Los expertos piden que dejemos de consumir esta golosina: ya está siendo un problema para el medio ambiente
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No se trata sólo de una costumbre ni de una cuestión de salud. Esta golosina tan popular en todo el mundo, masticada por generaciones y consumida masivamente cada año, empezó a despertar preocupación entre científicos y ambientalistas por los microplásticos que contiene. Probablemente, ya sepas de qué producto se trata.
En la misma línea, una reciente investigación revela que su composición y su forma de uso la convierten en una fuente inesperada de contaminación. La evidencia sobre su impacto en el entorno es cada vez más clara, pero aún no existe un consenso sobre cómo abordar el problema.
Es un problema para el medioambiente: ¿Cuál es la golosina que piden que dejemos de comer?
Una creencia extendida sostiene que si alguien se traga un chicle, este permanece durante siete años en el estómago. Sin embargo, la ciencia ya desmintió este mito. Según la revista Scientific American de Springer Nature, el chicle atraviesa el sistema digestivo igual que otros alimentos y es expulsado sin ser digerido.
Lo que sí es cierto es que su base, compuesta por polímeros sintéticos similares a los de un neumático, no se descompone en el organismo. Quien termina siendo perjudicado es nada más y nada menos que el medioambiente.
Y es que, en este sentido, uno de los aspectos más inquietantes del chicle es su vínculo con los microplásticos. Estos diminutos fragmentos están presentes en ecosistemas de todo el mundo y han sido detectados incluso en organismos vivos. Según estudios recientes, el chicle contribuye también a esta contaminación invisible.
En la primavera de 2025, un equipo de la Universidad de California en Los Ángeles presentó un estudio ante la Sociedad Química Estadounidense. Tras analizar distintas marcas de chicles, tanto sintéticos como de base natural, los investigadores detectaron que ambos tipos liberan microplásticos al ser masticados.
Estos son algunos datos clave del estudio para comprender mejor su impacto:
- Cada gramo de chicle libera entre 100 y 600 microplásticos.
- Una pieza puede liberar hasta 3.000 partículas.
- El consumo anual estimado de 160 a 180 chicles puede suponer la ingestión de hasta 30.000 microplásticos.
Esto indica que no solo el desecho del producto representa una amenaza medioambiental, sino también su uso, debido a los residuos microscópicos que se generan en la boca y se tragan sin conciencia.
La historia del chicle: del árbol al plástico
Cabe recordar que el hábito de mascar chicle no es para nada nuevo. Hay evidencias arqueológicas de que en Europa, hace más de 5.000 años, ya se empleaba brea de abedul con fines de higiene oral. Más tarde, en América, los pueblos mayas y aztecas masticaban la savia del árbol Manilkara zapota, origen de lo que hoy se conoce como chicle.
El consumo moderno se popularizó durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los soldados estadounidenses lo llevaban como parte de sus raciones. A partir de entonces, esta golosina se volvió habitual en la cultura occidental, convirtiéndose en un producto industrial de distribución masiva.
Sin embargo, aunque en sus inicios se trataba de un material vegetal, la mayoría de los chicles actuales están hechos con compuestos sintéticos derivados del petróleo. Una transformación que ha acarreado serias consecuencias ambientales.
La industria del chicle cambió de forma radical cuando sustituyó la savia natural por una base de goma sintética. Hoy, según afirma un publicado en la revista Analytica Chimica Acta, esta golosina está compuesta principalmente por:
- Estireno-butadieno: mismo material que se usa en neumáticos.
- Polietileno: presente en bolsas y botellas de plástico.
- Acetato de polivinilo: empleado en colas y adhesivos industriales.
- Aditivos artificiales: saborizantes, edulcorantes y colorantes.
Este conjunto de polímeros hace que el chicle sea un producto no biodegradable. Su persistencia en el entorno es comparable a otros residuos plásticos. Y su uso cotidiano, al tratarse de un producto masticable y desechable, agrava su huella ambiental.
Los demás problemas del chicle, un residuo masivo sin gestión adecuada
Más allá del impacto microscópico, las cifras globales de esta golosina son reveladoras. Cada año se fabrican:
- 1,74 billones de unidades de chicle.
- Más de 2,4 millones de toneladas de producto.
- De ellas, unas 730.000 toneladas corresponden a goma sintética.
El resultado es una acumulación de residuos que no se reciclan, difícil de eliminar del entorno urbano.
Los chicles arrojados al suelo son el segundo residuo más común en las ciudades, sólo superados por las colillas de cigarrillo. Su retirada tiene un coste elevado, muy superior al precio de compra de la golosina.
No existen sistemas específicos para desecharlos. La alternativa más responsable es envolverlos en papel antes de depositarlos en una papelera. Aun así, terminarán en vertederos como desecho no reciclable.
Alternativas sostenibles para reducir el impacto de esta golosina: ¿Son viables?
Ante este panorama, han surgido iniciativas para reducir el impacto de esta golosina. Algunas marcas han desarrollado chicles biodegradables, elaborados con materiales vegetales. No obstante, su alcance es limitado y sus precios no compiten con los productos de grandes empresas.
Otra iniciativa destacada es Gumdrop, empresa fundada en el Reino Unido en 2011. Su objetivo: recoger chicles usados y reciclarlos para fabricar nuevos productos.
Los recipientes de recogida, fabricados con el propio plástico de chicle (Gum-tec), se colocan en espacios públicos y han demostrado reducir hasta un 90% los residuos en las zonas donde se instalan.
Este plástico reciclado se emplea para elaborar:
- Vasos reutilizables.
- Lápices.
- Suelas de calzado.
- Nuevos recipientes de recogida.
Cada contenedor lleno puede reciclar unos 500 chicles y producir tres unidades nuevas, promoviendo así un modelo de economía circular.
La sugerencia de los expertos no es una alarma sin fundamento, sino un llamado a reconsiderar un producto que ha dejado de ser inocente.