Cinco mujeres aventureras que sufrieron confinamientos obligados hace más de un siglo
Pilar Tejera es la fundadora del sello editorial Casiopea y lleva más de 20 años recogiendo historias de las trotamundos victorianas en diversos libros como ‘Viajeras de Leyenda’ o ‘Reinas de la Carretera’, entre otros títulos. Tejera tiene un nuevo trabajo, ahora dedicado, como su título indica, a las “Viajeras por el lejano oriente (1847-1910)”.Durante esta pandemia, que nos ha encerrado en casa con el fin de no propagar el virus y poner a salvo a los grupos más vulnerables, la escritora propone conocer a mujeres que cogieron la aventura como modo de vida y que, en algunos momentos, igual que estamos ahora nosotros, también estuvieron confinadas.
Propone olvidar por un momento lo que sabemos de estar recluidos en una ciudad occidental en el S. XXI. «Olvidemos que existe internet, el Aire Acondicionado, WhatsApp, o las plataformas de cine y documentales. Hace 150 años viajar por placer, o por simple curiosidad, solo era propio de aventureros, o de mujeres irresponsables», explica Tejera. Prosigue relatando, además, que «las hubo, incluso, que viajaron más allá de lo que se consideraba una escapada recomendable y segura a destinos que no se incluían en esta clasificación viajera».
Iban ataviadas en estricto negro hasta el cuello, educadas para estar en casa y obedecer, rompieron los clichés y recorrieron el mundo, pero también supieron de confinamientos en una época en la que las enfermedades contagiosas, los tifones, las cuarentenas, la amenaza de las de fieras y antropófagos o incluso los levantamientos nativos, obligaron a algunas a mantener un prolongado encierro muchas veces en completa soledad. «Todas ellas sobrevivieron a tales experiencias sin la ayuda de todos los adelantos y comodidades que hoy tenemos», detalla la autora que, para amenizar nuestro confinamiento, ha elegido a cinco mujeres aventureras que estuvieron retenidas hace más de un siglo y medio.
Ruth Copland: seis meses en el fuerte de Agra con 6000 refugiados
“Una guerra civil se ha desatado sobre nosotros. Una guerra que hace saltar las alarmas del imperio”, publicaba The Times en junio de 1857. Durante los motines de los Cipayos en la India colonia británica que tuvieron lugar entre 1857 y 1858, muchos ingleses perdieron la vida, tanto hombres como mujeres y niños.
Relatos de crímenes espeluznantes recorrieron el Imperio. Fue célebre la historia de las cuarenta y ocho mujeres y muchachas inglesas que fueron deshonradas en las calles de Delhi por “lo más bajo de aquellas gentes” y a la vista del público antes de ser ejecutadas. Pero la historia de Ruth Coopland, pese a su crudeza, es una de las que tuvo un final feliz. Embarazada y tras presenciar la ejecución de su esposo, logró escapar en un carro con otras ocho mujeres hasta Agra.
El libro Casadas con el Imperio, relata su vida en el Fuerte de Agra durante el asedio con pasajes estremecedores tomados de su diario. La enfermedad, el hambre y la sed acecharon a los miles de refugiados apiñados en el fuerte sin darles tregua durante el asedio. Allí, esta inglesa dio a luz y sobrevivió a uno de los peores “sitios” del motín por espacio de medio año. Harriet Tytler fue otra de las afortunadas.
Cuando los motines estallaron en Delhi, ella, embarazada de ocho meses y con dos niños pequeños, quedó sitiada y rodeada de rebeldes. Fue la única europea superviviente del “Sitio de Delhi”, uno de los más atroces escenarios de las revueltas. La toma de la ciudad por las tropas británicas tras dos meses de asedio y una semana de lucha encarnizada, fue el espaldarazo moral que los ingleses necesitaban para ir recuperando el control de la India. Cientos de inglesas también sobrevivieron al asedio del fuerte de Lucknow tras cinco durísimos meses en condiciones terribles.
Ida Pfeiffer: una trotamundos habituada a las cuarentenas y encarcelada
En 1849 los libreros austriacos sacaron a la venta dos gruesos volúmenes en cuya cubierta, de tapa dura y letras doradas podía leerse A Lady’s Travel Round the World. La obra publicada en alemán, fue reeditada más tarde en francés y en inglés y narraba las extraordinarias aventuras de Ida Pfeiffer, una ama de casa austriaca que a sus 50 años había recorrido el globo.
En dos años, sola y sin dinero, había cruzado el Atlántico, convivido con los indios del Brasil, doblado el Cabo de Hornos, atravesado el Pacífico, afrontado las revueltas xenófobas de China, remontado el Ganges y recorrido la India en camello antes de perderse por Asia Central viajando de caravana en caravana. Aún la quedaron ganas de aventura y dos años y medio después, repitió la hazaña eligiendo nuevas rutas.
