Ángel Antonio Herrera, periodista y escritor: «‘Sálvame’ no ha muerto, está hoy en el Congreso»
"Vivimos en un tiempo en el que es más importante el cambio de biquini que el cambio de pensamiento"
"El buenismo y el puritanismo están llevando al individuo a la invalidez"
«Vivimos en un tiempo en el que es más importante el cambio de biquini que el cambio de pensamiento», reflexiona en esta entrevista el conocido poeta, escritor y periodista Ángel Antonio Herrera.
Su sitio esencial es la escritura. A veces lo resuelve en verso. Otras en relato. Siempre apegada a una temperatura lírica. A su padre –profesor de latín y griego– le debe gran parte de su vocación literaria. Lo recuerda recitando a Jorge Guillén y García Lorca. Con ellos, con aquella música de la palabra, le despertó el desvelo y la admiración hacia la maravilla del lenguaje. Quizá también le debe a él los cimientos de ese verbo suyo ingenioso, repleto de tropos varios. Alegorías, metonimias, metáforas e hipérboles brotan de él.
Le suele llegar un verso, «el asomo de» o una metáfora; lo hacen de forma espontánea. La palabra va alentándole. Es ella la que piensa por él. Ha llegado a escribir poemas por tratarse con dos o tres palabras que le gustaban en un verso. En Los espejos nocturnos recogió seis poemarios de treinta años escribiendo poesía. Un recorrido del hoy al inicio; sin purgas ni restauraciones; un paseo inverso por las vicisitudes, reflexiones y sentimientos de este (sin desmesura alguna) virtuoso de la palabra.
Escucharle es otro deleite. Las reflexiones saltan de su garganta con un lirismo insólito, delator de la cultura y el talento que amasa. Con ellos, reconoce mirando a nuestro hoy que este momento, esta época, es apasionante, pero que a él le apasiona poco. «Cada día no cabe en el día» porque las sorpresas y sustos son permanentes, recordando aquel antiguo lema de los anarquistas de que «el mundo es un viejo error» del que todos participamos sine die. «Todo es estupefaciente».
«Ahora todo lo que no importa es muy importante y lo real tiene que parecerse a lo virtual», dice reflexionando sobre las redes sociales y los asuntos de ese escaparate de apariencias llamado internet. «Nos vamos domiciliando a Instagram y a sitios aún peores, donde ya todo es vicario y una bobada prescindible».
Ahonda en este posar mucho y pensar poco, con el biquini como aforismo, en su último libro, Salvaje España –una crónica brutal de la nueva modernidad en la que los ciudadanos buceamos como podemos–. Cada página es un collage de ideas, noticias, nombres y dislates varios, fotografía de un país (si acaso cosmos) irreversible. La existencia del mundo parece querérsenos revelar como un laberinto de trampantojos repleto de creencias y fervores. Él mira por el caleidoscopio y teclea.
A los temas les suele entrar de forma oblicua. A veces tira de hemeroteca. Sobre todo cuando quiere saber lo que piensa. Y hay ocasiones en las que incluso se da cuenta de que se va a llevar la contraria a sí mismo, reconoce entre risas.
Sálvame (aquel discurrir de tarde que define como la siesta tóxica de los que no echaban siesta) dice que no ha muerto, «está hoy en el Congreso». Implacable epítome que bien podría definir el cainismo político de hoy; esa guerra de insultos y contrainsultos. «Hay una conveniencia en no decir nunca la verdad. Vivimos en un atletismo con muchos campeones del embuste». De todos (que hay muchos), en su libro destaca a Pedro Sánchez, a quien corona «campeón del basquet del embuste».
Verdades que no serán tales, afirmaciones que fenecerán, promesas que morirán son las perlas del joyero del Parlamento. Una auténtica mina de caos que, para un articulista, resulta casi la bendición. Lo reconoce Ángel Antonio Herrera: «Para escribir, España es un edén». Si lo duda, mire al ruedo, o al tendido, y léale un poco (lo pasará bien. Y recapacitará).
