Un gorrilla marroquí, sobre la inmigración ilegal de sus compatriotas: «Vienen a por fiesta y mujeres»

El hombre asegura que muchos indocumentados "no vienen a buscarse la vida"

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David García de Lomana

Barrio de La Macarena, en Sevilla. A las 18:00 horas de este martes, cuatro gorrillas en apenas 150 metros se dedican a ayudar a aparcar a los vecinos a cambio de una propina. Tras varios intentos, OKDIARIO Andalucía logra hablar con uno de ellos.

Mustafa lleva siete años ejerciendo como gorrilla. Es marroquí, de Larache, y llegó a España en 1999 con un visado. El hombre reconoce que en el barrio hay inmigrantes ilegales procedentes de su país: «Conozco gente que ha llegado en patera, sí, aquí hay un montón».

El problema, dice, es que muchos de estos compatriotas sin papeles no llegan con la intención de encontrar trabajo: «No vienen a buscarse la vida. Vienen para discotecas, para bailar, para chicas… No lo entiendo, la verdad. Yo he venido aquí para trabajar».

«Un día bueno, 40 euros»

Su jornada laboral de 9 horas empieza a las 9:00 y se prolonga hasta las 14:00. Se echa una siesta y vuelve de 16:00 a 20:00. «En un buen día», cuenta, apenas le da para para sacarse 40 euros, «20 por la mañana y 20 por la tarde». Paga 80 euros al mes por el alquiler de una habitación «chiquitita».

«Este trabajo es una mierda. Unos dan, unos no, otros te cierran la puerta… Es una mierda. Yo antes tenía otro trabajo mejor, te lo juro. Soy cocinero», explica a este periódico.

Piden dinero, pero «no es obligatorio» dejar propina. «Si te conocen te dejan 30 o 40 céntimos, otros te dan dos euros… Depende del corazón y del sueldo de la gente», cuenta. ¿Y si no acceden? Preguntado por si se rallan coches a modo de represalia, apunta que «hay gente que sí, la verdad».

La calle queda dividida en tramos, unos 25 metros para cada gorrilla. «Yo tengo desde esta farola hasta allí», dice señalando un árbol. ¿Y si llegas y ya hay alguien? «La gente respeta los sitios. Antes tenía todo para mí pero he cedido espacio a los nuevos», relata.

Asegura que nunca «he tenido un problema, ni aquí ni en mi país». En el barrio todos le conocen. Mientras hablamos con él, una mujer aparca y al bajarse del coche le da unas monedas: «No siempre doy dinero, pero si llevo suelto y me apetece, sí». La vecina detalla que en la zona hay «muchos» gorrillas pero que no se siente «obligada» a pagarles.

Un viandante, sin embargo, afirma que existe el «miedo a que le hagan algo al coche». «Si es en un sitio que no frecuento y no me conocen, sí que pago, nunca sabes qué puede pasar», apunta. Otro vecino, que dice estar ya «acostumbrado» a verlos siempre en el barrio, denuncia que «ya casi hay más gorrillas que coches». Lo cierto es que no hay más que darse una vuelta por Sevilla para comprobarlo.

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