Ida Pfeiffer pasó largas temporadas confinada en barcos y en islas en una época en la que las cuarentenas de los viajeros eran obligadas por el riesgo de que alguno portara el Cólera. Esta viajera, por cierto, fue hecha prisionera por la reina de Madagascar, conocida por su talante sanguinario, su odio a los europeos y su persecución de las misiones cristianas. Ida pasó un tiempo encarcelada tras ser acusada de participar en un complot contra la soberana. A falta de pruebas concluyentes la dejaron marchar, pero pagó un alto precio ya que contrajo unas fiebres que ya no le abandonarían hasta la muerte.
Lady Hester Stanhope, prisionera en su propia fortaleza en Djoun (Siria)
Una de las primeras en apuntarse a la aventura oriental fue Lady Hester Stanhope que en 1810 abandonó Inglaterra y no regresó jamás. Para los viajeros europeos «una de las maravillas del Oriente Medio», para los árabes «la reina del desierto», Lady Hester fue el primer inglés que se identificó con los árabes como si fuesen su propio pueblo y recorrió a su antojo Malta, Constantinopla, Alejandría, el Cairo, Acre, Belén, Nazaret, Sidón y la extensa provincia de Siria.
Durante sus últimos años vivió confinada en una mansión parapetada en las montañas del Líbano. Aislada del resto del mundo y en la más completa soledad, vivió como un eremita. Su carácter se agrió y se volvió más excéntrica si cabe, lo que acarreó problemas con el emir libanés, con quien había mantenido una buena amistad durante años. Bashir se opuso enconadamente a sus caprichos y desplantes. Era un hombre temido por sus crímenes y atrocidades y llegado un momento de irreconciliable enemistad con ella ordenó, bajo pena de muerte, que ningún musulmán la sirviera o la suministrara agua o alimentos. Prisionera en su propia fortaleza, vivió allí hasta morir en la más absoluta miseria tras años de grandeza y aventuras.
Emily Innes, sola en una cabaña y rodeada de tigres
Esta viajera victoriana fue arrastrada en 1875 a uno de los protectorados más remotos del Imperio Británico a raíz del nombramiento de su marido como funcionario en la península Malaya. La experiencia de aquellos cuatro años, y que vivió en su mayor parte sola en una cabaña, fue un calvario, una pesadilla. Aislada entre marismas cenagosas e indígenas, esperando el improbable regreso de su esposo en peligrosas misiones de exploración, Emily Innes vivió acuciada por los insectos, las serpientes y las fieras rugiendo en la oscuridad.
“Escuchaba sus descomunales rugidos llenando el aire y sacudiendo las paredes de la frágil y desprotegida cabaña”. Tuvo que pasar un tiempo hasta que descubriera la forma de asustar a los tigres con el simple chirrido de la puerta o balanceando una lámpara. “Luego, pasados unos momentos de silencio, esperaba hasta oír sus rugidos ya a lo lejos y solo entonces me tranquilizaba pensando que aquella noche, al menos, no volvería a sentirlos”.
Las condiciones de vida que soportó, la falta de higiene, la insalubridad de la zona, la escasez de alimentos, el terror y la incomunicación, fueron la tónica de aquella experiencia vivida en un rincón del mundo al que calificó de pozo de miseria, de ignorancia y de subdesarrollo. Estuvo a punto de perder el juicio debido a todo ello, pero superó la prueba con matrícula de honor. A su regreso a Inglaterra sintió que había ensanchado sus horizontes internos y supo armonizar los complejos factores que determinaron el drama de su vida durante aquellos duros años.
Gertrude Bell: prisionera en Arabia Saudí
Escritora, viajera, politóloga, arqueóloga, espía y funcionaria del gobierno británico, Gertrude Bell pasó gran parte de su vida en Oriente, donde murió tras una carrera brillante de vagabundeos y misiones políticas. Se la considera la responsable de diseñar Irak, y fue condecorada con la Orden del Imperio Británico.
En 1913, en pleno declive del Imperio Otomano, viajó con idea de conocer a dos de los grandes líderes de los clanes del centro de la península arábiga: Ibn Rashid e Ibn Saud, y redactar un informe pormenorizado al Gobierno Británico. Para cuando llegó a Ha’il, la ciudad oasis en la región histórica del Néyed, al noroeste de Arabia Saudí, donde se suponía que residía Ibn Rashid, fue acusada de espía y traidora por lo que fue hecha prisionera.
La antigua ciudad, había sido en tiempos un centro de comercio y una parada en la ruta del incienso entre el Golfo Arábigo y la costa levantina. Durante siglos, los persas se habían detenido allí en la peregrinación a La Meca. Pero por aquel entonces era una ciudad fortaleza desoladora. Allí, en un sitio gobernado por mujeres y eunucos y sin hombres adultos, Gertrude Bell pasó sus peores momentos soportando temperaturas altísimas y sin saber si saldría con vida.
«Nadie vino a llamar a mi puerta ese día y nadie más vino en los siguientes días y noches. Paseé y me senté y volví a pasear y me senté de nuevo, esperando que sucediera algo. Pero nada pasó. Me habían hecho prisionera en Hayil». Finamente pudo escapar y llegar a Bagdad.