un buen sueldo para los altos cargos y para el resto sueldos justitos o explotación, en el caso de los proveedores».

¿Ha traído algo bueno la industria fast fashion?

Ha servido para aprender mucho sobre eficiencia y gestión, pero se ha olvidado completamente el precio medioambiental que pagaremos por ello. Yo creo que no ha traído nada bueno, sinceramente. Un buen sueldo para los altos cargos y para el resto sueldos justitos o explotación, en el caso de los proveedores. La moda rápida hizo percibir la ropa como un consumible de usar y tirar. El que dijo que la moda rápida democratizó el estilo se quedó descansado. El estilo no tiene que ver con la ropa, sino con el carácter. La moda no es el escaparate que cambia cada tres días. La moda es un lenguaje, una herramienta cultural y social, un ejercicio de excelencia. Por eso me ofende que se meta en el mismo cajón a Madame Grès y a SheIn, cuando representan modos opuestos de entender la vida.

El consumidor, dicen, es muy infiel.

Más que el Rey emérito.

¿No será que está desinformado y que no sabe cómo comprar bien?

¿Y de quién es la responsabilidad de procurarse una educación? ¿No es de cada uno? ¿No es así como uno consigue que no le tomen el pelo? Las marcas y los medios pueden aportar información sobre una empresa, pero eres tú como ciudadano quien debe espabilar. Cuando fui al mercado con trece años me vendieron unos tomates de mierda. No sólo no volví a aquella parada nunca más, sino que me puse las pilas y aprendí a saber elegir. Si esperas que otros lo hagan por ti vas listo. Es un trabajo de paciencia y de observación, y de no comprar con prisas ni por capricho. Si necesitas ropa para tu hijo que empieza el cole mañana, adelante, pilla lo que sea. Pero si necesitas un jersey de lana para ti y no es vida o muerte, dedica una hora a buscar bien. Si la gente tiene tiempo para stalkear a su ex toda una tarde hasta saber en qué piso horroroso vive ahora, puede investigar también de dónde es la lana de ese jersey.

Hablamos de la palabra maldita: greenwashing. ¿Cuánta de la llamada «moda honesta» es paripé?

A ver, el greenwashing no deja de ser una deformación del marketing: atribuirse algo que uno no es. En los últimos diez años por fin se ha empezado a hablar de lo contaminante que es la industria de la moda. Provoca el 10% de las emisiones mundiales de carbono y es la segunda manufactura que más agua consume. Nadie quiere ser el malo. Las grandes cadenas de moda han iniciado sus respectivas campañas de lavado de cara, aunque sus acciones vayan sólo de lo anecdótico a lo inútil. Cuando produces esos volúmenes tan mastodónticos, incluso si empleas reciclado u orgánico, estás lanzando al mundo millones de prendas que nadie necesita y que acabarán siendo un residuo. Por eso me fío más de las marcas pequeñas de moda responsable, donde también hay lemas de boquilla y más estética que fondo, pero el diálogo es más fácil y puedes llegar a saber mejor el contexto de cada prenda.

¿No están las revistas de moda también en esta línea de hablar de manera vacua de la sostenibilidad y el ecologismo en la moda?

Sí hay mucho artículo tontorrón de “Tu armario verde en diez puntos”, pero también he encontrado textos rigurosos que reflexionan sobre el cambio de paradigma de una economía de crecimiento a una economía de preservación. Hay un compromiso real, una pasión por lograr cambios. Luego la realidad es la que es, y un medio online necesita visitas y tiene que tener su noticia de “Las influencers llevan la blusa más boho de Zara”. Pero vamos, que yo ahí no clico ni a punta de pistola.

Preguntas a alguien qué aficiones tiene, y te dice: comprar ropa.

Huyo. No hay mayor tortura para el alma que ir de compras. Es un estrés y una pérdida de tiempo terrible. Cuando tienes veinte años no lo ves, pero la edad (una de sus poquísimas ventajas) te da lucidez y descreimiento. Que el momento del consumo sea tu mayor momento de felicidad siempre es mala señal.

Los lectores de La moda justa quizá se hayan planteado su armario y sus gastos. Eres como un Pepito Grillo del consumo.

Soy una vaca en brazos. Pero intento explicar sin reñir, sin moralizar, es más bien un: ‘Mira, esto es lo que hay, así es como se fabrica tu ropa, es una faena, pero nuestra otra opción es apocalíptica’. A mucha gente le va de perlas no saber y hacerse el tonto. La paradoja es que algunas de esas personas que miran al otro lado ¡tienen hijos! Existe una responsabilidad ecológica. Lo que compramos tiene una repercusión. No puedes creer que tu vida acaba en tu piso, tus birras en la terracita y tu trabajo en la oficina. No puedes vivir con anteojeras que te van de perlas para no hacer un esfuerzo por tu parte. Que ni siquiera es un esfuerzo, sino una liberación. Yo voy a H&M a espiar y salgo de allí y pienso: ‘¡Dios mío, soy feliz, no necesito NADA de todo eso!’.

La militancia está en la cartera, has dicho en alguna ocasión.

Claro. Ni tu Instagram ni tu voto ni niño muerto; enséñame tu extracto mensual del banco y veré quién eres y qué defiendes. O como dicen los ingleses: put your money where your mouth is. El activismo ‘yahefirmao’ me da risa. ¿Y tú, qué has hecho por la causa? Ya he firmado en una web. Muy bien, colega. ¿Qué tal si no dices ni mu a nadie pero acometes cambios reales? Y no hace falta que nos lo expliques, hazlo por ti. ¡Ah…! Eso ya cuesta más.

