CRÍTICA

Diálogos rompedores de un monstruo del virtuosismo en el auditorio del Conservatorio

Egberto Gismonti visita por primera vez la isla acompañado de su compatriota Daniel Murray

Lo vivido en el escenario dejó claro por qué Gismonti era el cabeza de cartel en el 17 Jazz Voyeur Festival

Egberto Gismonti
Egberto Gismonti y Daniel Murray, en el auditorio del Conservatorio Superior de Baleares.

Efectivamente, el domingo 24 en el auditorio del Conservatorio Superior de Baleares quedaba claro por qué Egberto Gismonti era el cabeza de cartel en el 17 Jazz Voyeur Festival, además del atractivo que conllevaba ser ésta su primera visita a la isla. Llevo al titular que asistimos, testigos de excepción,  a diálogos rompedores de un monstruo del virtuosismo. En realidad, sería más correcto extender el plural a monstruo, porque Egberto Gismonti no estaba solo en el escenario. Le acompañaba su compatriota Daniel Murray.

Ambos proceden de la enseñanza clásica, sólo que Murray profundizó en el repertorio moderno y de vanguardia, mientras Gismonti desde sus orígenes puso en práctica el consejo de su mentora, pianista y directora de orquesta, Nadia Boulanger, y además, una de las más grandes pedagogas musicales del siglo XX. El consejo fue sencillo: «Confía y rompe las reglas». Dicho y hecho. Nada más regresar de París, se fue a vivir unos meses con los Xingú del Amazonas. Algo parecido hizo Murray, en los días de sus diálogos con Paulo Porto-Alegre, sin olvidar su profunda admiración por Gismonti, hasta el punto de editar, el 2019 con ECM, Universo musical de Gismonti. Dos temas recogidos en el álbum sonaron la noche del 24: Maracatú y Frevo. 

Es importante recordar estos antecedentes para entender la explosividad de la paleta de sonidos exhibidos en los apenas 80 minutos de directo y poder entender, al mismo tiempo, la perfecta conjunción que se daba entre ambos. Maravillosa la habilidad de Murray para romper el traste y la caja para irse en busca de una sonoridad nueva de la guitarra, con sólo clavar palotíllos.

Un breve paréntesis para hablar de los teloneros, el trío de Pedro Rosa con dos guitarras, la solista manejada por Laki Pattey e instrumentos de viento. El repertorio era compartido entre canciones de Pattey y Rosa, quien dice de su estilo que pretende ser «un mensaje de esperanza y suavidad». Todo ello a través de un jazz susurrado y minimalista que sorprendió gratamente al público. Pero está claro que todos aguardaban el momento de ver salir a escena a la pareja Egberto Gismonti-Daniel Murray, otra grata sorpresa. 

El repertorio elegido para la noche del 24 eran casi todos temas de Egberto Gismonti, excepto Retrato em branco e preto, de Antonio Carlos Jobim (en sí mismo un gran referente); Dança Miudinho, de Heitor Villa-Lobos (el gran compositor y chelista que influyó vivamente en el estilo Gismonti) y Carinhoso, de Pixinguinha, quien contribuyó a convertir el choro en un estilo característico de la música instrumental brasileña. El choro se originó  la segunda mitad del siglo XIX (1870) en territorios de la música popular. Un cuarto tema era Saudaçoes, compartido con el compositor y poeta Paulo César Pinheiro, uno de los pioneros de la música para bailar en los clubes y sociedades entre 1930 y 1950. Hasta que llegando la bossa nova todo cambió. Iniciándose el camino de la música instrumental urbana que está en la base del nacimiento del jazz brasileño.

En cuanto a los temas propios, sobresalía, muy especialmente, Dança das Cabeças porque se remonta al año 1977 y a su primera grabación para el sello ECM, compartiendo diálogos con un percusionista tan inclinado por la fusión como Nana Vasconcelos. En definitiva, fueron 80 minutos de un incendiado virtuosismo donde se mezclaban pinceladas de jazz –de hecho la estructura de los temas tenía mucho que ver con el free jazz-, apuntes al clasicismo y fundamentalmente la huella de la música tradicional brasileña.

Vivimos momentos irrepetibles, como pocas veces se han visto, y a pesar de la corta duración (la norma del show-biz  establece los 90 minutos más bises) el público salió invadido de emociones cercanas al éxtasis, después de presenciar casi incrédulo un magisterio con intensidad de texturas, que en ocasiones nos acercaban al remoto universo musical indígena. De hecho en los recorridos de Egberto Gismonti por la guitarra se podía presentir el susurro de la selva amazónica. Por cierto, he leído en alguna parte que nos vino Gismonti con la guitarra de ocho cuerdas y no es cierto. Lo hizo con la guitarra de diez cuerdas, cuatro de ellas de contrabajo. De ahí la especial y grave atmósfera sonora de sus evoluciones, con giros casi inverosímiles, 

Se pudieron escuchar duetos y también a Gismonti al piano, desarrollando un recital de armonías complejas, muchas de ellas deudoras del jazz, con el uso insistente de imposibles registros agudos y bajos. Presenciamos, bajo el influjo de la luna menguante esa habilidad suya, improvisadora y técnica deslumbrante, que hace del Gismonti un músico prácticamente irrepetible.

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