La inmersión no salva el catalán pero protege al búnker educativo
Tras 11 años sin realizar ninguna prueba de diagnóstico a toda la población escolar de cuarto de primaria y siete sin hacerla tampoco a los estudiantes de segundo de secundaria, por fin nos llegan los resultados de las pruebas de diagnóstico del curso pasado 2023-24 que retomó con acierto el consejero de Educación, Antonio Vera. A la vista de los resultados a nadie le puede extrañar que Martí March se valiera de todas las artimañas y excusas habidas y por haber para no realizarlas a lo largo y ancho del octenio negro armengolino. Porque en realidad lo que aquí se está juzgando no es tanto una ley de educación (o mejor dicho, unas leyes) que ha estado vigente durante estos años, sino la gestión del actual alcalde de Pollença que permaneció al frente del tinglado educativo durante ocho años.
Los resultados que se han dado a conocer por parte del IAQSE certifican el hundimiento del sistema educativo balear que otras pruebas como PISA ya habían puesto de manifiesto. Llueve sobre mojado. La realidad es que la mitad del alumnado de primaria, tras siete años de escolarización como mínimo (tres cursos de infantil + cuatro de primaria), no alcanza las competencias lingüísticas y matemáticas exigibles. Habrá que afinar más en cuanto el IAQSE haga pública más información al respecto, pero lo que queda claro es que la mitad de los alumnos de primaria no es competente en castellano, catalán y matemáticas. Y es ahí, en primaria, donde radican las principales carencias de la educación balear y de cuyo nudo gordiano ya no se libera el alumno retrasado conforme va avanzando de curso, máxime si tenemos en cuanto el recelo que para las nuevas camadas de maestros, orientadores y tutores supone repetir curso para adquirir los conocimientos y las competencias pertinentes para abordar con cierta probabilidad de éxito los cursos y etapas posteriores.
La inmersión sale mal parada de nuevo
El sistema de inmersión lingüística tampoco sale bien parado. Es particularmente grave que la mitad del alumnado de primaria sea incompetente en catalán, no tanto por la salud del catalán en sí mismo (la escuela no va a salvar el catalán, como vemos) ni tampoco por el fiasco que supone para el statu quo que al final de la ESO los alumnos no dominen ambos idiomas oficiales, el gran objetivo en virtud del cual los políticos y la comunidad educativa justifican la inmersión lingüística obligatoria.
No, la incompetencia en catalán es particularmente grave porque el catalán es a día de hoy la única lengua vehicular del sistema educativo y el no dominio de esta lengua por parte de los alumnos de cuarto de primaria tiene que lastrar, obligatoriamente, el aprendizaje del resto de asignaturas no lingüísticas. Si no se domina siquiera el vehículo, el principal instrumento para aprender, como es la lengua catalana, las posibilidades de éxito para aprender algo (ciencias, matemáticas, historia) en esta lengua caen en picado. A los irresponsables de Antonio Vera, Marga Prohens o Sebastián Sagreras, como a los irresponsables de Martí March y Francina Armengol, les tiene sin cuidado porque lo que priman sobre todo lo demás es no molestar al establishment educativo y aminorar el riesgo de perder algunos votos.
Resulta chocante, además, que Vera tenga el tupé de anunciar una rendición de cuentas del plan piloto al que sólo se han adherido 11 centros concertados cuando su alternativa, el consolidadísimo plan de inmersión lingüística implantado en todos los colegios baleares en los últimos 30 años, no ha dejado de cosechar un fiasco tras otro en todas y cada una de las pruebas de diagnóstico que nuestras autoridades educativas han tenido a bien presentarnos. El filólogo catalán que tenemos por consejero ve la paja en el ojo ajeno (el plan piloto) pero al parecer no ve la biga que tiene en el propio (el plan de inmersión).
La escuela no es ni debe ser una academia de idiomas, como algunos han hecho creer a muchas familias. Su principal función tampoco puede ser la de equilibrar una realidad sociolingüística cada vez más adversa para el catalán. El alumno, cualquier alumno, debe contar con la mejor tecnología para estudiar y aprender y esta tecnología no es otra que su lengua materna, como defendía el catalanismo hace treinta años.
