El seguidismo de Escola Catalana nos está saliendo muy caro
Nunca exageraremos lo bastante la ruinosa influencia que ha tenido Cataluña sobre las Islas Baleares. Ha sido y sigue siendo una tendencia generalizada entre nuestras élites que siempre han visto a Cataluña como tierra de promisión para todos nosotros, poco menos que unos menores de edad. El escritor Mateu Cañellas ha dado buena cuenta de ello y, en su última obra, señala el desmantelamiento de la Universidad Luliana de Mallorca por parte del poder borbónico en el siglo XIX como el origen de la hiperinfluencia catalana sobre nuestras élites que, a falta de universidad propia en suelo balear, se vieron obligados a completar sus estudios en Barcelona. Prendados de una ciudad condal siempre a la vanguardia, los vástagos de las elites baleares que allí enviaron a estudiar nos trajeron al volver sus modas culturales y corrientes políticas como si fueran el nuevo evangelio. Lo moderno siempre era lo catalán.
Esta influencia llega hasta día de hoy. Més per Mallorca es un trasunto de Esquerra Republicana de Cataluña. El PSIB, un trasunto del PSC. La vieja y añorada Convergència de Jordi Pujol (al que recibían como el mesías Neus Albis y Pere Sampol en comandita) siempre inspiró a UM y, dicen las malas lenguas, al PP de Matas y ahora al de Marga Prohens.
No es ninguna casualidad que el derrumbe de la Escola Catalana y su desprestigio como modelo de éxito hayan coincidido precisamente con el descalabro de su trasunto balear, nuestra Escola en català, pública i de qualitat, aquel grito de guerra de la marea verde a cuya ola se subió Armengol para desgastar a Bauzá al tiempo que socavaba la voluntad del PP balear de reformar un sistema de enseñanza que ya por aquel entonces hacía aguas por todas partes, ocupando ya el farolillo rojo entre las regiones españolas y europeas.
Martí March, anterior consejero de Educación, selló una paz educativa que tranquilizaba a los claustros y que, en realidad, no era otra cosa que una rendición total a las demandas de los sindicatos y una renuncia a no llevar a cabo ninguna reforma necesaria y de calado. Los socialistas no se cansaron de restregar por la cara al PP el inmenso logro que suponía esta pax educativa, como si fuera sinónimo de excelencia, equidad o algo parecido.
En realidad, a la sombra de esta paz educativa lograda por Martí March no funcionaba nada de nada, pero la falta de una auténtica rendición de cuentas mediante pruebas objetivas y externas, al renunciar March a realizar las pruebas de diagnóstico a mitad de ciclo y a las pruebas internacionales como PIRLS y TIMSS, impedía ver el verdadero marasmo de la situación de nuestras aulas. Sólo quedaba una rendición de cuentas cada cuatro años de la que fiarnos y saber por donde iban los tiros, las ineludibles pruebas PISA, que no podían evitar. Y no sería por ganas. Recuerdo lo que dicen que dijo el primer consejero de educación que se enfrentó a los resultados de la primera prueba PISA en la que se desagregaron los datos por autonomías, permitiéndonos conocer el verdadero nivel de nuestros estudiantes. «De haberlo sabido, no hubiera permitido desagregar los datos». Se trataba de la socialista Bárbara Galmés. El socialismo, siempre con la transparencia y la rendición de cuentas por delante.
Lograda la paz educativa, March y Morante se inspiran en la Escola Catalana
No es ninguna casualidad, como decía, que el descalabro de la Escola Catalana con su inmersión lingüística coincida ahora con el de la Escola en català, pública i de qualitat, porque en 2015, cuando Martí March coge las riendas de la enseñanza balear, su equipo directivo comandado por Antonio Morante decide inspirarse en lo que hacen los catalanes, siempre pioneros, siempre a la vanguardia, siempre en primera línea de lo innovador, mascarón de proa de la posmodernidad. La política educativa catalana, con su inmersión obligatoria y el boom de la renovación pedagógica, es entonces la nueva Jerusalén de la educación. En pleno procesismo, la propaganda oficial nos habla de un modelo educativo de éxito.
Morante implanta programas anteriormente implantados en Cataluña como es la evaluación entre iguales, pero no para alumnos, sino para profesores. A los alumnos, mejor no evaluarlos y si no queda más remedio que hacerlo, mejor que vayan pasando de curso con varios suspensos que al final, dicen los pedagogos, la repetición de curso tampoco aporta gran cosa. Un sistema educativo que evalúa directamente a los profesores y que prescinde de hacerlo a los alumnos, mientras se niega a la rendición de cuentas que mide exactamente la labor como docente por lo que aprenden sus alumnos, no podía terminar bien.
