Tanto en la Liga como en la Copa
No constituye novedad alguna la desidia de los suplentes del Mallorca ante la oportunidad de reivindicar sus opciones de subir al equipo titular. Recordemos que incluso el año en que disputaron la final contra el Athletic en La Cartuja, pasaron de ronda al eliminar al Tenerife por un gol de Larin sin tiempo siquiera para sacar de centro inmediatamente. Lo de Pontevedra de hace diez meses, mejor olvidarlo.
Pablo Torre, que ya defraudó en el Girona, no encajará hasta que alguien le haga entender que asistir a Raphiña, Lewandosky, Ferrán o Fermín y recibir de Pedri, De Jong, Cubarsí o Iñigo Martínez, no es igual que pasarle el balón a Antonio Sánchez, Marc Doménech o Samu y controlar un servicio de Lato, Raillo o Mascarell. Por cinco millones vale la pena intentarlo.
No les falta razón a quienes afirman que Bergstrom, David López, el joven Olaizola, Llabrés o Abdón no son futbolistas de primera división, pero aunque un límite salarial de 60 millones debería dar para más, los equipos por debajo de esta cifra tampoco disponen de más de catorce o quince efectivos aptos hasta llegar a los veinticinco inscritos en plantilla. El problema reside, en todo caso, en la falta de competencia interna en las demarcaciones de los más habituales. Nadie mejora el bajísimo perfil de Morlanes, Asano o Muriqi para motivar sus ambiciones personales.
Pablo Ortells, el director de fútbol, lo sabe perfectamente pero, igual que Arrasate, decepcionante en este sentido, rehuye cualquier enfrentamiento a la política de una propiedad que no acepta la diferencia entre gasto e inversión, nacida en la cultura americana sin descensos de categoría y sin una sola raíz sentimental, ahora tampoco económica, que le mueva a un interés exigente de un esfuerzo mayor.