Cuando hablamos de consumo y de vestir, ¿en qué somos más incoherentes?

Yo lo soy en muchas cosas. Llevo una dieta flexitariana (como carne y pescado dos veces al mes) pero tengo zapatos de piel. Reciclo regular. Me ducho más rato del que debería. En su día doné ropa, sin saber que la mayoría no se vende sino que acaba en el vertedero. Hubiera tenido que intercambiar o regalarla a amigas. Ahora he llegado a un momento óptimo en el que no compro nada (quizá una pieza cada año y medio), lavo poco (porque la mayoría de ropa exterior delicada no necesita apenas ser lavada) y la media de uso de mis prendas está llegando a quince y veinte años. De eso estoy muy contenta, porque lo hice desde muy joven, por puro instinto. No quería deshacerme de prendas que disfrutaba mucho. Pero vuelvo a tu pregunta: nos falta volver a enamorarnos de lo que ya tenemos. No hay que tirarlo todo y empezar de cero. Hay que seleccionar, cuidar, reparar y disfrutar.

Ropa de segunda mano: a favor. Pero, por el amor de Dios, no puedes citar en el libro una queja de usuaria que dice: «La entrepierna tenía un olor extraño». ¡Así no nos animamos! (Reímos mucho)

Mira, ¡perdona! (Se ríe) ¡La de la entrepierna podrida era en el capítulo del alquiler! Voy a hacer como la Pantoja: ¡se acabó al entrevista! La segunda mano suele pasar procesos bastante decentes de limpieza, nunca vas a encontrar lamparones ni nada sospechoso. Pero del alquiler no me fío mucho, es una industria relativamente en ciernes, la logística (la devolución, por ejemplo) a veces es algo torpe. Además del coste medioambiental del transporte y la tintorería.

Cuando hablamos de moda, contigo que no cuenten para…

Para casi nada. Yo me he desengañado mucho con la moda. Fue como un primer amor y ahora, veinte años después, le veo todos los defectos, los dientes torcidos, la risa de rebuzno, etc. No me interesa eso de ‘la actualidad’ de la moda. Sí me gusta desde un punto de vista más filosófico, la mirada de Simmel o Lipovetsky o Irene Brin. No veo apenas desfiles, no sigo el mercado de fichajes, la moda-meme no me hace gracia… Me gusta lo de siempre, lo mejor: la audacia de Coco Chanel, Vionnet, Cristóbal Balenciaga, Martin Margiela, Helmut Lang, Comme des Garçons, Yamamoto, Yves Saint Laurent, McQueen, Ralph Lauren, Prada, Alaïa…

Las llamadas influencers… ¿Cuánto respeto sientes por esa ‘profesión’?

¡Ay! Veamos. Yo siento respeto por las personas educadas e inteligentes, en ese orden. Preferiría que se ganasen la vida aportando algo a la sociedad, pero yo tampoco soy Vicente Ferrer, así que no puedo pedir mucho. Me gustaría que fuera algo más que mera imagen y venta de productos, que nos explicasen algo suyo. Hay prescriptores en otros campos (economía, alimentación, maternidad, salud) que sí creo que pueden ayudar mucho. El influencer clásico, que es el que creo que tienes en mente, también tiene su mérito. Hay que tener mucha paciencia para vivir en una producción y postproducción constante. Creo que te vacía. Se exponen mucho y mucha gente los odia, es imposible ser impermeable a eso. Yo no me haría influencer ni por todo el oro del mundo. Lo poco que deseo ya me lo pago yo, y tan felices.

¿Qué profesiones no deberían morir jamás, pero están abocadas a hacerlo?

Las que no miran el reloj, las que acometen su trabajo hasta que lo consideran perfecto, sea cuando sea eso. Las que hacen algo ultraespecializado cuyo oficio es difícil de transmitir, como a herrería de forja, los bordados lagarteranos o el damasquinado.

Me acabo de comprar un abrigo loden. Estoy feliz, lo confieso. ¿Qué te transmito con mi compra? ¿Me quieres? ¿Me desprecias? ¿Me apoyas fuerte?

Te apoyo fuertemente y me parece una muy buena compra. Tú pásate las connotaciones por ahí mismito. Los abrigos, cuanto más clásicos mejor. Cepíllalo, airéalo y lávalo poco o nada, a no ser que te hayas tirado encima un chocolate con churros.

Perdona, ¿qué significa tratar a un novio con confianzas horrendas?

Ah, ah, eso es importante. La confianza, como la sinceridad, está sobrevalorada. Una distancia prudencial es muy sana e higiénica. Lo de no conocer nunca del todo a la otra persona (que es una realidad como la copa de un pino) significa que ante él/ella debemos mantener una corrección, unas formas, discreción. No es rigidez, es ponerle las cosas fáciles al otro. ¿Qué gano yo con ir al lavabo y dejar la puerta abierta? Misericordia. La confianza no refuerza a una pareja, refuerza la cordialidad y la educación.

Marta, quiero ser tu amiga. No sé, qué hago, es así. Aunque me digas en un momento dado: «¿Te vas a comprar ese pantalón de poliéster?». 

Si quieres ser mi amiga te haré pasar un examen de entrada que ni los SEAL: nada de acrílicos, ni ofertas de 3×2, ni camisetas con mensajitos graciosos, ni camisetas de fútbol para ir por la calle, ni bermudas cargo, ni crocs, puedo seguir mucho rato. Por supuesto, sabes que es broma. A mis amigos les importa un pito la moda, gracias a Dios.

@MaríaVillardón

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