Entre muchas otras cosas, relata de políticos, sus partidos, sus ideas (cuando las hay) y de asuntos varios sobre ellos como la amistad de torería de un ministrado (Ábalos) y un policía de puticlub (Koldo), tan española que te arrastra a un carnaval igual que a la cárcel.
Y aquí estamos, inmersos en esta guerra de fango que ya ha impregnado a los ciudadanos, divididos en bandos, con banderas y lemas. A él le parecen un modo de achicamiento o de estrechez. En este no escuchar más allá de la opinión de la panda de uno, de acciones incuestionables y de invidentes, materia de escritura hay; de esperanza no tanta. Conviene recordar a aquel Poeta en Nueva York que declamaba que «equivocar el camino es llegar a la nieve y llegar a la nieve es pacer durante veinte siglos las hierbas de los cementerios».
Quizá la culpa de todo la tenga haber perdido la batalla de la educación y, con ella, la de la cultura. Sobre este asunto mayor, asevera que «casi todo lo que ocurre tiene la causa primera y la última en la falta de educación», aunque le alienta «pensar que siempre sobrevivirá una cenefa de gentes que crean en lo que importa de verdad».
En su pasado lejano, hubo un tiempo en el que formó parte de aquel fenómeno de la televisión llamado Tómbola. Hombre sagaz, tuvo el arte de irse cuando el discurrir de famosos de oficio daba sus pasos hacia la peluquería de plató y conseguir sobrevivir sin estragos ni restos de contaminación.
En sus artículos lo mismo habla de Javier Milei, que de Paco de Lucía, de la palabra zorra de Quevedo (que no de la «peluquería»), la Ley de Bienestar Animal y sus ofertas de entretenimiento con aquello de que «pudiera resultar de mayor pena pegar a un perro que a una novia. O a un novio», de un pobre ciudadano al que le cayó una multa de noventa euros por rescatar un cuadro de la basura (al parecer el Ayuntamiento consideró que al estar en la basura, ya le pertenecía), o de entrevistas de empleo en China con careta, para no verle la cara a quien se va a contratar. Vorágine de disparates. Locura sin freno.
Defiende que «estamos en un tiempo en el que procede la infracción ante el cerco del puritanismo, el buenismo y la corrección porque todo eso está en contra de la creación. Y de la prosperidad. Y de la justicia. Están llevando al individuo a la invalidez».
Y ante tanto de tanto, tal vez el único refugio sea anhelar que, como sostenía Novalis, «cuando soñamos que soñamos está próximo el despertar» –suponiendo que su soñar comprenda las pesadillas–.
Mientras esperamos despertar, fondear en su escritura es un buen plan.
En la escritura es donde está la mayor veracidad de su vida y de su trabajo. Cuarenta años de oficio en la escritura. Empezó haciendo retratos de la vida social pública, una crónica diaria de lo que pasaba en, como él define, ese alterne. Ahí está su lenguaje, el primero.
Cree en el riesgo como género literario. Basta leerle. Confiesa que «la felicidad es un enemigo del poeta. Te lleva a no escribir». Él es de que el poeta tiene que tener desgarros o falta de concordia con el mundo; una biografía. Sin ella, sin esos vivires y sufrires, es difícil que le arañe. Le interesan Neruda, Octavio Paz, César Vallejo, Gonzalo Roja y todos aquellos feroces de la infracción, que le dan un susto, como Cabrera Infante (por quien llegó a ir a Cuba en busca de un tiempo literario muerto).
Si quiere oírle más, también puede disfrutarle en radio y televisión. Con Carlos Alsina reconoce pasarlo francamente bien. Como para no… Pero, mira al periodismo, columna inaplazable de la democracia, y reconoce que tiene una herida abierta.
En asuntos del amor (tan presentes en cualquier poeta) se acerca a Baudelaire en aquello de que «es el resultado de un malentendido». Y para que usted sueñe y ría, le dejo ésta: «El amor es un modo de compartir un crepúsculo, pero también una lavadora».
De mayor le gustaría seguir siendo un poco joven; poder frecuentar el verano con facultades.
Por un sempiterno verano…
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