Podemos se presentaba como socialdemócrata pero festeja su derrota con un acto comunista
Como en un espectáculo de transformismo, Pablo Iglesias cambia su ideología según convenga. Su partido «transversal» ha abrazado todas las máximas del populismo: «Acumular poder superando los discursos de izquierda y derecha». El líder de Podemos llegó a la cita con las urnas del 26J presumiendo de «socialdemócrata», pero a la hora de ‘celebrar’ la derrota en la plaza del Museo Reina Sofía de Madrid ha regresado toda la parafernalia comunista: puños en alto, banderas estrelladas y cánticos a coro: ‘El pueblo unido jamás será vencido’ de los chilenos Quilapayún, y ‘A galopar’ de Pablo Ibáñez.
Hasta sus más acérrimos seguidores se preguntaban en los días de campaña cómo podía haberse dado ese salto ideológico en el líder de la izquierda radical española. Y el secretario general de Podemos, como siempre, tenía una explicación: «Cuando uno aspira a ser presidente en el marco de la Unión Europa y de la economía de mercado, no se puede permitir ciertas provocaciones que sí se podía permitir cuando era un orgulloso joven comunista».
El desarrollo de ese mantra, destinado a dar el ‘sorpasso’ en votos al PSOE y a ‘lavar’ la procedencia comunista más cercana en el tiempo –hasta el mismo día del ‘pacto de los botellines’, claro– del líder de IU y del PCE, Alberto Garzón, llegó al punto de defender que «Marx y Engels eran socialdemócratas» porque «las etiquetas ideológicas del siglo XX y del siglo XXI tienen poco que ver».
Pero, a pesar de que el salto al segundo puesto en votos por delante del Partido Socialista parecía asegurado simplemente por la suma de los sufragios de Podemos con los de Izquierda Unida en el 20D, la noche del 26J ha hecho despertar a Podemos de su ensueño y, con él, del hechizo socialdemócrata. En la plaza del Museo Reina Sofía regresó el Pablo Iglesias comunista.
Ya la campaña electoral utilizó apelaciones a la «patria», el «corazón» y las «sonrisas de un país», todas ellas basadas en los mensajes emotivos y populistas de las dictaduras totalitarias latinoamericanas. Pero la fiesta del fracaso podemita en la noche del 26J reunió todo el atrezzo.
El discurso de Íñigo Errejón, número dos del partido, rememoró la revolución cultural de Mao al atribuir a Podemos su condición de ser «la fuerza que culturalmente marca el destino de España». Sin embargo, en sus palabras no hubo una sola mención a la coalición con Izquierda Unida, y sí un tono reivindicativo que más parecía una postulación al liderazgo del partido.
Alberto Garzón sí que trató de no desengancharse de sus amigos de Podemos, quizá acomodado en esa estética comunista que lo rodeaba, con los miles de seguidores flameando banderas con estrellas rojas bajo el estrado que los reunía a él, a Iglesias y Errejón, a Carolina Bescansa e Irene Montero y a Pablo Bustinduy. Se vendió la coalición como un pacto de conveniencia electoral, en el que IU mantendría su personalidad y su logotipo. Finalmente, nada fue así… pero a Garzón parece no importarle: «Nos quieren separados pero nos encontrarán absolutamente unidos», ha afirmado Garzón. Quizá sea por los más de 11 millones de euros de deuda que su unión a Podemos enjuaga.
Allende, más comunista que socialista
Pero Pablo Iglesias, quien ha cerrado el acto, ha sido quien más se ha puesto en clave comunista: «No nacimos para resistir, nacimos para ganar y vencer», ha proclamado, y ha pedido a los suyos «resistir lo que sea necesario» para «vencer», rememorando al presidente chileno Salvador Allende, que tardó cuatro elecciones en llegar al poder.
Allende ha sido otro de los líderes elegidos por Iglesias en esta campaña para reivindicar su supuesta ideología socialdemócrata: “Seré un presidente socialista como Allende o Mujica”, dijo Iglesias el pasado lunes en un mitin electoral. El presidente chileno se apoyó en el mundo de la cultura para engrandecer su figura y, entre otros, nombró al grupo de música protesta Quilapayún embajadores culturales de Chile.
Aunque quizá no recuerde el líder de Podemos, o no le convenga recordarlo, que el régimen que instauró Salvador Allende en Chile tenía mucho más de comunista que de socialista: el presidente chileno nacionalizó casi 100 industrias básicas durante su primer año en la Presidencia, entre ellas la banca y el cobre y promulgó una reforma agraria que acabó con las grandes propiedades del campo chileno.
Sus políticas causaron un colapso económico insostenible y tasas de inflación del 600%… sólo superadas por las de la actual Venezuela chavista, precisamente. El caos que se apoderó de la sociedad chilena propició un golpe de Estado militar criminal que pilló a los integrantes de Quilapayún realizando una gira en Francia, recién publicada su famosa canción ‘El pueblo unido jamás será vencido’, la que cantaban en la noche de su derrota a voz en grito los podemitas.
Ésa y ‘A galopar’, la versión de Pablo Ibáñez del poema de Rafael Alberti, ésos que animan a los labradores a «enterrar en el mar» a los señores de la tierra, para tomarla y hacerla suya. Ésa cuyos versos no pueden ser más comunistas, como el poeta del 27, exiliado durante al cruel dictadura franquista, y a su regreso, comunista y diputado del PCE en el palacio de la carrera de San Jerónimo.