March, emulando el mayor margen de maniobra que los catalanes empezaban a dar a los directores, funda el CFIRDE, un centro de formación para directores que dirigirá una vaca sagrada muy conocida en la Consejería, el socialista Manel Perelló. El CFIRDE consagra la formación de un nuevo gremio profesional, los directores de centro, a los que Perelló elige de forma discrecional (entrevista incluida) para que sean los nuevos pastores que guiarán la educación balear hacia el paraíso escolar y crear así el hombre nuevo. Perelló mima a sus directores, los endulza con cursos y jornadas, los gremializa con un espíritu de cuerpo y les concede más autonomía al socaire de una ampliada autonomía de centro, un principio que más tarde servirá para sortear las sentencias del Tribunal Supremo que exigen al menos un 25% de las clases en español y proseguir con la inmersión obligatoria, un tema tabú que no admite ni la más leve objeción y crítica, no en vano es el pilar sobre el que reposa la santa alianza con el cuerpo docente.
Precisamente ahora el comité de expertos del Govern de Prohens pretende revisar esta autonomía de centro ensanchada que les concedieron March y Morante a los centros. Estos expertos consideran exagerado el número de horas de libre disposición de los centros y desaconsejan totalmente la anulación de las programaciones didácticas, única comunidad autónoma que se ha atrevido a hacerlo, lo que ha permitido la implantación de modas didácticas muy transgresoras y sin apenas base empírica que corrobore su eficacia. Por si fuera poco, lamentan el abuso que se ha hecho de las nuevas tecnologías hasta el punto de enseñar robótica en educación primaria para reducir la brecha de género y animar a las chiquillas a sentirse llamadas por los estudios STEM. Un día habrá que estudiar con detalle el mayúsculo dispendio de March en tecnología educativa al abrigo de los fondos Next Generation. Podría salir escaldado.
Si naces pobre, la enseñanza balear logrará que sigas siendo pobre
Otra propuesta que han criticado los expertos del Govern de la época dorada de March ha sido la reducción de las horas de matemáticas, una distribución horaria, ¡cómo no!, parecida a Cataluña y exactamente igual en bachillerato, con sólo tres raquíticas horas semanales. Los resultados de TIMSS 2023 que se acaban de dar a conocer no hacen sino revelar los déficits matemáticos de nuestros escolares tras el octenio negro armengolino, situándonos entre los tres peores de la OCDE en cuanto a matemáticas y ciencias. Porque lo cierto es que la educación balear ni es excelente (en torno a un 1% de alumnos en el nivel más avanzado, según PISA 2022 y TIMSS 2023) pero tampoco es nada equitativa, con la mitad del alumnado que no alcanza las competencias mínimas, con un elevadísimo porcentaje de alumnado, en torno al 20%, en el nivel más bajo y, por si fuera poco, con poquísimos alumnos (un 5% en matemáticas y un 7% n ciencias según el TIMSS 2023) que vengan de familias económica, social o culturalmente pobres que superen los mínimos estándares.
Al margen de la propaganda oficial y el ruido y la furia de la izquierda que se llena la boca de combatir el «clasismo» y el «segregacionismo», el octenio negro armengolino ha convertido nuestro sistema educativo en la mayor fábrica de clasismo de Baleares al perpetuar las clases socioeconómicas y liquidar la movilidad social, dejando de ser el ascensor social que sí era hasta hace 30 años. En el mejor de los casos, se ha convertido en un conservador social y, en el peor, en un auténtico descensor social al evacuar títulos y grados con mucho menos valor que los que obtuvieron sus padres.
La educación balear obtiene unos resultados diametralmente opuestos a lo que vienen predicando sus próceres, con un grado de hipocresía difícilmente superable. Predican la igualdad de oportunidades al mismo tiempo que la liquidan de cuajo. El debate que alimenta la izquierda sobre qué debe priorizarse, si la excelencia o la equidad, resulta ser otra falacia porque, como vemos, una educación no excelente redunda en una educación nada equitativa. Cuando la educación renuncia a lo que puede dar, exigencia y contenidos, y se dispone a perseguir lo que por sí misma no puede dar, como es la equidad, el nivel baja, pero el de todos, produciéndose una igualación por abajo, sin beneficiar a los más capacitados, que se vuelven mediocres, y sin beneficiar tampoco a los menos capacitados, que se tornan más vagos. La izquierda balear y todo lo que le rodea es una impostura que no supera el menor análisis de los hechos. Más le valdría al PP alejarse ideológicamente de semejantes compañías.
El seguidismo de Cataluña, tierra de promisión y vanguardia de todo lo progre, nos ha salido muy mal. Los resultados de PISA 2022 para los chicos de 15 años, de las pruebas de diagnóstico a mitad de ciclo de 2024 y de TIMSS 2023 para los chicos de 10 años constatan que Cataluña siempre fue, para las Baleares, un mal negocio. Dime con quién vas y te diré quién eres.