Historias de la desmemoria (6): Arturo Casanueva

Arturo Casanueva

Abogado y poeta, legionario y periodista, bohemio y presidente del sindicato de empleados de banca, la personalidad de Arturo Casanueva González (Santander, 1894-1936) retrata el primer tercio del siglo XX español con la misma precisión cambiante de un caleidoscopio. Hijo de familia montañesa acomodada, en 1920 da sus primeros pasos en la Corte al ser nombrado miembro del gabinete del subsecretario de Gobernación, su paisano Juan José Ruano de la Sota, conservador. Lejos de acodarse en la escalera de ascenso ministerial, decide enrolarse en la recién creada Legión en 1921, después del desastre de Annual.

Su experiencia en la guerra de Marruecos dará origen en 1923 a su libro La ruta aventurera de la cuarta salida (felizmente reeditado por Editorial Comuniter), que publica con una fotografía del fundador del Tercio, con la siguiente dedicatoria: «A mi legionario poeta: Casanueva, la Musa de la Legión es tuya. Millán Astray. 11-11-22».

Tal apadrinamiento no le librará del consejo de guerra por supuestas injurias al ejército volcadas en su libro. Casanueva se defiende a sí mismo ante un juzgado militar de Santander, que le sentencia en 1924 a tres años y medio de destierro, ya en plena dictadura de Primo de Rivera. A esta condena le seguirá otra en 1926 por escribir una carta de apoyo al líder conservador José Sánchez Guerra en su protesta por el cierre gubernativo del diario La Época. La pena será esta vez de confinamiento en el archipiélago de las Chafarinas, a cuya isla principal, la de Isabel II, llega en mayo de ese mismo año junto con otros tres ilustres disidentes: el periodista y escritor Francisco de Cossío; el penalista Luis Jiménez de Asúa, futuro presidente de la República en el exilio; y el estudiante de leyes, pero ya doctor en Filosofía y Letras, Salvador María Vila, cuyo asesinato por los sublevados en 1936 en Granada, donde era rector de la Universidad, contribuirá al alejamiento de su amigo Miguel de Unamuno de la causa nacional.

Según Jiménez de Asúa, el abogado santanderino era «la alegría de la isla». «Corazón noble y generoso, se hizo querer de todos», escribió en sus memorias de aquel destierro, Notas de un confinado. Cossío recuerda también con afecto a Casanueva en su libro de memorias, Confesiones. Del antiguo legionario, que lució siempre su chapiri durante el confinamiento, cuenta que se adueñó del único mosquitero que había en la isla, un tul de un color azul purísima. Sorprendido al descubrir el lecho de Casanueva cubierto con aquella tela, Cossío exclamó: «Pero, ¿ésta es la cama de un ex legionario o el lecho de Sor Concepción?».

Durante una excursión a la isla del Congreso, los cuatro confinados tributaron un sencillo homenaje a Unamuno, que se había exiliado en París. En un promontorio levantaron con piedras un improvisado monolito bajo el que dejaron un mensaje de admiración al viejo catedrático de Salamanca con sus nombres, guardado en un tubo de aspirinas que espero encontrar algún día. El 17 de mayo de 1926, con motivo del cumpleaños del Rey Alfonso XIII, los confinados fueron indultados.

En 1929 Casanueva sumaría a su actividad literaria la crónica de viajes, con Crucero a Oriente, relato del primer grand tour marítimo español por el Mediterráneo, a bordo del María Cristina, en el que también lució siempre su antiguo uniforme legionario. De su peregrinación a Jerusalén dejó el poemario religioso Via crucis rojo, con prólogo de Gregorio Marañón, quien define así al autor: «Siempre con el corazón orientado, como una proa invariable, hacia la Libertad». Los poemas están dedicados, entre otros, a sus compañeros de confinamiento en Chafarinas y al socialista Indalecio Prieto.

En septiembre de 1930 le vemos de nuevo procesado, ahora por injurias al Rey en un artículo publicado en el vespertino La Región. Entre tanto se resuelve la causa, llega la República. El proceso, naturalmente, es archivado. En los nuevos tiempos republicanos, Casanueva oficia de abogado en Santander con el aura de haber sido perseguido y condenado por el anterior régimen. En esa situación le sorprende el estallido de la Guerra Civil.

Casanueva continúa ejerciendo de abogado ante la recién estrenada justicia revolucionaria. Su caso más conocido es el de los 31 tripulantes de un pesquero armado en corso, Tiburón, capturado por las fuerzas gubernamentales en septiembre de 1936 mientras colaboraba en el bloqueo franquista del puerto de Santander. Casanueva es uno de los tres defensores de la tripulación, acusada de delito de rebelión militar ante el Tribunal Popular. Su nombre, sin embargo, es el único de los tres que en la prensa local aparece estigmatizado, recordando que «en 1921 luchó en Marruecos alistado en una de las Banderas del Tercio», como recoge La Gaceta del Norte el 20 de septiembre de 1936.

El 27 de diciembre siguiente, hace ochenta y seis años, Santander sufre un duro bombardeo de la aviación franquista, con sesenta víctimas entre muertos y heridos. A pesar de las llamadas a la serenidad por parte de las autoridades de quienes dependen, las milicias se vengan asesinando a 156 presos gubernativos del barco-prisión Alfonso Pérez. Pero la sed de sangre se extiende también por toda la ciudad indiscriminadamente. Casanueva será una de sus víctimas.

Después de ser apresado por las milicias, el autor de Via crucis rojo es conducido a la carretera del faro, bajado del coche y acribillado. A su cadáver le prenden fuego tras rociarlo con gasolina, consumiéndose en la oscura noche de España los restos de un espíritu que juzgaron libre y luminoso todos cuantos lo conocieron.

Arturo Casanueva, abogado y poeta, legionario y periodista, se suma hoy al de tantas paradojas vitales inasequibles a la simplona taxonomía legislativa de la llamada «memoria democrática». Ante estas nuevas pulsiones totalitarias, su inolvidable figura nos sigue mostrando su «corazón orientado, como una proa invariable, hacia la Libertad».

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