La inmersión lingüística obligatoria no sólo no ha salvado ni va a salvar el uso social del catalán, tampoco logra alumnos competentes en ambas lenguas oficiales al finalizar la educación obligatoria, un objetivo incluido en todas las leyes lingüísticas, objetivo al que al parecer debe someterse todo lo demás. Lo único que salva la inmersión obligatoria es a un búnker educativo cuya supervivencia y reconocimiento social pasa por no reconocer su error de apoyar una política lingüística dañina para los estudiantes y no asumir en consecuencia sus responsabilidades de su fanatismo lingüístico.
La farsa de apelar al consenso lingüístico
Entretanto, los autollamados liberales del Partido Popular de Baleares siguen boicoteando por tierra, mar y aire cualquier iniciativa de devolver la libertad lingüística a las familias. Después de conseguir que el plan piloto al que se comprometieron con VOX descarrilara, ahora se valen del filibusterismo de los inspectores, las medias mentiras de la consejería, la caradura de Vera-Sí-Sí (no sabe decir que no a los sindicatos ni demás lobbies de presión) y del catalanismo de los directores de los colegios (casi todos, nombrados por el socialista Martí March) para dejar en agua de borrajas la libertad de elección en primera enseñanza consagrada en la ley de normalización lingüística (1986) y en el decreto de mínimos (art. 9, 1997).
Al final, el consenso al que apelaba el PP para convencer a los de Vox para no tocar ni una coma de la normativa lingüística consistía en eso, en burlarse de su propia normativa que un día lejano se atrevió a promulgar antes de convertirse en una formación decididamente catalanista, como es ahora. Apelar al consenso lingüístico ha servido a prohensinos y sagrerianos para engatusar a las ursulinas de Vox prometiéndoles que todo cabía dentro de la normativa aprobada, para luego, por la vía de los hechos consumados y del filibusterismo burocrático, dejarlo todo como estaba y no hacer nada de lo que les habían prometido. O los del PP son muy listos o los de Vox muy tontos.
La nueva prueba de selectividad, otra constatación del fiasco de la inmersión
El Govern prohensino es tan consciente de que el tren de la realidad está atropellando su reiterado deseo de que los alumnos al final de la etapa de secundaria obligatoria dominen ambas lenguas oficiales que el nuevo formato de las pruebas de selectividad no deja lugar a dudas. Con el único objetivo de no penalizar a los alumnos baleares respecto a los peninsulares (que no tienen Lengua catalana y literatura como materia obligatoria y puntuable en selectividad) y de paso salvar los muebles a la universidad pública balear, la que menos estudiantes de su región retiene en toda España y amenazada para más inri por la competencia de las inminentes universidades privadas, Antonio Vera ha decidido que la prueba de catalán sea mucho más fácil que la prueba de español: no sólo las faltas de ortografía en catalán descontarán la mitad que las de castellano sino que encima el tercio del examen que la asignatura de lengua castellana va a dedicar a sintaxis y morfología se va a sustituir por contenidos sociolingüísticos en literatura catalana. Toda una paradoja.
A unos alumnos a los que se permite ser incompetentes en catalán se les obliga a aprenderse de memoria (para que luego renieguen de la memoria en favor de las competencias) el catecismo nacionalista (la sociolingüística no es otra cosa) que consiste en recitar que todo el mundo tiene la obligación de ser leal y competente en esta lengua so pena de ser castigado socialmente. ¿Qué persiguen los expertos que han diseñado la nueva prueba de acceso a la universidad? ¿Adoctrinamiento en la fe catalanista o una más que obligada competencia en catalán después de 15 años de inmersión en este idioma? Juzguen ustedes mismos.
El relato de partido de gestión, de partido responsable, serio y prudente, de partido con sentido institucional, de partido de Estado que defiende lo mismo en toda España, una narrativa que todavía adorna al PP gracias a la eficacia propagandística de sus medios afines, se está disolviendo como un azucarillo. Sus políticas son las mismas del PSOE con cinco años de retraso y la desorientación ideológica que precede a su descomposición como partido nacional sigue los mismos pasos que siguió hace años la de los socialistas, cuando éstos dejaron de ser un partido de Estado que se jactaba de decir lo mismo en toda España para pactar con todos los separatistas de toda piel y pelaje con el único objetivo de salvar los sillones.
Está en el debe de Vox divulgar esta gran verdad y atraerse a los votantes despistados que todavía siguen creyendo que feijóos y prohensinos tienen algo que ver con la derecha, sea liberal, nacional o conservadora.