Una reflexión muy atropellada sobre la Capitalidad Cultural
Poco a poco se acelera la presentación de ciclos y festivales de música culta en Mallorca

¿Qué significa ser capital cultural? ¿Un listado de templos, de museos, de patrimonio que puedes tocar con las manos? ¿Tal vez un ejemplo de voraz vitalidad en las actividades de las gentes del lugar? ¿Un referente sin más?
El 27 de junio se presentó la temporada de abono 2025-26 de la Orquestra Simfònica Illes Balears y el 4 de julio se hará lo propio con el ciclo Miró y la Música, novedad este año del Festival de Deià. De la temporada, quiero destacar la presencia de la Orquesta Filarmónica de Málaga, dirigida por el palmesano José María Moreno -su titular-, que si no recuerdo mal estará en el Auditórium de Palma el 29 de enero de 2026. Es una práctica habitual en las temporadas, el intercambio de orquestas. Lo que me lleva a recordar esa primera experiencia allá por el 2004, y siendo gerente Abili Fort, acudiendo nuestra Sinfónica al Auditori de Barcelona. Estuve allí. Tras dos décadas el experimento se repite, a la inversa: de Málaga a Palma.
Como apuntaba antes, el ciclo Miró y la Música es una rigurosa novedad en el Festival de Deià y de las tres propuestas, quiero destacar la presencia del pianista ruso Boris Berman el mismo 4 de julio, que incluye obras de John Cage y no precisamente obras cualquiera. Pura revuelta.
Poco a poco se acelera la presentación de ciclos y festivales de música culta que tienen lugar en Mallorca. Curiosamente, hablamos de un fenómeno que comenzó a cobrar fuerza a partir de la pandemia, cuyas consecuencias en el capítulo de las artes escénicas resultarían nefastas, desapareciendo algunas iniciativas relevantes, debido a la severa restricción de aforos. Ahora, seis años después, parece haber retornado por fin la normalidad, como muestra la solidez recuperada por los proyectos referidos a la escena.
Dejando a un lado la colosal apuesta del Ayuntamiento de Palma, de 1982 a 1991 siendo su alcalde el socialista Ramon Aguiló, en realidad desde la década de los años 80 lo habitual era presentar ciclos de relevancia, apenas unas semanas antes de iniciarse hasta que estalló la crisis económica del 2008, cuyas consecuencias comenzaron a notarse sólo dos años después y se acabó lo que se daba. En especial las ayudas de la Dirección General de Promoción Turística, en aquellos días convertida en el hada madrina de no pocos festivales y temporadas de postín, que vivían de las subvenciones públicas y en Turismo encantados de ayudar pues existía la convicción de que un destino turístico líder necesitaba agenda cultural a la altura de las circunstancias. El problema es que, realmente, los promotores apostaban poco o nada económicamente, refugiándose en las ayudas públicas.
No estoy descalificando ninguna iniciativa porque en Europa los países de larga tradición cultural –Alemania, sin ir más lejos- no dudan en volcarse en aquellos proyectos que merecen realmente la pena, sean privados o no. Lo único que exigen es calidad, rigurosamente calidad en los proyectos.
Probablemente, el único caso singular fue el ciclo El Mundo Sinfónico a mediados de la década de los años 90. Solamente fueron dos ediciones que tenían lugar, simultáneamente, en Madrid, Sevilla, Bilbao y Palma. Vimos desfilar por el Auditórium de Palma aquellos dos años a figuras mundiales hasta que finalizada la segunda edición, llegó el aviso: los promotores tras mostrar su capacidad, entonces pusieron cartas sobre la mesa. Su objetivo era crear un festival de artes escénicas. Para ello pedían a la administración una subvención de 5.000 millones de las antiguas pesetas, que traducido en euros sería algo así como 30 millones. No volvieron y por si es necesario recordarlo, ninguna actividad de altura alcanza, en Mallorca, algo parecido a 500.000 euros de presupuesto. No hay manera de competir con aquellas actividades que tienen lugar en otras geografías, ajenas a la nuestra.
Volviendo a las consecuencias de la crisis de 2008, Promoción Turística se decantó por cerrar el grifo, utilizando como excusa que ninguna propuesta les llegaba, al menos, con un año de antelación; el tiempo necesario para ir a poner en marcha la maquinaria promocional. Era una excusa, pero tenían toda la razón. Palma empieza ahora a promocionarse para ser el año 2031 la Capital Europea de la Cultura. Al margen de apelar al patrimonio, ¿hay en realidad un auténtico pulso cultural de envergadura?
Quiero subrayar que esa tendencia a presentar programas con la antelación más que suficiente es un paso muy relevante para convertir nuestra agenda en motivo de atención más allá de nuestras fronteras.
En esta legislatura hay que reconocerle al PP su apuesta por la cultura, algo que le suena a chino a una extrema izquierda de fumadero bajo un puente y bares cutres de madrugada. Palma ya es la propietaria del edificio de GESA llamado a convertirse en la biblioteca central de la capital, y dispuesta a ser protagonista de la inauguración de la Caja de Música. Pero no hay más, en el horizonte inmediato. Salvo la Seu y el Palacio de la Almudaina. Tienen por delante seis años para hacer realidad un sueño del que es incapaz esa extrema izquierda idiotizada. Falta todavía por saber hasta qué punto será capaz de inyectar voluntad colaboradora para hacer realidad proyectos por nacer o consolidarse propios de la iniciativa privada. Me tomaré una caña.
Les dejo con esa imagen del futuro auditorio de la Caja de Música, que sí será un referente internacional si la OSIB acierta en sus propósitos.
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